Apología del pene de goma eva
En lugar de terminar con los disfraces de genitales, la ordenanza antidespedidas y antipenes de Málaga corre el peligro de darles vida y sentido
Para luchar contra las ruidosas y groseras despedidas de soltero (y de soltera) en Málaga, el Ayuntamiento ha promulgado una norma que prohíbe el tránsito por espacios públicos con poca ropa y en ropa interior. Siendo justos, cada vez cuesta más distinguir la ropa interior de la otra. También impide que el ciudadano transite disfrazado de genital o con componentes que los representen. Restringe así todo el tradicional aparataje de bragueta con el que se adornan los casaderos y sobre todo, las casaderas; me refiero a lo que metonímicamente podríamos definir como el pene de goma eva en la frente.
La representación del genital masculino es muy anterior a la horterada de la preboda. En Roma, las vírgenes vestales guardaban culto al fascinus, sagrada imagen del falo y símbolo de la estabilidad del Estado. El significado ha ido variando, claro. Miles de años después, no hace mucho, unos turistas veinteañeros franceses bajaron a la playa de la Concha a la caída del sol y a esa hora en la que el mar, el monte y la tierra se disuelven en tonos pardos y rosas, dibujaron sobre la arena un pene del tamaño del Estadio de Anoeta. También cuando vinieron a jugar los All Blacks a Madrid y abrieron la venta online de entradas, alguien se entretuvo en reservar asientos aquí y allá hasta dibujar un gran ‘mandado’ en la grada virtual.
A cada poco, uno se encuentra con penes en las puertas de los baños de los billares, penes en las esquinas de las páginas de los libros, en los cristales empañados de los coches y hasta en la comida. Frente al puesto de castañas de Andoni en la calle Comedias de Pamplona, abrieron una pastelería sexual en la que vendían el célebre ‘pollofre’, un gofre con forma. El local se iba a convertir en «una revolución», prometían los propietarios empeñados en subvertir no sé qué orden de las cosas.
«Vale que hay gente que va por la calle para mandarla a cambiarse, pero el dicho que de que alguien viste como para que lo fusilen debería quedarse en una forma de hablar»
La representación gamberra del pene tiene algo de impulsivo, primitivo y rupestre y constituye una provocación que solamente funciona si el que lo ve se turba, igual que el exhibicionista solo encuentra placer en el rubor de su víctima. Así, hay gente dibujando un rabo o vistiéndolo en una diadema en el intento de provocar indiscriminadamente el disgusto del que lo vea. La izquierda, que ha utilizado el falo como arma arrojadiza política, se monta la película de, viendo la bartularia de gomaespuma, va a turbarse una señora que imagina mayor, cristiana, de derechas y protegiéndose la cabeza con una bolsa de plástico cada vez que llueve. Ya la ven santiguándose y pidiendo las sales ante la revelación del atributo como si ella nunca hubiera visto uno, y resulta que ha parido ocho hijos. A esa ciudadana van a hablarle con regocijo de penes y vaginas en lo que imaginan una intolerable provocación, hoy que provocan más los curas con el sermón del domingo que los discursos políticos que dan las actrices porno en los salones eróticos a los que ya solo acuden los catetos a ver su primera teta en vivo.
Así que en lugar de terminar con los disfraces de genitales, la ordenanza antidespedidas y antipenes de Málaga corre el peligro de darles vida y sentido. Otra cosa es el decoro, que es algo difícil de definir en las leyes. Cuando alguien intenta poner negro sobre blanco que no está permitido vestir poca ropa, enseguida nos preguntamos cuánta ropa es suficiente. En San Sebastián había un paisano ya mayor que montaba una bici desnudo y llevaba al aire lo que mi madre llamaba graciosamente «el corchito» y una mochila. De ahí en adelante, lo de ir tapado es un concepto confuso. Notamos que en lo de Málaga no solo se entiende la necesidad de ir vestido sino de ir «bien vestido», y este es otro charco importante pues la elegancia necesita la referencia del mal gusto como la luz precisa de la sombra para entenderla. Vale que hay gente que va por la calle para mandarla a cambiarse, pero el dicho que de que alguien viste como para que lo fusilen debería quedarse en una forma de hablar.
Las únicas leyes efectivas que deben prohibir el pene en la cabeza serían las del buen gusto. A mí, llevar un mandado en la frente siempre me pareció algo zafio, pero si por vestir pechos de goma eva a uno lo van a perseguir los policías municipales por la calle Larios, hay que reconocer que la cosa se pone más interesante.