Asociación ‘Dejando Huella’: Salvaguardando el futuro del burro
La supervivencia del burro en España pasa por incluirse y gestionarse como una más de las especies protegidas
El Asno Salvaje del norte de África, familiarmente conocido como ‘burro’, lleva presente en el sur de Europa desde hace 4000 años, resultando animal indispensable para tareas agrícolas o de carga, hasta la llegada de la revolución industrial, cuando los vehículos a motor le sustituyeron, relegándoles al olvido, el abandono o, directamente, al matadero.
Las cifras son contundentes, a principios de la década de los 40 del siglo XX la población de las razas de burro en la península ibérica era de 1.200.000 ejemplares, en la actualidad apenas llega a los 40.000.
Su presencia en España va ligada además a nuestra historia, paisaje y cultura, nos vienen a la cabeza «Platero» o «Rucio», aquel que acompañaba a Sancho Panza en sus aventuras. Tanto es así que este proyecto cuenta con la simpatía de la población mayor de la zona, sirviendo también como recuperación de la memoria rural.
En cuanto Miguel baja del coche comienzan los rebuznos que esperan tras el vallado la llegada del alimento y los cuidados que necesiten. A Miguel le cuesta abrir el portón metálico por su empuje y en unos minutos nos encontramos rodeados de estos anímales, muy dóciles, amables y tranquilos pero con unos 300Kg que imponen un poco a los no acostumbrados.
Acabamos de entrar en una de tres fincas alquiladas de la Asociación Dejando Huella en Mataelpino, una población de la Sierra de Guadarrama, una mañana inestable en esencia por la estación, pero soleada.
«Dejó de ser un animal útil», me cuenta Miguel, mientras prepara un poco de pienso en el chamizo. «Su destino depende hace muchos años de la existencia de asociaciones, ONGs o santuarios», una labor con una buena dosis de sentimentalismo y romanticismo que Miguel, sus compañeros y otros voluntarios llevan a cabo desde hace 10 años.
Mientras preparamos un porteo con Flor, una de las hembras, Miguel continúa contándome las actividades que realizan, porteos con material para actos en el monte o lugares de difícil acceso, rutas familiares que aportan también el conocimiento sobre el medio y la especie y apadrinamientos, que junto a la aportación de los socios, mantienen la asociación para que siga funcionando, con ningún beneficio económico personal y la única motivación del compromiso.
Tanto la labor de Dejando Huella como la de muchas asociaciones (de este u otro ámbito) son fruto de iniciativas altruistas de agricultores, ganaderos, otros profesionales relacionados con el campo y el mundo rural o simplemente personas concienciadas que deciden dedicar su tiempo libre a estas iniciativas, pero la sostenibilidad de este tipo de proyectos es una tarea costosa y ardua, recibiendo pocas ayudas y en algunos casos resultando deficitarias.
Una concienciación y compromiso que Miguel me enfatiza: «Nuestra concepción del proyecto engloba otro tipo de acciones en la naturaleza como la recuperación de un antiguo colmenar o la habilitación de una charca para anfibios» entre otros motivos enfocadas a la educación medioambiental. Un proyecto orientado al burro pero con una perspectiva mucho más global.
Continuamos caminando por la vía pecuaria pese a la pereza de Flor, que hoy no le apetece mucho andar, pero Miguel realiza paradas estratégicas donde encuentra suculentos bocados silvestres, que animan a Flor a continuar camino.
La supervivencia del burro pasa por incluirse y gestionarse como una más de las especies animales protegidas en España, adquiriendo así medidas legales que amparen su salvaguarda.