Primo de Rivera, ese dictador apoyado por el PSOE
Cuando el político se convierte en historiador fracasa, porque no hace su trabajo ‘sine ira et studio’, sino que piensa en el rédito electoral y se sirve del activismo
El lunes 24 de abril, haciendo coincidir la fecha con el 120 aniversario de su nacimiento, fue exhumado el fundador de Falange José Antonio Primo de Rivera como parte de la aplicación de la ley de Memoria Democrática aprobada gracias al apoyo que Bildu, Podemos y PNV brindaron a Pedro Sánchez.
En presencia de algunos seres queridos se intentó llevar a cabo una discreta exhumación a primera hora de la mañana para inhumarlo de nuevo en el Cementerio de San Isidro. Los familiares previamente habían rechazado el ofrecimiento del Gobierno para que el cuerpo descansara en la Basílica del Valle de Cuelgamuros (llamado Valle de los Caídos hasta su «resignificación» en octubre de 2022). El cuerpo pudo haber permanecido en la basílica pero no en el lugar destacado que ocupaba hasta ahora, junto al altar mayor, sino en una de las criptas de los laterales en las que reposan unas 34.000 personas víctimas de los dos bandos enfrentados en la Guerra Civil española. No se le podía sacar del Valle sin más. José Antonio sí tenía la condición de víctima de nuestra contienda fratricida patria, ya que el líder falangista no participó activamente en el levantamiento, algo del todo imposible, ya que cuando este se produjo estaba bajo rejas. Llevaba preso desde marzo por supuesta tenencia ilícita de armas, primero en la cárcel Modelo de Madrid y luego en Alicante. Meses más tarde sería fusilado, concretamente el 20 de noviembre de 1936, tras un dudoso proceso judicial. Hay quien afirma que Largo Caballero pudo estar detrás de aquella muerte.
No tenía ya demasiado sentido que, después de la exhumación de Franco, José Antonio permaneciese en el Valle, así que a la familia no le quedaron muchas opciones y pidieron el traslado. Lo que debería haber sido un paseo respetuoso, tranquilo, comedido y sin exposición mediática, —y así fue en cierta medida— los políticos y periodistas se empeñaron en transformarlo en un espectáculo que fue mutando de sainete a vodevil, para terminar en grotesca astracanada. ¿Cómo no sacar rédito electoral de algo así?
El ruido de algunos extremistas fanatizados que intentaron colarse en San Isidro se juntó con el ruido político y mediático que había empezado a repiquetear en las jornadas previas. El 20 de abril Jaume Asens, presidente de Unidas Podemos en el Congreso de los Diputados, enardecía a sus seguidores llamando «dictador» a José Antonio. Evidentemente estaba confundiéndolo con su padre Miguel Primo de Rivera, militar español que dio un golpe de Estado en 1923 —que gozó de cierta popularidad— para establecer una dictadura hasta 1930.
Por si esto fuera poco, en el magazín de noticias Hablando Claro de RTVE, volvieron a confundir al hijo con el padre, mientras traían la exhumación a debate, con una proyección de imágenes en pantalla en las que figuraba una fotografía de Miguel Primo de Rivera tomada hacia 1920. Los tuiteros no tardaron en hacerse eco del equívoco.
Luis Arroyo, sociólogo y presidente del Ateneo de Madrid, en un arrebato de intensidad inflamada comentó en aquel programa: «José Antonio es verdad que fue asesinado justo antes de la guerra [no es verdad], pero era hijo del dictador y era la representación del fascismo, un fascista redomado [sí, pero con matices]».
En otro programa de Hablando Claro el director adjunto de El Español Fernando Garea comentó sobre el Valle de los Caídos: «Lo que yo sostengo —y perdón que puede parecer muy bruto— es que hay que tirarlo abajo, hay que volarlo». Pues sí, Fernando, sí que sonó algo «bruto».
Lo que parece claro es que la izquierda no se conforma con haber sacado los restos de Franco y José Antonio, ni con haber cambiado el nombre al Valle de los Caídos. Quiere seguir adelante con ese proceso de «resignificación» (horrible palabra donde las haya). Y llegarán hasta donde haga falta con tal de seguir rentabilizando la memoria histórica (más bien histérica) y las consignas guerracivilistas iniciadas por Rodríguez Zapatero.
El académico Enrique Moradiellos ha impugnado en varias ocasiones el concepto de memoria histórica, pues la historia «no puede ser ni ficción, ni subjetiva, ni arbitraria, ni caprichosa». La historia no es memoria, sino memorias y las memorias se enfrentan, se cotejan y en ocasiones se anulan unas a otras. La memoria es individual, personal, y por tanto subjetiva. El historiador debe mirar al pasado sin encono sectario. Por eso el político cuando se convierte en historiador fracasa, porque no hace su trabajo sine ira et studio, sino que está pensando en el rédito electoral y para ello se sirve continuamente de una herramienta: el activismo.
Lo que prima es imponer un relato, algo parecido a lo que hizo Franco sirviéndose de la figura de José Antonio. En eso no difieren mucho socialistas, morados, nacionalistas, independentistas, etc. de los que dieron forma al Movimiento Nacional. Mal que les pese. Al final lo de menos es la reparación de las víctimas. Y mucho menos tratar de sumergirse en los múltiples grises de los que se compone la historia. El historiador Julián Casanova comentó al respecto de la exhumación en su cuenta de Twitter: «Muchos historiadores en el mundo somos partidarios de mantener/conservar los nombres de lugares de memoria como fueron concebidos. Y explicarlo. Cambiar los nombres, «resignificar» los monumentos, adaptarlos al presente, no es la mejor solución». Lleva razón. La iconoclastia y el presentismo nunca ayudan a comprender el pasado.
Cuando intentas imponer un relato oficial desde el poder político, siempre con el atento socorro del poder mediático, al final hay otros relatos que no se ajustan y quedan fuera. Pongamos un ejemplo. En el relato perfecto —en la calenturienta mente de Jaume Asens— José Antonio había de ser, por la fuerza, un cruel dictador para que todo encajase. Un vil tirano como Franco o como su padre Miguel (con el que casi seguro su cabeza estaba fusionando).
¿Sabrá Jaume Asens (insigne miembro de Podemos de Barcelona aupado por el PSC; ahora yolandista) que los socialistas colaboraron con la dictadura de Miguel Primo de Rivera? ¿Sabrá que, descontando Unión Patriótica (el partido único), el PSOE fue el único partido al que se le permitió permanecer en la legalidad? ¿Sabrá que Largo Caballero —el que más tarde fuera apodado «el Lenin español»— se convirtió en esos años en miembro del Consejo de Estado? ¿Sabrá que UGT, gracias a Primo de Rivera, se convirtió en el sindicato de clase más importante de España? ¿Sabrá que Juan Negrín ingresó en el partido socialista durante la dictadura de Primo de Rivera? O mejor aún… ¿Sabrá Jaume Asens que Indalecio Prieto y José Antonio Primo de Rivera (hijo del dictador) se profesaban cierta admiración? Y lo más importante: ¿le interesa a Jaume Asens saber todos estos datos?