Evolución del voto: de la clase a la identidad
Las democracias han pasado a ser un duelo entre dos tipos de élites, los votantes más cualificados contra los de mayores ingresos, marginando a los ciudadanos más desfavorecidos
Dado el fuerte aumento de las desigualdades económicas en muchas regiones del mundo desde la década de los ochenta, uno podría haber esperado ver un aumento de la demanda de las políticas redistributivas y del retorno de la política de clase. Esto no es lo que ha sucedido o, al menos, no de manera directa.
Para entender estas cuestiones, en un nuevo libro, Political Cleavages and Social Inequalities. A Study of Fifty Democracies, 1948-2020, publicado por Harvard University Press y coeditado junto con Amory Gethin y Thomas Piketty, estudiamos la evolución a largo plazo de las divisiones políticas en 50 democracias occidentales y no occidentales, utilizando una nueva base de datos sobre el voto que cubre más de 300 elecciones celebradas entre 1948 y 2020.
Uno de los resultados más llamativos que emerge de nuestro análisis es lo que proponemos llamar la transición de «sistemas de partidos basados en clases» a «sistemas de partidos de élites múltiples» en las democracias occidentales. En las décadas de 1950 y 1960, el voto de los partidos de izquierda en las democracias occidentales estaba «basado en la clase», en el sentido de que estaba fuertemente asociado con un electorado de menores ingresos y menos cualificado. Desde entonces, se ha asociado gradualmente con votantes más cualificados, dando lugar en la década de 2010 a una notable divergencia entre el efecto que tienen los ingresos y la educación sobre cómo vota la gente.
Las personas con altos ingresos continúan votando a partidos de derecha, mientras que las personas con altos niveles de educación (como aquellos con títulos universitarios) se han desplazado hacia la izquierda. Esta separación es visible en casi todas las democracias occidentales, a pesar de sus diferencias históricas, políticas e institucionales.
¿Qué explica esta notable transformación? La respuesta clásica invoca la creciente prevalencia de las políticas de identidad. A medida que las cuestiones relacionadas con el ecologismo, la igualdad de género, los derechos de las minorías sexuales y étnicas y, más recientemente, la inmigración han tomado una importancia creciente en los debates políticos, nuevos partidos verdes y antiinmigración han ido ganando terreno en las encuestas. Si bien los ingresos continúan diferenciando a los partidos socialdemócratas de los partidos conservadores, es la educación lo que distingue más claramente a los votantes de los partidos verdes y antiinmigración en la actualidad.
Un segundo mecanismo que potencialmente puede explicar esta evolución a largo plazo tiene que ver con el propio proceso de expansión educativa. En las décadas de 1950 y 1960, la mayoría de los votantes tenía educación primaria o secundaria como máximo. En este contexto, los partidos que buscaban reducir las desigualdades sociales podrían simplemente intentar garantizar que todos asistieran a la escuela primaria y secundaria.
Con el auge de la educación terciaria, las cosas se han vuelto más complicadas. Los partidos de izquierda, que alguna vez fueron vistos como defensores de una mayor igualdad de acceso al sistema educativo, se ven cada vez más como partidos que defienden principalmente a los ganadores del juego de la educación superior. Podría decirse que esto contribuyó al creciente resentimiento entre aquellos que no se benefician de él, y al cambio de algunos de ellos hacia los partidos antiinmigración o la abstención. Como resultado, las bases de votantes de los partidos socialdemócratas se han vuelto cada vez más restringidas a las grupos más cualificados del electorado.
Un tercer mecanismo relacionado es el ascenso de una ideología global que pone los intereses de la propiedad privada por encima de todo, abandonando la idea de que el capitalismo puede transformarse radicalmente. La moderación de las plataformas de los partidos de izquierda tradicionales desde la década de 1980, así como en algunos casos su cambio hacia la promoción de políticas neoliberales, contribuyó directamente a que la desaparición de las divisiones de clase no fuera algo destacado en los debates políticos, a la disolución de dichos partidos y al auge de los conflictos identitarios.
Independientemente de sus causas, las consecuencias de esta profunda transformación son bastante claras. Dado que los sistemas políticos han pasado a representar efectivamente a dos tipos de élites, los votantes más cualificados y los de mayores ingresos, han dejado poco espacio para la defensa de los intereses de los ciudadanos más desfavorecidos. El abstencionismo se ha disparado entre los ciudadanos de bajos ingresos y bajo nivel educativo en las últimas décadas.
Sin embargo, hay al menos un objeto de conflicto político que continúa dividiendo claramente a los votantes por clase en una parte del mundo: Europa. Nuestro análisis muestra que en cada referéndum celebrado en la Unión Europea desde la década de 1970, los votantes de bajos ingresos y menos educados han convergido para expresar su oposición a una mayor integración supranacional.
En cierto sentido, esto no es sorprendente. En una unión enfocada casi exclusivamente en la liberalización de los flujos humanos y de capital y la imposición de reglas fiscales estrictas, hay poco que ganar para aquellos trabajadores que más sufren los impactos inducidos por el capitalismo global no regulado del siglo XXI.
A muchos les preocupa que en esta era de globalización, la inseguridad económica y la ansiedad cultural hayan permitido que el «populismo» se arraigue irrevocablemente en nuestros sistemas políticos. Nuestros hallazgos sugieren que las bases para esto pueden haber sido establecidas, en parte, por el surgimiento de una nueva forma de «elitismo» durante varias décadas.
Abordar las crisis políticas que enfrentan las democracias occidentales requerirá devolver la voz a los muchos ciudadanos que no se sienten representados por las instituciones democráticas existentes. Sobre todo, requerirá diseñar plataformas lo suficientemente ambiciosas y creíbles para convencerlos de que la globalización y el cambio tecnológico pueden servir los intereses de más de una pequeña minoría.
Clara Martínez Toledano es profesora de Economía Financiera en Imperial College de Londres.