The Objective
Hastío y estío

Robe Iniesta, rey de Extremadura

«La muerte perfecta para un poeta que eligió las letras descarnadas para hacer de sus versos belleza gris»

Robe Iniesta, rey de Extremadura

Robe Iniesta, líder de la banda Extremoduro. | Ricardo Rubio (EP)

Ha muerto Robe Iniesta. Y eligió la madrugada de un martes a un miércoles para hacerlo. No se me ocurre un estado de duermevela mejor. Un momento de oscuridad cotidiana donde nadie espera nada. La muerte perfecta para un poeta que eligió la guitarra eléctrica y las letras descarnadas para hacer de sus versos belleza gris, alquitranada, sedienta de una vida entre callejones y horizontes inalcanzables. Salir a beber en busca de un amor que no sea líquido. Y así todos los días.

Ha muerto el verdadero rey de Extremadura. Nacido en Plasencia en la cosecha del 62. Ni María Guardiola, ni el amigo íntimo del hermanísimo del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, de cuyo nombre no es que no quiera acordarme, es que los extremeños tampoco saben cómo llamarle, si no es para decirle de todo, pero nada bonito, pueden competir con él en haber hecho grande a esa tierra de conquistadores. El valle del Jerte se podría empapelar con las letras de sus canciones y nadie notaría la diferencia. Y es que la belleza se escribe, se lee, se siente o se ve de la misma manera. Hay paisajes que son como las canciones de Robe, donde las montañas se escalan ahogándose uno desde el principio, donde la vegetación termina en la voz cascada y acuática de un río llamado Iniesta. Donde solo se marchan los mercaderes del templo para hacer honor a la vereda de la puerta de atrás, por donde los vio marchar. 

Escuchar a Robe Iniesta en Extremoduro era una dulce introducción al caos. Una suavidad que dejaba heridas sin cicatrizar de las que estar orgulloso. Unas canciones sangrantes como les gusta a los buenos comensales la carne. Y es que el verbo se convertía en esta cuando cantaba Jesucristo García. Robe fue el mesías del rock poético y transgresivo. Su llegada humanizó y elevó un género y una manera de hacer las cosas donde nadie podía llegar sin ser crucificado. 

Robe Iniesta no fue un poeta maldito. Eso solo lo son los que quieren que así les llamen. Humanos de una impostura acomodada y pija. Tampoco lo fue a la manera de los que se lo llaman a sí mismos, como si fueran un director del Instituto Cervantes cualquiera. Y es que Robe sabía que la poesía era la vida misma con sus momentos brillantes y con los más desagradables y feos. Y es que ya lo decía él en una de sus canciones: «Vivo en un vertedero, me acuesto con la luna, que importa ser poeta o ser basura».  

Te vas, y es a los demás a los que nos dejas en una calle sin salida. Solo nos has dejado la opción de darnos de bruces una y otra vez contra la dura realidad. Y es que tu poesía áspera tenía la propiedad única de ablandar las piedras y atravesar las paredes, pues no hay mayor fortaleza que una rudeza envuelta en las palabras más deslumbrantes. Y es que Robe sabía que la luz es quien mejor agujerea la piedra. 

Robe quiso ser fiel a sí mismo hasta el final de sus días. Seguro que no es casualidad que muriera en una noche cerrada «buscando una luna que esté sola». Hay obsesiones que orbitan alrededor de nosotros como el mejor de los satélites. Obsesiones que crecen estrelladas entre unos dientes hambrientos. Un hambre de madrugada que no acabó y que se eternizó hasta una muerte de la que no se dio cuenta, pues la eternidad era el sitio donde sabía que descansaría para siempre. 

Solo en una cosa no te haremos caso. Y es que nunca nos verás «quemando tus recuerdos», que siempre serán ignífugos al paso del tiempo. En una de tus letras decías «Me gusta tu calor», y a nosotros nos gusta la resistencia al fuego de tus letras que nunca serán papel quemado. Y es que no hay mayor infierno externo que cuando nos quemamos por dentro. Una implosión que deja nuestros restos esparcidos por las calles y en los demás. 

Ahora te elevas a los cielos, pero siempre «cerca del suelo». A la altura de tu público, de tus muchos seguidores. Con los pies bien enterrados, ahora más que nunca, a un mundo real donde todos los seres humanos valemos lo mismo. Escribiste «la canción más triste» para que la coreásemos cualquier día que no fuera hoy. Lo que ahora toca es darnos cuenta de lo felices que nos hiciste desde que conocimos tu sensibilidad y fiereza sabiamente entremezcladas en tus versos eléctricos. Como Camarón, escondías el duende en una melena desaliñada. Uno que decidió no dormir nunca más la madrugada de este miércoles para que la corriente no se le llevase, y le dejase «alternando» en una noche «continua» y sin fin. Justo lo que tú querías. 

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