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La cuestión islámica

«Uno puede ser musulmán, pero debiera serlo dentro de los parámetros de la cultura occidental»

La cuestión islámica

Musulmanes durante rezo colectivo celebración ‘Eid El-Fitr’ en la Plaza Multifuncional de Melilla. | Europa Press

Esta misma mañana me he cruzado, en un barrio céntrico de Madrid, con una mujer musulmana, vestida de amplio sayal y velos que cubrían su cabeza, dejando apenas un resquicio para los ojos. Empujaba el cochecito de un niño, y me pareció (preguntó a un señor) que hablaba en español sin dificultad. Por supuesto que un caso aislado carece de importancia, pero el Islán crece cada día en España -en Francia el problema es mayor- porque abundan las mezquitas, las escuelas coránicas y la mucha población de origen árabe (quizá marroquí sobre todo en nuestro caso) que no sólo no se integra, sino que, a través de los imanes y sus discursos extremos, propende a radicalizarse entre los jóvenes y a buscar nuevos adeptos para su religión. Podemos recordar que el cristianismo y el islán son las dos religiones que claramente tienen como meta hacer prosélitos, pero salvo grupúsculos poco significativos, el catolicismo vive una etapa muy tolerante y se somete o acepta los valores de las sociedades oficialmente laicas. Al contrario, el Islán actual busca crear teocracias muy extremistas y nada tolerantes con nada. Recuerdo cuando, hace muy pocos años, en una plaza pública de Teherán se ahorcó a dos jóvenes de unos veinte años que eran amantes. Me estremeció y más al considerar que el Islán tuvo etapas permisivas y abiertas y aún que en la literatura clásica árabe (también en la que se hizo en Al-Ándalus) abundan los poemas de tema homoerótico. Acuda quien tenga curiosidad, verbigracia, a los poemas de Abu Nuwas, que elogia el vino y la belleza de los coperos: “Bebo yo de lo que él deja, / bebe él de lo que dejo yo, / como los que se han enamorado”. Supongo que por muy clásico que sea el autor (personaje en Las mil y una noches) ahora debe estar prohibido y severamente maldito. El integrismo islámico -desde luego hay injusticias sociales detrás- es un profundo mal contemporáneo. Y peligroso, porque no hay sólo doctrinas antidemócratas, sino fusiles y bombas. 

Alguien ha escrito: hay unos 56 países de mayoría musulmana, entre ellos Indonesia o la rica y desértica Arabia Saudí, cuna de esa religión. ¿Por qué los que emigran de países como Marruecos -una dictadura que procura disimular- o Argelia, sólo dos casos entre otros, vienen en pateras o entre los ejes de camiones que cruzan el Estrecho, a España o a Francia? ¿Por qué esos musulmanes pobres no acuden a Arabia, a Doha, a los Emiratos del Golfo, llenos de dinero y petróleo y además muy musulmanes? ¿Por qué prefieren países de tradición cristiana y hoy demócrata, mejor que esos ricos países islámicos, Turquía incluida? Recomiendo una película que me impactó al respecto Los miserables de Ladj Ly, de 2019. Sólo el título recuerda directamente a Victor Hugo. En barrios extrarradiales de París (el París de siempre es invisible, barrios marginales de cualquier megalópolis) viven negros y magrebíes, desdeñados por la policía, con muchos jóvenes sin oficio y claro afán vengativo, casi todos, parte de varios hermanos musulmanes, entre la estricta religión y el delito. Si a un burgués francés le muestran el filme (salvo el inicio futbolístico y con banderas galas) acaso no creyeran que habla de Francia. Es el mundo meteco en rebeldía y con islamismo radical. Se dice que los hechos que vemos ocurren en 2007. O sea, casi veinte años. El tema -me parece- sólo puede haber crecido. 

Cuando uno va a un país musulmán, ahora, debe adaptarse a los usos del lugar. A las mezquitas los infieles no entran y sólo, muy ocasionalmente, al patio inicial de las abluciones, jamás a la sala de rezo. Las mujeres (incluso reinas o presidentas) deben llevar cubierta la cabeza. Pero no ocurre al revés, en Europa la musulmana puede ir cubierta -lo que dificulta mucho su identificación- y parece poder exigir todo lo que el culto musulmán precisa, aunque en sus países de origen, muy mayoritariamente, las iglesias estén prohibidas o cerradas. Un amigo que vive en Aragón, en Caspe, me cuenta que allí hay más mezquitas que iglesias y, a menudo, las oraciones diarias que prescribe el Islán, se realizan prosternándose en la calle, y mucha gente con la vestimenta tradicional de sus países. Para él se trata de una lenta invasión, corroborada cuando un chico marroquí le soltó, entre bromas y veras: Hermano, España era nuestra…

Las autoridades europeas empiezan (aunque nada es nuevo) a preocuparse. Exceso de emigración ilegal -incluidos los famosos menas- y después marginación, vivir del trapicheo con drogas y siempre sometidos, más cada vez, a las mezquitas que les predican y declaran la superioridad del Islán y casi el derecho de conquista. Un punto que suena ya grave. Pero nuestras sociedades democráticas, aunque no poco heridas, ¿no consagran como fundamental la libertad religiosa, incluso dentro del laicismo o la aconfesionalidad? Así es. Uno puede ser musulmán, pero debiera serlo dentro de los parámetros de la cultura occidental, e igualmente una mujer podría llevar velo, pero descubierto el rostro, y sí debe estar ausente el islamismo radical, a menudo cercano a modos de terrorismo. El problema sólo queda esbozado. El tema básico es, musulmán o no, la integración básica al nuevo país que buscan. Integración (en su modo más ancho) o retorno. Estilos de vida.

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