The Objective
Opinión

Cuando el feminismo no entiende que OnlyFans también es cosa de hombres

«La plataforma es solo una tabla de salvación más, incluso en el caso de ciertos famosos»

Cuando el feminismo no entiende que OnlyFans también es cosa de hombres

Ilustración de Alejandra Svriz

Flaco favor le hace al feminismo la directora Leticia Dolera cuando se pone a pontificar sobre el patriarcado o la explotación sexual de la mujer y recurre a ejemplos que demuestran que no tiene ni puta idea de cómo funciona el mundo. En una entrevista ha declarado: «Deberíamos activar la sospecha cuando lo que nos empodera es lo que el sistema patriarcal y capitalista ha querido siempre de nosotras. Que nos desnudemos o que comamos pollas. Porque qué casualidad que siempre lo que me empodera es generar deseo sexual en un hombre. Que yo no estoy criticando que eso te pueda dar sentimiento de validación, o sea, es que hay muchas reflexiones. Pero si tan guay es, si tan empoderante es, si puedes ganar mucho dinero, ¿por qué no hay hombres haciéndolo? O sí hay, pero muchísimos menos. Soy muy crítica con OnlyFans y no me parece para nada feminista».

Bueno, teniendo en cuenta que según varios estudios casi un tercio de los creadores de contenido de dicha plataforma son hombres, el dato es lo suficientemente importante como para invalidar su discurso.

De todas formas, personalmente me parece bastante cínico y herencia de una rancia moralidad creer que «vender el cuerpo para exponerse y despertar el deseo» es peor que vender su alma a un trabajo que te roba ocho horas diarias de tu vida realizando labores que detestas, te agotan y acaban alienándote.

OnlyFans es solo una tabla de salvación más, incluso en el caso de ciertos famosos, cuando el cuerpo empieza a rendir más que la propia profesión. Lo estamos viendo con una naturalidad sorprendente: actores, deportistas, concursantes de realities… Son hombres que han entendido que, en la economía de la atención, la piel es negocio y la suscripción mensual es más estable que cualquier contrato con un club, una cadena o una productora. La plataforma se ha convertido en ese refugio donde algunos reinventan su carrera y otros simplemente la prolongan.

Ocurre, por ejemplo, con Tyler Posey, aquel chico de Teen Wolf que decidió abrir una cuenta porque buscaba «creatividad», conexión con sus seguidores y una forma de explorar su identidad. Lo que encontró, según él mismo admitió, fue una mezcla incómoda: la euforia de miles de fans pagándole por mostrar su intimidad, y la sensación de ser un objeto más en un mercado saturado. Posey encarna la transición de actor juvenil a símbolo erótico involuntario que intenta convertir la exposición en control —o al menos, en ingresos—.

En el mundo del deporte, los ejemplos son aún más reveladores. Robbie Manson, estrella del remo olímpico neozelandés, defendió su salto a OnlyFans como una forma de «celebrar el cuerpo humano» con fotografías sugerentes, pero no explícitas. Matthew Mitcham, medallista australiano de clavados, fue más directo: su perfil avisaba de «semidesnudez frontal ocasional», una frase tan precisa como ambigua que define a la perfección la era del desnudo calibrado. Casi le faltó decir que si enseñaba algo era por accidente. En ambos casos, el cuerpo que antes servía para ganar metales sirve ahora para ganar suscriptores. La profesionalidad deportiva muta en profesionalización del deseo.

El británico Jack Laugher, también clavadista olímpico, representa otra variante: la del atleta que, ante la precariedad estructural del deporte de élite, utiliza la plataforma para complementar ingresos. Su contenido, limitado a bañadores, ropa interior y rutinas de entrenamiento ligeras, responde al mismo patrón: ofrecer exclusividad, cercanía y una estética muy meditada. No es pornografía, dicen. Es «otro tipo de contenido prémium». Una forma sutil de declarar que el límite lo pone el mercado. Es sacarle partido al paquete sin trabajar para Amazon.

El colombiano Miguel Guerrero, exportero del Vélez CF y exparticipante de La isla de las tentaciones no se avergüenza: cuenta que gana «cinco cifras al mes», que su vida «ha cambiado por completo», y que empezó con fotos suaves hasta descubrir —en sus propias palabras— que el público pedía más morbo. No, si la culpa de que se quede desnudo es del público. Sus pelotas venden más que los balones que paraba.

Frente a estos nombres internacionales, España aporta sus propios ejemplos, aunque más modestos y con menor aparato mediático. Es el caso de Jacobo Ostos, hijo del torero Jaime Ostos, que decidió asumir su rol como figura mediática efímera y transformarlo en negocio erótico. Ostos se presenta sin rodeos como «el DJ más sexy de España», un título que probablemente no existe fuera de la bio de su perfil, pero que funciona en un sistema donde cada frase, cada foto y cada pose se traduce en clics de suscripción.

Y mientras los nombres varían —actores, deportistas, influencers—, la lógica permanece: el cuerpo como capital, la intimidad como mercancía y la fama como escaparate. Ya no se trata de conseguir un papel, un disco o una medalla: se trata de vender exclusividad. Posey vende autenticidad sexualizada; Manson, estética atlética; Mitcham, audacia olímpica; Laugher, sensualidad disimulada tras el deporte; Guerrero, una mezcla de morbo y relato de superación; Ostos, un personaje de sí mismo.

Lo más llamativo no es la lista —cada día más larga—, sino la espontaneidad con la que todos justifican su decisión. Hablan de libertad, de control, de expresión, pero el trasfondo es más sencillo: monetizar una fama que no siempre paga las facturas. OnlyFans es la economía del segundo acto para quienes la industria del espectáculo ha dejado en pausa; es el lugar donde el cuerpo empieza a importar más que el currículum.

Quizá deberíamos dejar de sorprendernos. Tal vez lo extraño no es que tantos famosos terminen en OnlyFans, sino que tardaran tanto en asumir que, en el sistema actual, mostrar el cuerpo es solo otra forma de trabajar. Que el desnudo masculino —o su insinuación— tenga ahora tarifas en dólares no es un escándalo: es un síntoma. Y, sobre todo, un negocio.

Solo falta que, si los hombres acaban acaparando el negocio, venga Leticia Dolera a decirnos que el patriarcado vuelve a invisibilizar a las mujeres.

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