Amenábar y la homosexualidad inventada de su Cervantes
«Puede que le interese tener contenta a una parte de la comunidad gay, la de la cultura ‘woke’»

Alejandro Amenábar en la gala de entrega de los Premios Goya 2025. | Álex Cámara (Europa Press)
Alejandro Amenábar, el director oscarizado por la película Mar adentro, ha anunciado que su próxima película, titulada «El cautivo», se centrará en la figura de Miguel de Cervantes durante su cautiverio en Argel. Pero no se trata de un mero biopic sobre el autor del Quijote; Amenábar ha decidido explorar, o mejor dicho, inventar, la supuesta homosexualidad de Cervantes. Sí, han leído bien: el manco de Lepanto, el soldado, el escritor universal, ahora convertido en un icono gay. Como si la vida de Cervantes no tuviera suficiente sustancia con sus batallas, encarcelamientos y obras maestras. Pues ahora se le añade una orientación sexual que nadie en su historia documentada ha podido probar.
Como les digo, no existe documentación alguna que así lo certifique. Es algo que sólo está en la cabeza de ese director porque puede que le interese tener contenta a una parte de la comunidad gay, la de la cultura woke, la más fascista y reaccionaria. ¿Por qué no decir que Cervantes fue un extraterrestre con antenas en la cabeza y un solo ojo en la frente? Tendría la misma fiabilidad que lo que se quiere inventar Amenábar. O que fue una mujer, aunque esto hay que descartarlo pues si así hubiera sido, habría puesto alguna fémina como protagonista en el Quijote, y no a dos «machirulos», a un hombre enloquecido por haber leído demasiadas novelas de caballerías, y a un pequeño hombre rechoncho de buen corazón y con los pies bien pegados al suelo. Supongo que la película de Amenábar comenzará de esta manera: «En un lugar de la sauna (de Sabiniano) de cuyo nombre no quiero acordarme». Puestos a inventar, dotemos de algo de realidad al sainete.
Miguel de Cervantes Saavedra nació en Alcalá de Henares en 1547, en una España del Siglo de Oro marcada por guerras, exploraciones y un fervor religioso que no dejaba mucho espacio para las libertades individuales modernas. Su vida fue un rosario de adversidades: participó en la Batalla de Lepanto en 1571, donde perdió el uso de su mano izquierda, lo que le valió el apodo de «el manco». Fue capturado por piratas berberiscos en 1575 y pasó cinco años en prisiones argelinas, intentando fugas heroicas que le valieron admiración incluso entre sus captores. Tras ser rescatado, regresó a España, se casó con Catalina de Salazar en 1584 y tuvo una hija ilegítima, Isabel, de una relación anterior con Ana de Villafranca. A la cual reconoció oficialmente cuando murió su madre y ella tenía 14 años.
No hay una sola referencia, ni en sus escritos autobiográficos, como el prólogo a las Novelas ejemplares, ni en las crónicas contemporáneas, que sugiera una orientación homosexual. En su cautiverio en Argel, Cervantes compartió espacio con otros prisioneros, y las condiciones eran duras. Se dice que estas se ablandaban consiguiendo permisos especiales, si los presos eran «cariñosos» con algunos de sus carceleros. Pero de ahí a confirmar relaciones homosexuales hay un abismo, pura especulación gratuita. Amenábar, en entrevistas recientes, ha defendido su enfoque diciendo que «muchos han creído que Cervantes era homosexual» y que su película servirá como «termómetro de la homofobia en España». ¿Muchos quiénes? ¿Basado en qué? Parece más una proyección personal que un rigor histórico.
Criticar esto no es homofobia, como insinúa el director; es defender la verdad histórica contra una manipulación interesada. La comunidad LGTBI tiene figuras reales que celebrar en el mundo de la cultura como Federico García Lorca o Pedro Almodóvar, sin necesidad de apropiarse de personalidades históricas que no lo fueron. Pero la «cultura woke», esa que Amenábar parece querer contentar, actúa con una firmeza inmisericorde: impone narrativas, censura disidencias y reescribe el pasado para que quepa en su molde hecho a su imagen y semejanza.
En fin, El cautivo se estrena pronto, y veremos si convence. Pero Cervantes, desde su tumba en el Convento de las Trinitarias Descalzas, en la iglesia de San Ildefonso de Madrid, probablemente se reirá: él, que satirizó las locuras humanas, ahora es víctima de una más. Ojalá Amenábar respete más la historia y menos los intereses de unos pocos. Porque al final, la verdad no necesita de adornos ficticios para imponerse.