La altura de los hombres también es fascismo
«El objetivo será instituir la autodeterminación de la altura, del peso o de la cantidad de pelo; sin duda esta sería mi preferida. Y de la edad, por qué no»
La policía tuvo que intervenir recientemente en una conferencia de la polémica bióloga Heather E. Heying en la Portland State University para expulsar a algunos de los enfurecidos asistentes. Se los llevaban los agentes mientras acusaban a gritos a la científica de ser una nazi. Pensé en qué barbaridad no habría dicho esta vez la autora. Heying es una polémica bióloga evolutiva y exprofesora de universidad. Se hizo popular por verse implicada junto a su marido Brett Wenstein en los sucesos de la Evergreen State University de Washington, tras los que denunció al centro por no haber protegido a los profesores de la violencia de los alumnos. Después, quedó cancelada. Ahora escribe libros con Wenstein -el último, Guía del cazador recolector para el siglo XXI (Planeta)-, tiene un podcast (Dark Horse) y forma parte del llamado Dark Web Intelectual, un grupo de autores que se atreven a contradecir las corrientes identitarias y la corrección política en los medios y en la academia. La ofensa que habría cometido Heying consistía en afirmar en su charla que los hombres eran más altos que las mujeres y eso representaba una idea intolerable y «propia del fascismo».
Había dicho esto: «Hombres y mujeres son diferentes física y fisiológicamente. Los hombres de media son más altos que las mujeres». Entonces comenzaron las protestas. «Si alguien se siente ofendido por este hecho -respondió ella- es por su rechazo a la realidad». Precisó también que existían además diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a la estructura muscular, esquelética y en lo referente a los lugares del cuerpo en los que se deposita la grasa. También en lo relativo a que las mujeres son las que pueden gestar un bebé. Se armó la escandalera.
No hace falta un contexto de ningún tipo para acordar que las personas con sexo masculino son más altas que las que nacen con sexo femenino, se pongan los movimientos estudiantiles como se pongan. Se trata de una magnitud comprobable, pues es de naturaleza física -geométrica, concretamente- y, por tanto, objetiva. Por si uno no tuviera ojos en la cara, existen incontables estudios científicos que confirman la teoría en todo tipo de poblaciones, razas, latitudes e índices de desarrollo. Los hombres son más altos que las mujeres de media -unos quince centímetros- y no hay nada que podamos hacer usted o yo, pues las dimensiones físicas medibles no dependen de una emoción, ni de un punto de vista, siquiera del sentido de pertenencia a un grupo, tendencia política o sexual, ni tampoco se relaciona con el hecho de que los niños, viendo en la televisión niños más altos que las niñas, terminen dando el estirón influenciados por el cochino heteropatriarcado.
«El asunto se trata con la habitual asimetría del feminismo. Si ellas fueran más altas, estaría perfectamente admitida la verdad científica sin temor al reproche»
Sí que existe un debate científico sobre la causa de que los hombres sean más altos que las mujeres, un hecho contra el que ellas han luchado mediante métodos artificiales y mecánicos llamados tacones. La teoría clásica evolutiva señalaba como probable la posibilidad de que las mujeres eligieran parejas más grandes por su capacidad de defender la familia mediante el combate. Otras hipótesis más actuales relacionan la mayor estatura masculina con las hormonas -de nuevo- femeninas. Las niñas crecen antes y después, al llegar la pubertad, los estrógenos provocarían en su organismo una osificación del esqueleto que detendría el crecimiento de los huesos de ellas, mientras que el de los chicos seguiría creciendo. La maldita ciencia, de nuevo. Los investigadores que de nuevo intentan subir al cadalso como en los tiempos de Galileo sí que han determinado diferencias importantes de estatura entre países. A la espera de que aparezca alguien sosteniendo que se trata de teorías xenófobas y racistas, The Lancet publicó un estudio en el que la población de Holanda era la más alta del mundo y pese a que una holandesa con once años tiene la estatura de una guatemalteca con diecinueve, incluso allí los hombres siguen siendo más altos que ellas (con perdón).
Si uno se fija, el asunto se trata con la habitual asimetría del feminismo. Si ellas fueran más altas, estaría perfectamente admitida la verdad científica sin temor al reproche. Si los estudios apuntaran que ellas son más fuertes, más resueltas, más inteligentes o lo que fuera más que los hombres, la izquierda estaría encantada con los resultados y no serían fascistas ni nada.
Y quizás todo esto sea cierto; no descartemos nada, pero la cosa es que los hombres son más altos o ellas más bajitas y no hay atenuantes ni matices posibles ante la asunción de esta realidad. Uno mide tantos centímetros desde los talones a la coronilla. Otra cosa es que la emoción y las creencias de cada uno se pongan por delante de la realidad observable, y sería esta una actitud muy de la Edad Media, es decir, perfectamente actual.
Quizás llegue el momento en que una persona que para sí misma mide dos metros, exija que se le reconozca esta altura pese a que las mediciones objetivas digan que en realidad mide uno sesenta y dos. El objetivo será instituir la autodeterminación de la altura, del peso o de la cantidad de pelo; sin duda esta sería mi preferida. Y de la edad, por qué no. Yo me veo a mí mismo con veintitrés años, ochenta y tres kilos y pelazo; a ver quién me lo va a negar.