THE OBJECTIVE
Jorge Freire

El encamisado constitucional

«Al parecer, ahora la generación que nos metió en un callejón sin salida quiere prestarnos el mapa, a condición de que conduzcamos nosotros»

Opinión
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El encamisado constitucional

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Alejandra Svriz

El hábito hace al monje y la camisa al militante. Hitler tenía a los camisas pardas, Mussolini a los camisas negras y Perón a los descamisados. Nosotros tenemos a los encamisados: gente como Revilla, Revilluca, que cambió la camisa azul del Sindicato Vertical por la camisa deportiva de la democracia. «¡Qué bien vivimos con las autonomías!», exclamaba el otro día en la tele, y sin duda hablaba por experiencia propia. El encamisado es, por definición, un jeta constitucional, en el sentido de que es un jeta por constitución: pa’ eso hay que nacer.

Nuestros encamisados no deben su nombre a los lanceros que portaban camisas para reconocerse por la noche (y a los que, en consecuencia, se motejaba de encamisados), sino a una técnica muy usada en la construcción. Para un obrero, hacer un encamisado significa envolver una estructura debilitada con una sección adicional de cemento. La historia de España no conoce la pica y el arcabuz, pues, nos dicen, se inicia con el hormigón y el ladrillo. Y no hay grietas en nuestro momento inaugural que no se tapen con argamasa.

Antes del 78, ya se sabe, todo esto era campo. Por eso don Quijote cabalgaba en plena noche por un camino agreste cuando tomó por encamisados a los miembros de una comitiva fúnebre. Solo después de arrearles unos cuantos bofetones advirtió que portaban un ataúd. Nuestros constitucionalistas, que no dan menos bajona que los miembros de aquel séquito, celebran este miércoles 6 un cumpleaños con aspecto de sepelio. Para ello sacarán en comparsa un féretro en cuyo interior, agusanada, se esconde en odiosa rima la propia nada: ¡una constitución sin nación!

¿Qué es la idolatría constitucionalista sino fetichismo de la letra muerta? De ahí la obstinación por defender la perfección de un texto que, paradójicamente, avala en su propio cuerpo la posibilidad de remiendo. Por miedo a pisar el templo, nuestros encamisados, a los que no llega la camisa al cuello, se quedan fuera mirando «el marco de la Constitución», con sus jambas y su dintel, mientras los blasfemos se llevan el cepillo, las velas y el candelabro.

Aunque su escepticismo lo hace averso a las verdades absolutas, el encamisado sabe que antes que un patriota es preferible ser ciudadano del mundo o tributador del Estado. Moralizando bellamente, nos enseña que antes de la Carta Magna, cuando habitábamos el estado de naturaleza, la vida era solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta. Lástima que una causa positivista y legaliforme nunca produzca héroes. Como decía Foxá, ¿quién está dispuesto a morir por el sistema métrico decimal? 

Faltan héroes, en efecto, pero sobran conferenciantes. El desayuno constitucional es el desayuno informativo, y en cuanto despunta el alba dos o tres encamisados inician su charla. Al parecer, ahora la generación que nos metió en un callejón sin salida quiere prestarnos el mapa, a condición de que conduzcamos nosotros (avancemos, pero vosotros primero, por la senda constitucional). ¡Qué bien vive quien vive bien! El encamisado se parte la camisa, como Camarón, mientras pide a los demás que suden la camiseta.

Encamisadas se llamaban las escaramuzas nocturnas que realizaban los tercios en el campamento enemigo. Y encamisada, stricto sensu, es la tentativa de reformar la Constitución por medio de interpretaciones creativas, a la chita callando y por la puerta de atrás. Adviértase de la ironía que entraña la propuesta «plurinacional» peneuvista: mientras unos enarbolan el libro mágico, los descreídos señalan la primera de sus Disposiciones Adicionales. A los encamisados les meten encamisadas y ni se dan cuenta. 

Sirva de estrambote una última acepción del término. En fontanería se llama encamisar al hecho de introducir en la tubería deteriorada un tubo de menor tamaño. De ahí que nuestros encamisados se disfracen de lanceros pero actúen como plomeros, dispuestos a encamisar el desastroso régimen con su plúmbea tubería. ¿Es buena idea mandar peones y braceros a hacer chapucillas cuando otros se aproximan con la bola de demolición? Conque los encamisados de ahora ya no se encamisan (vienen encamisados de casa y, en ocasiones, con camisa de Hugo Boss), sino que los encamisan: se la clavan y les dicen que es por su bien. 

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