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Infinita Navidad

«¿La Navidad es una fiesta religiosa -lo era- o se ha vuelto una fiesta consumista, en la que lo religioso es mera imagen?»

Infinita Navidad

Navidad en Peñíscola. | Blog viaje que te traje

Existen dos modos de la Navidad, dentro del orbe cristiano: la nórdica, esencialmente evangélica o protestante, que es la de Papá Noel, el trineo, la nieve, renos y abetos; y la Navidad del sur (católica esencialmente) que es la del Belén o Nacimiento con todas sus figuras, la de los villancicos y por supuesto los Reyes Magos. La Navidad católica es más antigua, medieval de origen, pero no debemos olvidar que la Europa del Norte derrotó en muchos órdenes, políticos también a fines del XVII, a la Europa del Sur, y por eso cada vez más, por influjo del poderoso norte y desde luego del imperialismo de los EEUU, la Navidad que vivimos, velis nolis, es la Navidad del norte, aunque en el sur nieve poco, no haya renos, pocos abetos y el trineo no se suela utilizar. Nos defendemos como podemos, podríamos decir, pero los motivos e imágenes de la Navidad del Sur son esencialmente minoritarios. Se dice que fue el propio Martín Lutero uno de los primeros en poner en la casa un abeto —siempre verde— en simbólica señal de alegría por la presencia de Dios entre los hombres. Ya se sabe que los evangélicos no usan imágenes, frente a los católicos que usamos muchas. En España o Italia se presume de catolicismo (uno es de cultura católica, aunque no practique la religión) y, sin embargo, llenamos hasta la saciedad nuestras muy católicas plazas de abetos o enormes estructuras metálicas que los imitan, cuajadas de luces. Hasta el Vaticano pone en la plaza de San Pedro un abeto muy grande. Hay también un Nacimiento o pesebre, claro, pero ¿qué domina? Podemos decir que esta mezcla de dos estilos de Navidad que vivimos en el sur de Europa es un abrazo entre dos modos de cristiandad y está bien que así sea, pero (si decimos la verdad de fondo) la presencia fulgente del enorme abeto es una derrota

Va siendo cada vez más sabido que no sabemos en qué mes ni día nació Cristo. Si (de muy antiguo) celebramos la Navidad el 25 de diciembre, ello se debe a que ese día, solsticio de invierno, el paganismo romano celebraba la muy importante y popular fiesta del «Sol Invictus». El Sol Invicto, o perpetuo nacimiento del sol, se unía además a ritos orientales relativos al dios Mitra. Para que el cristianismo se impusiera al paganismo (y no es la única ocasión en que se hizo) los papas situaron el nacimiento de Jesucristo la misma noche del nacimiento del Sol Invicto. Y así, lentamente, lo superó. ¿No es Cristo un Sol además?  Pastores y Reyes Magos vienen de los Evangelios —Mateo, sobre todo— aunque eso quedara fuera de la tradición luterana. Adorar la imagen del Niño Jesús, una escultura dulce de origen barroco, es para los evangélicos, pura iconodulía o culto a las imágenes, algo pagano.

También la duración cronológica de las Fiestas Navideñas tiene que ver (en buena medida) con los dos aludidos estilos de celebrar la llegada del Niño Dios. Cuando yo era pequeño, la Navidad en España se iniciaba el 22 de diciembre, el día de la lotería, entre las voces blancas de los niños de San Ildefonso cantando los números de la suerte. Y las fiestas se cerraban exactamente el 8 de enero, cuando todo regresaba a la normalidad. Un tiempo más breve que el actual, pero mucho más intenso, porque muchas comidas, canciones o dulces, solo ocurrían dos o tres días al año, no más. Pongo por caso el famoso roscón de Reyes, que solo se consumía el 5 y 6 de enero. Ahora, al contrario, llevamos más de un mes pudiendo comprar y comer no solo roscón, sino antes aún —desde mediados de octubre— turrón o polvorones, por abreviar. Si todo se hace todo el año, la singularidad de lo festivo, desaparece o al menos se atenúa y pierde sentido enormemente. La Europa nórdica y anglosajona celebraba mucho (y lo hemos aceptado) los días prenavideños, lo que se decía «el espíritu de la Navidad», y así pasada la fiesta propiamente dicha, todo se cerraba. La fiesta era la Navidad y no más, puesto que Nochevieja o Fin de Año es una celebración claramente orgiástica y pagana que recuerda o revive las saturnalia de la antigua Roma. Nosotros, los de la Navidad del Sur, no hemos hecho, sino unir los dos tiempos navideños, así es que empezamos con lucecitas, adornos y comercio (inmensa fuerza del comprar y vender) sobre el 25 de noviembre y terminamos aquel mismo 8 de enero, por fidelidad a lo viejo, aunque a decir verdad la fiesta de los Reyes Magos ha decaído enormemente y creo para mí que, sino fuera por la ilusión y la ingenuidad infantiles ya ni existiría fuera del nombre. Es el caso que los españoles nos enfrentamos a una gigantesca Navidad —mes y medio— que no solo desdibuja la esencia festiva, sino que termina aburriendo y cansando —gastos aparte— incluso al lucero del alba. Excesiva de todo punto. 

Y terminamos con el quid de la cuestión: hay dos estilos de Navidad, sí, pero aún con más poder hay comercio, compra, vende, regala, consume, come, diviértete, todo ello más cada vez e imparable. Por ello cabe preguntarse, ¿la Navidad es una fiesta religiosa —lo era— o se ha vuelto una fiesta consumista, en la que lo religioso es mera imagen? No dudo que haya gente que viva una Navidad religiosa, pero la gran mayoría solo pone chispitas religiosas al gran Moloch iluminado del consumismo como dios total. La Navidad no es lo que fue y por eso me dijo una Nochebuena un moderno de discoteca: desengáñate, ya no hay Navidad. Solo hay Corte Inglés. ¿Será?

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