The Objective
El zapador

¿Solo lo público salva al pueblo?

España es hoy un país disfuncional. Tenemos un sistema político zombi, perdido en su irrealidad

¿Solo lo público salva al pueblo?

Ilustración de Alejandra Svriz.

En las redes sociales, particularmente en Instagram, un sector de la izquierda progresista moralista ha comenzado a compartir un cartel que proclama «solo lo público salva al pueblo». Se trata de una respuesta a otro lema que dice «solo el pueblo salva al pueblo», donde la palabra «pueblo» aparece tachada y sustituida por «público» Esta campaña busca defender el rol del Estado y los servicios públicos como garantes del bienestar colectivo. Sin embargo, resulta difícil no cuestionar esta afirmación a la luz de las recientes crisis que ha enfrentado España, donde la gestión pública ha mostrado limitaciones evidentes. Y uno se pregunta cómo a estos guardianes de la fe estatal no se les cae la cara de vergüenza. Después de la gestión pública de la COVID, después de La Palma, después de la dana, después del apagón que dejó a media España a oscuras… Y ahora, con los incendios devorando el país, vuelven a la carga. Les mean en la cara y creen que llueve. No cabe un payaso más en este circo.

Estamos en mitad de la crisis desatada por los fuegos que asolan España, y creíamos haberlo visto todo. Pensamos que el criminal abandono institucional de las víctimas de la dana era el fondo del pozo. Que no se podía hacer más el ridículo culpando a las eléctricas tras el colapso nacional por el apagón. Pero nunca como hoy hemos tenido los españoles la certeza tan dolorosa de vivir en un país disfuncional, con los incendios consumiendo hectáreas frente a la pavorosa incompetencia e irresponsabilidad personal y política de quienes nos gobiernan. ¿Recuerdan a los bomberos franceses siendo los primeros en llegar a Valencia tras la riada?  El pasado miércoles, dos equipos de bomberos de Andorra –sí, Andorra, ese supuesto paraíso fiscal– fueron a Asturias para echar una mano en la extinción. Llamativo, ¿verdad? Una comunidad gobernada por el PSOE (porque los incendios no discriminan por siglas) siendo socorrida por la villana Andorra. Pagas impuestos en España para que te tengan que ayudar los servicios públicos de un microestado. Pura poesía. Solo falta que venga El Rubius en persona a apagar las llamas.

Y miren el operativo contra incendios en Castilla y León: mitad público, mitad privado. Se ha tenido que recurrir a empresas privadas para sofocar el infierno. ¿Nos va a salvar lo público? ¿Quién? ¿Cintora despotricando en su púlpito televisivo? ¿Javier Ruiz? ¿Sarah Santaolalla, Silvia Intxaurrondo, Fortes? ¿Renfe, con sus trenes que llegan tarde a todas partes? ¿Tragsa, el Parador de Teruel, Sánchez desde La Mareta, desde el Falcon, desde el Puma? ¿O quizás Gonzalo Miró, que acaba de fichar por RTVE? Vaya, estamos salvados. Y es que el sanchismo cada vez está más desatado: Gonzalo Miró y Marta Flich analizarán la actualidad «sin manipulaciones». Increíble. 

¿Nos va a salvar Fernando Simón? Ese mago de feria que nos mintió durante la crisis del coronavirus –¡Coronavirus, oé! que gritaba Broncano–. Resulta que ahora el mago Simón supervisará un estudio sobre el impacto de la dana en la salud mental de Valencia. El valor del contrato: 987.440,27 euros, tramitado por la vía de urgencia, ya que el Comisionado de Salud Mental del Gobierno dependiente de la ministra Mónica García ha concluido que el 21% de los afectados padece ansiedad. Y más ansiedad que van a padecer si, en vez de darles ayudas para reconstruir vidas y negocios destruidos, destinas casi un millón de euros a que Simón supervise un estudio. Incluso olvidándonos de la gestión del COVID (que fue penosa, un desfile de errores con aplausos a las ocho), y centrándonos en la vacuna que nos liberó, hubo que recurrir al sector privado. Ningún político o funcionario iba a crear una vacuna en un laboratorio público. Papá capitalismo la hizo, con sus malvadas farmacéuticas codiciosas. ¿Lo público? Bien, gracias, en la grada aplaudiendo.

Marta Jaenes, subdirectora de InfoLibre, ha argumentado que «la antipolítica solo beneficia a la ultraderecha: no todos los representantes son iguales. Los hay negacionistas climáticos y los que desmantelan lo público. ‘Solo el pueblo salva al pueblo’: el pueblo necesita al Estado que funciona por los impuestos que alguno quiere quitar». ¿En serio? ¿Negacionismo climático? Ni cambio climático ni leches. La realidad, por incómoda que resulte y basándonos en las evidencias, es que la mayoría de los incendios son causados por el ser humano: imprudencias, pirómanos, negligencias. La turra climática es un invento político para echarle la culpa a los ciudadanos de las catástrofes que no quieren o no pueden resolver los políticos. Un chollo para generar burocracia y chupar dinero público sin hacer nada.

«Proponemos un gran Pacto de Estado frente a la Emergencia Climática», ha dicho Pedro Sánchez en mitad de la crisis por los incendios de este verano. Como si eso fuese a salvarnos de algo. ¿Más dinero público? ¿Para qué? ¿Para poder seguir mangando? Años de gobierno dando la puta turra con la agenda climática, una millonada destinada a esta puta turra. ¿Resultados? Seguir dando la turra mientras arde España. Menudo negociaco tienen montado. ¿Recuerdan cuando Sánchez dio una rueda de prensa en Moncloa pidiendo que no lleváramos corbata para luchar contra el cambio climático? Vivimos en un mundo de locos. Han tocado a rebato y el chivo expiatorio siempre es el cambio climático. Turra climática hasta el infinito. 

¿Por qué nada funciona en España hoy? Lo explica muy bien Beatriz Becerra en una columna en El Español. Porque no hay consecuencias para la incompetencia, y porque el cargo público se ha convertido en un botín, no en una responsabilidad. España es hoy un país disfuncional. Tenemos un sistema político zombi, perdido en su irrealidad. Incapaz de reaccionar, sometido a sus propias reglas perversas de inacción, tuits y declaraciones insultantes. Una secta de pirómanos con poder, que mantienen el sueldo precisamente por el fuego destructor que generan. Y mientras, el pueblo –el de verdad, no el de los cartelitos de Instagram– se quema. Literalmente.

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