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Turismofobia

«Digámoslo sin miedo, el turismo masivo se ha convertido ya, sin paliativos, en una masiva calamidad a doble banda»

Turismofobia

Varias personas con maletas. | Europa Press

Desprecio, odio, miedo al turismo. Pero el turismo ¿no es viaje, placer, vacaciones, dinero? Lo fue y tendría que seguirlo siendo, pero lo que primero fue un fenómeno que se aplaudía -todo el mundo tiene derecho a viajar, a moverse- aquella «democratización de la maleta», muestra muy claro desde hace pocos años, y el fenómeno siempre en crecida, su lado más terrible, destructor y sombrío. La imagen más clara de todo esto -para mí, evidente hace bastantes años- ha sido una foto de febrero pasado, durante los célebres y antaño incluso elitistas Carnavales de Venecia. Una calle céntrica de la ciudad se veía literalmente repleta de personas, como el metro de una gran ciudad en hora punta. ¿Dónde queda el gozo, dónde así el disfrute? Yo hubiese huido de allí al momento.

Poco después, el ayuntamiento de la famosa ciudad adriática, anunció un cupo de personas al día. Cada día sólo creo que unas 300 personas -olvido la cifra exacta, se irá restringiendo más cada vez- podrían entrar a la ciudad, habiendo además que pagar una tasa, un impuesto, como paliativo al desgaste urbano. Quizá no sea bonito, pero es inevitable y son muchas las ciudades -bastantes españolas- que debieran ya hacer lo mismo. Y son ya muchos los lugares concretos que requieren reserva para ser visitados, se paga por entrar y sólo pueden ir quince o veinte personas juntas -depende del lugar- para verlo. Recuerdo que llevé a Toledo y hace unos cinco años, era septiembre, a dos amigos mexicanos. Todo estaba de bote en bote, había colas (y hasta de una hora nos dijeron) para entrar a la catedral o la casa-museo de El Greco y son meros ejemplos. Caminamos prácticamente a codazos y a la postre no entramos en ningún sitio; con suerte, hallamos un rinconcito en un restaurante abarrotado para almorzar y largarnos, preocupados y tristes. Playas -Benidorm al caso- donde no caben ni una toalla ni una sombrilla más, cual sardinas en lata, es otro ejemplo. ¿Tendríamos que aprender a vivir en un hormiguero? Ese turismo masivo es el que puede convertirse en una horda, en una marea humana que, sin mala intención (aunque hay casos contrarios) arrase con todo a su paso. Alguna vez -doy fe de ello- se pudo entrar al Coliseo romano sin hacer fila y con igual carencia de cola se podía subir, grato paseo, a la Acrópolis de Atenas. Había turismo, no masas.

Pero, ¿no podemos ir todos a dónde nos plazca? Pues en teoría sí, pero si lo hacemos, ese lugar archifrecuentado podría quedar destruido y asolado. Pienso en Venecia, antes que por la crecida del mar, difunta por las incesantes masas humanas que, en verdad, ni siquiera pueden disfrutar de lo que visitan, si es que estaban preparadas para hacerlo. Las calles de Segovia llenas de turistas chinos que, en grandes grupos, siguen una banderita y el megáfono del guía, ¿entenderán mucho del gótico o en particular del flamígero? Igual ocurre al revés, turistas occidentales llenando los templos y jardines de Kioto, sin saber nada de budismo o de elemental cultura japonesa, ¿tiene sentido? Sí, da malsana fe de un mundo que pretende y está logrando abolir la excelencia. Me contaron que ver correr las bellas y dieciochescas fuentes del palacio de La Granja de San Ildefonso -hecho que sólo ocurre por San Luis, el 25 de agosto- requiere reserva casi con un año de antelación. Imagino que es un mal menor.

Antes, el turismo era fuente de divisas y de alegría, hoy empieza a ser rechazado (por los habitantes de un lugar) porque la masa trae demasiados problemas, trastornos para las casas que sufren los llamados «pisos turísticos», a menudo fuente de escándalo, mala educación y borracheras, saturación -lo vemos- de lugares que, entre otras cosas, hacen aumentar los precios de todo, y más aún degradación social y ambiental con la consiguiente pérdida de calidad de vida para quienes viven allí. Los venecianos de raíz, ¿no huirán ante la multiplicada marea turística? Y hablamos del daño que el megaturismo causa en los residentes del lugar visitando, desolándolo. Pero existe asimismo -igual de malo- el daño, la pérdida de calidad, que los turistas se causan entre sí. Visitar (un ejemplo)- la Capilla Sixtina en masa, codo con codo, literalmente no permite disfrutar del arte. Tener que estar casi hora y media haciendo fila para entrar al Louvre o al Prado, bajo la lluvia o un sol duro, ¿qué sensibilidad alerta dejará en quien, finalmente, llegue ante Las Meninas o La Gioconda, para no salir del tópico?  Yo (que no lo he hecho) llegaría con el gusto estragado y los nervios rotos.

Digámoslo sin miedo, el turismo masivo se ha convertido ya, sin paliativos, en una masiva calamidad a doble banda. Si el viajero nunca fue igual que el turista, hay ya hoy muchos lugares célebres que no admiten viajeros, pues hay sólo turistas desaforados, con calidad y nivel de atención y servicio en caída libre…  Por eso quienes saben y pueden, huyen. Pronto también Tailandia o incluso Vietnam estarán masificados, hoy parecen viajes de moda para evitar la marabunta. Otra opción (para pocos) es el lujo, lugares paradisíacos y hoteles refinados a precios prohibitivos. ¿Qué hacer? Se buscan soluciones. Obvio, somos muchos. La superpoblación no es un chiste.  

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