The Objective
El zapador

El cisma 'hispanchista'

Ahora la novedad entre la derecha populista es si el «panchito» es hermano o es enemigo

El cisma ‘hispanchista’

Nueva polémica en torno a la Hispanidad.

Aquí estamos de nuevo, a un parpadeo del 12 de octubre, esa fecha tan nuestra. Este año tiene una peculiaridad: se ha desatado una nueva batallita que va a servir para que la derecha más patriotera se reviente a tortazos por ver quién es más español. Así es: en la víspera del Día de la Hispanidad en España hemos subido de nivel. Ya no es solo la matraca de si Hernán Cortés era un genocida; ahora el asunto va de hispanidad o ‘hispanchidad’. Y muchos patriotas de pulsera se apuntarán al carro de Gabriel Rufián con el «Nada que celebrar», pero por motivos diferentes.

El neologismo de ‘hispanchidad, viene a mofarse de todos aquellos que abogan por el mestizaje hispano, es decir, trata de ridiculizar a los hispanistas que hacen bandera de la Hispanidad. Ha aflorado un viejo supremacismo racial visceral en aquellos que no soportan que Madrid se haya llenado de tipos que, mira tú por dónde, comparten nuestra lengua, nuestra religión y que hacen la compra a nuestro lado en el supermercado. Están entre nosotros. Y algunos no lo llevan muy bien. No quieren hispanos. Su lema es claro: «Preferimos extinguirnos antes que ser reemplazados». La derechita punki, esa criaturita fascinante que vive de la pureza ideológica y de los fantasmas del pasado, se está abriendo en canal por una oleada de mestizos que han decidido volver a la Madre Patria. El cisma ‘hispanchista’ no es más que el berrinche de unos señoritos que añoran una España de postal antes que una España real que respire diversidad.

El epifenómeno de este guirigay se resume en una foto. En una foto del Metro de Madrid, concretamente. Un petimetre con ínfulas de sabio, Víctor Núñez Díaz, columnista de El Español y colaborador de Vione, decide que el mejor día para hacer trabajo de campo identitario es el de la Cabalgata de la Hispanidad. Y claro, coge el metro. El vagón, según sus propias y poéticas palabras, se convierte en un lugar infecto: «Los acentos caben; la gente en el metro, ya tal. ¡Viva la Hispanidad carajo!». El Metro iba lleno, claro, pero la foto, lo sabemos todos, no era para criticar el transporte público, sino para señalar. Para hacer un zoom malicioso en los acentos, en el color de piel, en la gente que se ha lanzado a recorrer, en sentido inverso, la ruta de los conquistadores. Resulta cómico que este personaje dijera en una columna de El Español que ir en Metro es de pobres. Y ahí, que va el señorito don Víctor, el primero, mirando por encima del hombro a los «panchitos».

Víctor, que no tiene dinero para un taxi, se topa a diario con la realidad, una realidad que aborrece. El resumen es que un tío viaja con la misma gente que desprecia, les hace una foto para ridiculizarlos, pero sus complejos y su impostado exhibicionismo moral le impiden verse a sí mismo como lo que es: un tío del montón en un vagón lleno. Pero la maldad en esa fotografía es doble. Primero, el clasismo y el racismo a bocajarro de quien fotografía una aglomeración para señalar al «otro», al inmigrante hispano-indio, al «panchito». Y segundo, la bajeza de pretender chotearse de Fernando Díaz Villanueva, periodista que volvía de Andorra y tuvo que coger el metro. Porque ahí está el pobre Fernando inmortalizado en la foto, cazado por el paparazzi del andén, en un intento de ser ridiculizado por un compañero de trinchera. Porque la captura fue intencionada, con toda la mala baba, y es que Fernando no tiene la osadía de despreciar a los «panchitos» con los que comparte espacio.

Porque compartir andén con «panchitos» es, para tipos como Víctor, una prueba irrefutable de traición, como si a Fernando, tratando de esconderlo, no le quedase más remedio que bajar a regañadientes a la realidad de su triste vida rutinaria, mezclándose con el lumpenproletariado hispano. Lo que vino después fue una masacre digital. Una jauría de cuentas, algunas con el avatar de Hitler y otras solo con el avatar de la cobardía, se cebaron con Fernando (que, sin ser de izquierdas, es liberal, cosa que la derechuza no soporta). Fernando cometió el crimen de compartir vagón con quienes, según algunos voceros, representan un peligro para nuestra raza e identidad. Pau Ruiz (alias España Bola), de la facción dura de Vox, trató de rematarlo: «No supero la foto de Díaz Villanueva con la mirada de los 1.000 panchitos». No sé, imagino que Pau Ruiz también viajará en Metro, como todo hijo de vecino. Es igual. Cuando los tontos cogen una linde, no la abandonan.

Por un lado, tenemos a los niños tontos de la derecha haciendo fotos en el andén y, por otro, a la presidenta Ayuso convirtiendo la Hispanidad en un festival para «panchitos». Una juerga del mestizaje. Desde el inicio del Festival de la Hispanidad, la capital ha acogido a artistas de la talla de Juan Magán, Sebastián Yatra, Carlos Vives o Gloria Estefan. De 250 artistas y 850.000 euros en 2021 a 750 artistas, 4 millones de euros y 650.000 espectadores en 2024. Y supongo que el presupuesto habrá aumentado en 2025. La presidenta, con ese olfato para el pragmatismo político, ha agarrado el banderín de la Hispanidad y lo ha convertido en una explosión de música, teatro, desfiles, carrozas; todo con un color muy mestizo. Ayuso lo tiene claro: la inmigración hispana es buena y si encima sirve para enriquecer el tardeo madrileño, con sus terrazas llenas, pues mejor.

Y esto es lo que no soporta la facción dura de Vox, el ala juvenil socialpatriota y anticapitalista próxima a Buxadé. En ese barco, está Juan García-Gallardo (exvicepresidente de Castilla y León), que se ha declarado antipanchista con una claridad pasmosa. A él le da igual que hayan nacido en Valladolid y hablen español: «Hay que deportarlos». La Hispanidad, dice, es una excusa tramposa para legitimar la inmigración masiva. De esta manera tan grotesca se ha manifestado la brecha generacional de la derecha voxera. Los boomers que ponen el ojo en la demografía y ven que necesitamos aportes ordenados del Nuevo Mundo, se enfrentan a los jóvenes de la derecha identitaria que prefieren la extinción a ser «reemplazados demográficamente». Es algo así como un divorcio traumático entre el patriotismo funcional y el racismo fetichista. De divorcios, Vox sabe un rato. Hace tiempo que el partido apostó por no dejar ningún enemigo a la derecha. 

Iván Vélez, intelectual asociado a la Fundación Gustavo Bueno, muy ligado al partido político Vox ha sido muy claro: «La panchitofobia, secreción racista y clasista, se mantendrá en algunos entornos. Al cabo, aunque la obra española tiene en el mestizaje a uno de sus mayores logros, siempre hay gentes que, por decirlo en palabras de Nietzsche, respiran aire viciado. Sin embargo, la realidad y la necesidad son tozudas. Expuesta a los rigores del invierno demográfico que ha traído el Estado del bienestar y el individualismo más hedonista y cortoplacista, la nación biológica española no alcanza las tasas de reposición de individuos ajustados a los cánones de los panchitófobos. Ante esta tesitura, el mantenimiento de nuestra sociedad pasa por el aporte, ordenado, regulado, de personas educadas en un sistema de valores similar el nuestro. Y ese lugar no es otro que el que los españoles, descubridores y civilizadores, llamaron Nuevo Mundo».

Y por decir esta verdad de Perogrullo, ¿a qué se ha enfrentado Vélez? A la jauría: «cabronazo», «traidor», «sabandija». Y a la sentencia de una cuenta de X con el nombre de Nacional-Socialista y avatar de pintor austriaco: «Queremos 0 panchos en España, 0, ¿entiendes? Preferimos extinguirnos antes que ser reemplazados demográficamente, no es tan difícil de entender». Es decir, el dilema es: ¿Salvamos la pensión con el mestizo, o desaparecemos con tal de conservar la pureza de la raza? En medio de todo esto, el católico de misa y estampa, Juan Manuel de Prada, un pope de la derecha conservadora, arremete contra la facción panchitófoba: «El rechazo a los pueblos de la América hispánica es la mayor vileza en la que un español puede incurrir». Un derechazo en la mandíbula a la derechuza racial, lo que viene a ser una defensa vibrante a favor de la «hispanchidad». La frase ha levantado enconadas pasiones, síntoma de que la máquina se ha desbocado.

El monstruo «antipanchito» lo ha alimentado la propia formación de Abascal, que ha pasado años soplando las brasas del miedo al inmigrante. Y ahora, con el 12 de Octubre a tiro de cañón, tienen que medir al milímetro si contentan a la jauría o siguen enarbolando el vetusto estandarte de la Hispanidad, con lo que conlleva de hermanamiento y mestizaje entre pueblos hispanos. No sabemos lo que harán Santiago Abascal y sus brujos, Kiko Méndez-Monasterio y Gabriel Ariza, aunque supongo que lloverá a gusto de todos. No obstante, deberían andar con mucho tino, porque el público de la derecha identitaria más cafetera no acepta matices. Tampoco acepta la demografía y, sobre todo, no acepta el color de piel, ni el acento. Ahora la novedad entre la derecha populista es si el «panchito» es hermano o es enemigo. El cisma está servido.

Publicidad