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¿Qué haremos cuando caiga Pedro Sánchez?

Serán necesarias grandes cantidades de energía y convicciones políticas para restaurar el lazo civil entre los españoles

¿Qué haremos cuando caiga Pedro Sánchez?

Ilustración de Alejandra Svriz.

Debemos tener cuidado con la impresión de que el Gobierno sanchista ha entrado en fase terminal: siempre ha vivido en la precariedad política y en la quiebra moral, y ahí lo tenemos. Sánchez es un guerrero zen que se ha pasado al lado oscuro: mientras esté en el poder, sólo le importa el ahora. Sabe que sólo él puede disolver las Cortes y convocar elecciones. Vivió una pandemia (cree que el virus es algo que le sucedió a él) y extrajo la lección de que nunca se sabe. Lo imagino conectado por la noche a una máquina que le suministra disonancias cognitivas. Puede que el final de su carrera sea dramático, pero no tiene por qué suceder mañana. Y aunque sucediera, aunque cayera mañana mismo, ya nada volverá a ser igual. Cuando Sánchez nos falte, quedará su muro, ese será su legado. 

Hay dos razones para levantar un muro: para que no entren los bárbaros del exterior (el de Adriano en Britania, la Gran Muralla china) o para que no salgan los disidentes del interior (el del Berlín comunista). El de Sánchez cumple ambos cometidos. Su intención es disciplinar un bloque que trascienda al PSOE y que monopolice la legitimidad democrática. Por eso insiste tanto en la «reconciliación» con Cataluña mientras crispa a medio país: se trata de imponer la paz en su bloque para combatir a los salvajes extramuros. Su modelo de democracia se parece mucho más a la II República que a la monarquía del 78. Sánchez neutralizó a Podemos asumiendo de hecho (y, cada vez más, de palabra) su proyecto exclusivista: si no es de izquierdas, no es democracia.

La derecha española tiene dificultades para interpretar la realidad más allá del marco mental configurado por instituciones, pluralismo y Constitución, elementos a los que atribuye más solidez de la que poseen. Los tres exigen una confianza compartida sin la cual pierden su autoridad. Una confianza que es, exactamente, lo que Sánchez ha arrasado. Hoy, adivinamos las sentencias del Tribunal Constitucional por los colores que visten los magistrados; hoy, las instituciones se perciben como prolongación de los partidos que las controlan; hoy, el pluralismo yace a los pies del muro sanchista. Se dirá que de todo esto había precedentes, y es cierto: Sánchez ha profundizado las heridas por las que ya sangraba el sistema político del 78; es corrosivo, no original.

«En el paisaje calcinado que nos lega el sanchismo no crecerá nada sano simplemente porque cambie el gobierno»

Cuando caiga Sánchez, no despertaremos de una pesadilla. Tal vez creamos que taconeando tres veces, cerrando los ojos y diciendo muy fuerte «pluralismo, instituciones y Constitución» volveremos a Kansas, como Dorothy en El mago de Oz. Pero la confianza no va a resucitar porque nosotros lo deseemos. Cada decisión judicial o legal será cuestionada desde el otro lado. Descubriremos que, igual que hacen falta dos para el tango, no puede haber pluralismo si el otro te considera un enemigo. El legado sanchista podría empujarnos a gobernar como Pedro Sánchez: sólo para los nuestros. Eso sería letal, porque la izquierda, que deposita su lealtad en sí misma, se lo puede permitir. La derecha, no, aunque algunos empiecen a pensar que sí.

Tierra quemada, debería llamarse el libro de Irene Lozano sobre Pedro Sánchez, si no fuera de ficción. En el paisaje calcinado que nos lega el sanchismo no crecerá nada sano simplemente porque cambie el gobierno, aunque esto sea imprescindible. Serán necesarias grandes cantidades de energía, habilidad y convicciones políticas para restaurar el lazo civil que debe religar a una comunidad rota. Estas cualidades deberán proyectarse sobre la nación española como vínculo que hace posible el e pluribus unum (de los muchos, uno) sin el cual tendremos que resignarnos a continuar la primera guerra civil incruenta de la historia de España. 

Conviene evitar la idolatría constitucionalista a la que se refiere Jorge Freire. Antes que la Constitución va la nación, y el destrozo es tal que nos toca pensar qué significa hoy ser español, dónde reside lo que nos hace uno siendo muchos (sin adanismos, que no somos de Sumar). Va a haber que reforestar el monte abrasado, será necesaria una delicada labor de fertilización y riego. Tres consejos: no esperemos a la debacle sanchista para empezar el trabajo; evitemos la superstición tecnocrática («esto se arregla con el BOE y con un excel»); y preguntémonos qué haría Pedro Sánchez para hacer exactamente lo contrario. 

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