'La vacuna': historia de cómo la pasión científica de un matrimonio salvó al mundo
El libro ‘La Vacuna: la carrera para desarrollar una vacuna contra la covid-19’ cuenta cómo la vacuna de Pfizer aterrizó en nuestras vidas en tiempo un récord que nadie creía posible
La memoria es caprichosa y está llena de vericuetos y olvidos. Quizá por eso no recordamos que, allá por febrero de 2020, en los albores de la pandemia, el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, dijo que se necesitarían al menos dieciocho meses para contar con una vacuna efectiva contra el nuevo Coronavirus: año y medio de espera. Sin embargo, para su sorpresa y la del planeta entero, a los nueve meses la empresa alemana de biotecnología BioNTech, asociada a la farmacéutica estadounidense Pfizer, presentaba en sociedad a su criatura: la vacuna que ha inmunizado a humanos de 151 países del mundo según este informe del portal de estadística alemán Statista.
Ante el veloz alumbramiento de Pfizer muchos dudaron de su eficacia, pero ¿cómo fue posible cumplir con éxito esta contrarreloj? Para responderlo, La vacuna: la carrera para desarrollar una vacuna contra la Covid-19 (Editorial Deusto, 2022) desgrana primero quiénes lo hicieron posible. Sus nombres son Uğur Şahin y Özlem Türeci, una pareja de cómplices en la ciencia, los negocios y la vida, como los define el autor Joe Miller en su obra. BioNTech es la empresa que ambos científicos, de origen turco, fundaron en 2009 con la intención de luchar contra todo tipo de enfermedades, especialmente contra el cáncer. Pero vayamos al principio.
Una epifanía crucial
El libro cuenta que un fin de semana de enero de 2020, desde su escritorio y divisando a lo lejos las lejanas agujas de la milenaria catedral de Maguncia, ciudad alemana donde ambos residen junto a su hija, Uğur supo a través de la prensa que una familia de cinco miembros estaba contagiada en China del nuevo Coronavirus sin haber tocado -ni por supuesto comido- ningún animal. La transmisión entre humanos estaba servida y esto le puso en alerta, a pesar de que el mundo aún no se había percatado en absoluto de la amenaza que nos cercaba. Pero Ugur vio clara su epifanía, si nada lo impedía «Todo contacto humano sería peligroso, lo que causaría desgarros en las familias, las sociedades y la economía mundial». Además, el hecho de que el virus pudiera campar a sus anchas en personas sin síntomas, sumado a que el foco de la infección, Wuhan, no era precisamente un lugar pequeño (la ciudad tenía una media de 2.300 vuelos semanales que la conectaban con el mundo entero), lo llevó a la terrible conclusión: el avance global del nuevo Coronavirus era ya imparable.
Su empresa, BioNTech, estaba en ese momento a punto de arrancar siete ensayos clínicos de fármacos para combatir tumores como el melanoma, pero Ugur tuvo claro que, sin dejar de atender esos frentes, tenía que dar la batalla también contra el nuevo virus. Así que lo pronunció en voz alta que es, como todos sabemos, el primer paso de cualquier proyecto. Le dijo al presidente de su compañía, Helmut Jeggle, lo siguiente: «Creo que podemos crear algo para combatir esto». Ahora bien, la misión no era sencilla: nunca había habido garantía de que una vacuna pudiera atacar cualquier virus nuevo, como quedaba patente con todos los esfuerzos invertidos en encontrar una cura, por ejemplo, contra el VIH. Además, nadie sabía nada sobre el nuevo Coronavirus, y nadie tenía ni idea de qué partes del complejo sistema inmune humano se necesitaban para combatir la infección natural. El tema de los permisos, obtener la aprobación para su uso en caso de emergencia, tampoco era un proceso precisamente veloz. Aun así, Uğur y su esposa Özlem apostaron por ello porque tenían un as en la manga al que el libro de Miller pone nombre y apellido: es el ARNm, una microscópica e impopular molécula que, contra todo pronóstico, ha salvado millones de vidas.
Uğur y Özlem llevaban años trabajando en la lucha contra el cáncer con el ARNm, que tenía tan mala prensa por tratarse de una molécula que, fuera de nuestras células, en un entorno de laboratorio, se echaba a perder en cuestión de segundos. Por eso, muchos científicos llegaron a usar su m para tildarlo de «molesto», aunque en realidad proviene de «mensajero». Sin embargo, Özlem y Ugur lo tenían claro. Estas son palabras de ella, recogidas en el libro: «Se hizo evidente que el ARNm tenía unas características muy específicas que podíamos aprovechar». Un fármaco de ARNm, al contener líneas de código genético, se podría diseñar y producir en cuestión de semanas en vez de meses, de modo que si lograban encontrar una forma -aunque resultara complicado, y ellos lo sabían- de llevar el ARNm a las células inmunitarias correctas del cuerpo humano y mantenerlo activo el tiempo suficiente, las posibilidades eran casi infinitas y se podría producir con él fármacos más simples, seguros y rápidos que se podrían implantar contra el nuevo virus a los pocos días de su descubrimiento.
Cual Don Quijotes de la ciencia, Uğur y Özlem se pusieron a la tarea, harto complicada, de convencer a su junta ejecutiva de que la inversión necesaria merecía la pena. Entre los muros que tuvieron que saltar, toparon con el de Sean Marett, el director comercial, que consideraba insensato preocuparse por un patógeno que aún estaba a ocho mil kilómetros. Su reticencia estaba fundada, pues si la compañía fracasaba con el proyecto de la vacuna, él sabía que «podría haber sido el fin para BioNTech». Pero la pareja de científicos tenía claro que debían arriesgarse porque la recompensa merecía, y mucho, la pena.
El proyecto Lightspeed o la ambición de un amante de los superhéroes
«No podemos poner todos nuestros huevos en una cesta y probar solo una vacuna candidata: debemos construir y probar varias vacunas en paralelo», les dijo Uğur a los mandamases reunidos ante él en una reunión urgente. Con la luz verde al fin encendida, después de la larga conversación mantenida, bautizaron su nueva misión como «proyecto Lightspeed» (velocidad de la luz). Uğur es un gran amante de los superhéroes y no pudo, ni quiso, evitar este guiño, cuenta Miller en el libro.
El caso es que el proyecto, además de la resistencia inicial por parte de la junta ejecutiva, tuvo que sortear mil y un escollos. Por ejemplo, que el Instituto Paul Ehrlich (PEI), el organismo competente en Alemania en materia de vacunas y medicamentos biomédicos, esperaba que la vacuna se desarrollara dentro de los plazos tradicionales y no a la mencionada velocidad de la luz. Así dice el libro al respecto: «A la pareja le dio la impresión de que el equipo no creía que BioNTech pudiera acelerar la clonación de construcciones y la producción de material clínico hasta el punto de que los obstáculos regulatorios fueran el único factor limitante». Pero no se rindieron y siguieron adelante con su plan, coordinando el talento de 500 científicos de su compañía, hasta que llegaron a noviembre de 2020 con una vacuna probada en decenas de miles de voluntarios de seis países que, para sorpresa de todos -y a diferencia de lo ocurrido con AstraZeneca o Johnson & Johnson-, apenas reportaron efectos secundarios más allá de alguna molestia en la zona de la inyección, dolor de cabeza, fatiga y, en algún caso, una fiebre ligera. Solo restaba que un comité independiente emitiera su primera evaluación sobre la eficacia de la vacuna. Uğur y Ozlem estaban inquietos pero, aun así, trataron de distraerse como siempre hacían: trabajando. El libro recoge cómo Uğur llegó a decirle a Ozlem: «Querida, hemos hecho todo lo humanamente posible para fabricar esta vacuna. Ahora estamos a merced de la realidad biológica. Al margen de lo que oigamos más tarde, lo que cuenta es que hicimos el esfuerzo».
La llamada más esperada de sus vidas llegó por fin. Sonó el teléfono de Uğur, y al otro lado del hilo estaba Albert Bourla, el director ejecutivo de Pfizer. Le preguntó: «¿Quieres saber los datos?». Uğur dijo «no» a modo de chanza, y Albert, tras unos segundos eternos, gritó: «¡Funciona!». El resto, ya saben, es ya historia. En este caso, nuestra Historia más reciente: millones de muertes evitadas a lo largo y ancho del globo gracias al tesón y al conocimiento científico basado en un ARNm que, al final, se ha sacudido su mala fama.