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Memoria hoy de Max Aub

«Desde los primeros años veinte optó decididamente por la literatura, opción que sería total»

Memoria hoy de Max Aub

Max Aub.

Dos detalles para iniciar el acercamiento a uno de nuestros grandes escritores, acaso aún hoy —pese a lo mucho que se ha hecho— no del todo aceptado, acercado ni bien conocido. Eduardo Haro Tecglen escribía en un prólogo que cuando conoció a Max Aub le pareció un hombre rudo y (aclara) con más de alemán que de suavidad judía. Y un amigo que (por encargo de José Luis Cano, gran maestre de la entonces insigne Ínsula) acompañó muy joven por Madrid en 1969 a Aub, en su retorno de ida y vuelta, también me dijo: «Algo de antipático podía tener, pero sobre todo por quejoso». Era normal, Aub había llegado a una España que prácticamente —salvo profesores y especialistas— lo ignoraba del todo. Veamos una historia espléndida y desdichada. Max Aub nació en París en 1903. Su padre era alemán y trabajaba en la capital francesa, y su madre, francesa alsaciana, era judía de origen alemán. Sus lenguas familiares fueron, pues, el alemán y el francés. Cuando en agosto de 1914 estalla la Primera Guerra Mundial, y Francia y Alemania son enemigas, los Aub emigran a España, exactamente a Valencia, donde el padre puede seguir trabajando y donde Max empieza, con notable soltura, a aprender español. En 1916, con 13 años, parece que lo hablaba con natural fluidez y con las erres rodadas galas, que oímos, le acompañaron siempre. Ese mismo 1916, el señor Aub padre renuncia a su nacionalidad alemana y elige la española para él y los suyos. Max Aub aceptó después y plenamente la nacionalidad española. Es decir, fue español por elección, porque quiso, y dijo muy a menudo que su lengua era el español y que solo en ella podría escribir

Porque Max Aub, desde los primeros años veinte (en esa Valencia donde trató a los hermanos Gaos, a Juan Chabás o a Juan Gil-Albert) optó decididamente por la literatura, opción que sería total: Novelas, cuentos, relatos, teatro, crónica o poesía. Pero lo cierto es que antes de la Guerra Civil es solo conocido en los ámbitos literarios y entre muchas cosas breves, por una novela de personaje de íntima ficción que ya es notable: Luis Álvarez Petreña, de 1934. Aunque de familia burguesa y burgués él mismo, fue socialista (no comunista) y republicano. Va a París, donde, buen amigo de André Malraux, le ayuda a montar la película Sierra de Teruel, pero es detenido dos veces —es el inicio de la Segunda Guerra Mundial— y una de las veces enviado, en duras condiciones, a un campo de concentración francés en Argelia. De allí logra huir a Casablanca, donde se reunirá con los suyos (1942) camino del exilio a México. La experiencia argelina dará un singular libro de poemas, Diario de Djelfa (1944). La gran obra literaria de Max se escribe esencialmente en México, y terminará —agradecido— por ser mexicano sin abandonar la nacionalidad española. Una muy considerable parte de su obra trata de la vida en España y de su civil guerra brutal, especialmente el ciclo que tituló El laberinto mágico, con dos claras obras maestras, Campo de sangre (1945) su gran testimonio sobre nuestra barbarie bélica y Campo de almendros (1968) una novela excepcional donde desastres de guerra y vida, se ahondan hasta alcanzar las simas terribles de la condición humana. Novela mucho más que comprable a Vida y destino de Vasili Grossman. De otro lado, Max Aub escribe estupendas novelas de costumbres como La calle de Valverde (1961), que ocurre durante la dictadura de Primo de Rivera. Inventos poéticos, con muchos nombres creados, en Antología traducida e igual con supuestos poetas judíos en la que será, póstuma, Imposible Sinaí en 1982. Hebreo, ¿fue judío Max Aub? Un viaje a Israel —su familia no era practicante— lo llevó a sentirse judío, pero nunca sionista. Israel no podía construirse contra los árabes. Él asistió al inicio de la famosa guerra de los Seis Días. Antes había, en México, fabricado un heterónimo pintor, de la época de Picasso, Jusep Torres Campalans. Los cuadros fueron expuestos en galerías y se habló de ellos, culminando el asunto con la escritura de una biografía del pintor, que es una de las más conocidas y singulares obras de Aub, la novela Jusep Torres Campalans, de 1958. Lo que llevamos visto, nos muestra a un autor de veras excepcional y de calidad sobrada —y dejo de lado singulares obras menores— ¿dónde radicaba, pues, el drama de nuestro hombre? Conocido y apreciado por los escritores y el mundo editorial mexicano, nunca pareció un autor para mexicanos, sino para españoles del exilio, lógicamente cada vez menos. Y en la propia España no se publicaba o poco. La primera ‘normalización’ llegaría tras su muerte. Parecía un autor considerado y excelente, sin lectores. ¿De ahí el mal humor, el gruñón que se quejaba, desconocido en su tierra? Regresó brevemente a España en 1969. Aquella no era su España, imposiblemente y faltaba libertad. Escribiría el diario La gallina ciega (1971) que narra el viaje del que no retornó contento: «He venido, pero no he vuelto». Regresó aún en 1971, pero como falleció y fue enterrado en México en 1972, no sabemos más. Es insólita la mala suerte de tan notable creador, e insólito que nosotros (los lectores que deseó) aún estamos luchando por su ubicación, difícil por plural y difícil por estupenda. Gran Aub.  

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