The Objective
Contraluz

Por qué Gaza es más que una cortina de humo de Pedro Sánchez

El objetivo es generar estados emocionales que reconfiguren la agenda política y predispongan a la movilización

Por qué Gaza es más que una cortina de humo de Pedro Sánchez

Ilustración de Alejandra Svriz.

Cuando anunció sus medidas contra Israel por la guerra de Gaza, el presidente del Gobierno tuvo la delicadeza de adelantarnos que no iban a servir para nada: «España no tiene armas nucleares», reveló. En esta confesión, la oposición política y mediática creyó ver la prueba de una nueva cortina de humo para tapar la debilidad política de Sánchez. Y puede que lo sea, pero temo que entre tanta humareda se nos escapen movimientos relevantes. La narrativa que la izquierda trata de imponer en torno a Gaza sigue un esquema ya clásico con tres puntos.

El primero es el abismo moral: o estás en el lado correcto o serás arrojado al vacío. De ahí la acusación de genocidio, que no tiene valor jurídico, sino que señaliza el último límite: es la más abyecta forma del crimen. El marco no es pluralista: cualquier posición matizada y compleja queda automáticamente invalidada. Resulta evidente que (por paradójico que resulte cuando hablamos de Israel) la izquierda tiene en mente el Holocausto: quien, en su momento, lo apoyó o miró para otra parte, recibió la condena de la historia. Tanto es así que, para designar a quien pretendía que nunca había sucedido, se creó el término negacionista, hoy tan devaluado que la ministra Elma Saiz ha llegado a hablar de «negacionistas del sistema público de pensiones».

El segundo punto es la emergencia: el genocidio se está produciendo ahora mismo y, por tanto, exige una actuación inmediata; cualquier otra causa, incluso las que abrían abismos morales hasta ayer mismo, se convierte en secundaria. Por eso la flotilla de Greta Thunberg puede surcar el Mediterráneo en barquitos diésel. El objetivo es generar estados emocionales alterados que reconfiguren la agenda política y predispongan a la movilización.

Se trata de provocar una ansiedad que se transforme en acción y modifique las prioridades. Incluso el coste de la vivienda parece una nimiedad cuando vemos los edificios destruidos en Gaza. No es la primera vez: el término «emergencia climática» se acuñó con el mismo propósito. El problema llega cuando las medidas que se adoptan no están a la altura de la gravedad del problema, entonces se va el impulso transformador y queda la ansiedad.

El último punto del esquema exige que la movilización describa un movimiento aparente de abajo arriba. Surgen líderes espontáneos, las asociaciones se mueven, los referentes se pronuncian. Es preocupante para la izquierda española que hayan tenido que reciclar a personajes tan quemados como Greta Thunberg y Ada Colau. El agotamiento en la producción de portavoces ya se venía notando en la manufactura de productos poco funcionales como Valeria Racu y su sindicato de inquilinos, cuya única función es desviar la responsabilidad por la escasez de vivienda asequible del gobierno a los caseros. Más siniestro ha sido el descubrimiento de que detrás del boicot a La Vuelta estaba un etarra doblemente condenado, Ibon Meñika. A ver si el problema va a ser España, y no Israel.

«Nada de esto sucede ‘de abajo arriba’, sino que está promovido por unas élites culturales y políticas y coordinadas a través de la ideología»

El progresismo cultural tiene un papel clave, que interpreta, en primer lugar, como un ajuste de cuentas. En julio, un diseñador (por lo visto famoso) se negó a vestir a Rosalía por su falta de compromiso explícito con la causa gazatí (y lo hizo público, porque de qué sirve la virtud si nadie sabe que eres virtuoso). La cantante pasó por debajo del futbolín con un mensaje de apoyo a Palestina y una pregunta retórica sobre la utilidad de avergonzarse los unos a los otros. En el reciente Festival de Venecia, el jurado tuvo que dar explicaciones por dar sólo el segundo premio a la película tunecina La voz de Hind, que relata el asesinato de una niña en Gaza, y reservar el León de Oro para Jim Jarmusch. Figuras de relumbrón como Javier Bardem elevan el tono para hacerse perdonar su prosperidad: soy rico, pero bueno.

Naturalmente, nada de esto sucede «de abajo arriba», sino que está promovido por unas élites culturales y políticas descentralizadas (hasta cierto punto) y coordinadas a través de la ideología y de un sistema cultural que dominan ampliamente gracias, entre otros motivos, a la incapacidad de la derecha para comprender el papel de la cultura en la sociedad, que es tanto como no entender la naturaleza de lo político. De ahí que se interprete automáticamente cada movimiento progresista como una nueva «cortina de humo», como si su único objetivo fuera cambiar de tema y no de agenda o incluso de valores dominantes.

Nada de esto va en contra de quienes (a izquierda y derecha) se indignan al considerar desproporcionada la respuesta de Israel a los atentados del 7-O y esperar contribuir a que se detenga. Pero espero que se entienda que los estilos de comunicación vigentes y la desesperada búsqueda de autoridad moral propia de nuestro tiempo confieren a cada suceso de la actualidad un aire de simulacro que resulta especialmente repulsivo cuando estamos hablando de una guerra real, con muertos (y secuestrados) reales, aunque siempre será mejor que el silencio que se guarda sobre otras tragedias como las persecuciones de cristianos en regiones de África y Oriente Medio o la catástrofe humanitaria inducida por el régimen chavista en Venezuela. Ante el dolor de los demás, tal vez el silencio no sea una respuesta admisible, pero tampoco lo es la denuncia sesgada ni el argumentario al servicio de los propios intereses.

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