¿Tiene la culpa la pornografía del aumento de las violaciones? Tres expertos responden
Repasamos los efectos de la pornografía: riesgo de adicción, problemas en la pareja y también posibles beneficios
En internet existen más de 500 millones de webs pornográficas. Según SimilarWeb, tres de las 15 páginas más visitadas del mundo son de contenido adulto. España, siendo el 30º país del mundo en población, ocupa el undécimo puesto en número de visitas al popular portal PornHub.
Son sólo tres datos que hablan del cada vez mayor consumo de pornografía, así como de su fácil acceso. Ante esta realidad, cabe preguntarse si el visionado de estos contenidos es beneficioso o si, por el contrario, presenta riesgos. El doctor Alejandro Villena es de la segunda opinión. Este miércoles salió a la venta su libro ¿Por qué no? Cómo prevenir y ayudar en la adicción a la pornografía (Alienta Editorial, 2023), que, como su título indica, advierte de la naturaleza adictiva del porno y sobre sus peligros asociados.
Villena señala a THE OBJECTIVE que a la clínica donde trabaja acuden numerosas personas que demandan ayuda porque tienen «falta de control» y porque «quieren dejar el porno y son incapaces». Además de en su experiencia diaria, el psicólogo clínico fundamenta su argumento en los estudios neurobiológicos que, explica, hablan del impacto de la pornografía en el sistema de recompensa y en las cortezas frontal y prefrontal del cerebro. Estas áreas, precisa, están involucradas en la toma de decisiones, en la inteligencia, en la voluntad, en el control de los impulsos, en la memoria y en la atención.
El doctor Pedro Villegas, especializado en sexología médica, está de acuerdo: «La pornografía tiene todos los elementos para provocar una adicción», entre los que cita la recompensa y la descarga de dopamina. «Se parece muchísimo a la comida rápida o a las drogas comunes», remacha. Villegas cuenta que entre el 60% y el 70% de los pacientes que trata sufren problemas de adicción al porno.
Por su parte, la sexóloga Loola Pérez, autora del libro Maldita feminista (Seix Barral, 2020), comparte que los contenidos adultos pueden llegar a convertirse en una adicción, tal y como ocurre con otras sustancias. No obstante, matiza que no todo el que los consuma se convertirá en un adicto. Además, defiende la pornografía como «producto cultural» que a lo largo del tiempo ha servido para expresar «la inquietud artística o la transgresión sexual».
Los efectos de la pornografía
Que la pornografía engancha parece indiscutible. La siguiente pregunta es si es malo que así sea. A fin de cuentas, otras actividades buenas, como el running, también son adictivas por efecto de las endorfinas que producen.
Por ejemplo, Pérez apunta a que el porno «puede incentivar el conocimiento de nuestros cuerpos, activar el deseo o permitirnos explorar nuestra sexualidad de una forma segura». También puede ser una herramienta para «acercarse a una esfera de su vida, a menudo reprimida y asociada con valores morales». En concreto, la también psicóloga señala que a las mujeres «les facilita la exploración de unos límites que tradicionalmente le han sido negados». Por tanto, más allá del «porno malo, que existe igual que existe el arte malo», Pérez considera que la pornografía «no constituye un riesgo per se».
Villena, sin embargo, señala que el porno da placer y estimula el deseo a corto plazo —«si no, nadie lo usaría»— pero que es «un problema en sí mismo» que «no ayuda nunca y entorpece siempre». Entre los problemas que provoca, el psicólogo clínico enumera la rebaja de la excitación, la falta de satisfacción en la pareja, las secuelas en la vida profesional o académica, la alteración del sueño y, en casos extremos, contratiempos económicos o legales (estos últimos por el uso de pornografía infantil). Además, el autor de ¿Por qué no? insiste en las «graves consecuencias» de la pornografía a la hora de fomentar la visión de la mujer como un objeto y en la forma en que estamos viviendo la sexualidad, «compulsiva, rápida, despersonalizada y poco humana».
Villegas, por su parte, afirma que el porno «tiene pocos beneficios y son relativos». Señala que produce excitación, pero en contrapartida tiende a disminuir las fantasías de la persona y, con el tiempo, disminuye el deseo sexual. Añade que el abuso de la pornografía impide, especialmente a los jóvenes, aprender las habilidades sociales propias del cortejo, con la consecuente ausencia de conexión social o empatía.
Educación sexual
«La educación sexual en este país es como la justicia: invisible», bromea el doctor Villegas. En su opinión, la transmisión de esos conocimientos debería ser responsabilidad de las familias, pero «como las familias ya están mal educadas», apunta al papel del Estado. En este sentido, lamenta que quienes dan formación sexual en centros educativos a veces terminan denunciados por los «dictadores de la moral».
Por su parte, Villena echa mano de la famosa frase atribuida a Pitágoras: «Eduquemos a los niños y no será necesario castigar a los adultos». Para el psicólogo, la educación es «la herramienta más poderosa con la que contamos para darles verdadera libertad a los adolescentes, así como un criterio para distinguir entre la sexualidad y la pornografía». Y es que, argumenta, el porno no es una manera saludable ni real de representar la sexualidad.
Para Loola Pérez, no hay que educar contra el porno, sino más bien «desmitificarlo» y facilitar que las personas se conozcan, se acepten, aprendan a satisfacerse y sepan crear relaciones sanas, positivas y responsables.
¿A más porno más violaciones?
En los últimos tiempos han crecido las voces que apuntan a que la pornografía ha pasado a constituir la principal educación sexual para los jóvenes, lo que algunos relacionan con el aumento de delitos sexuales. Esta corriente apunta particularmente a las violaciones en grupo, las llamadas ‘manadas’, como efectos visibles del avance de la cultura del porno.
El Gobierno de Pedro Sánchez no ha sido ajeno a esta concepción y ha mostrado su preocupación hacia la pornografía desde el mismo inicio de la legislatura, es decir, desde el acuerdo de coalición que firmaron PSOE y Unidas Podemos en diciembre de 2019. El documento afirma que el Ejecutivo «protegerá a los menores de la creación, difusión y exposición de pornografía». Esta voluntad se trasladó a la posibilidad de que el PSOE incluyera prohibiciones a la pornografía en su ley para abolir la prostitución, y así dar coba a una reivindicación de parte del movimiento feminista, pero las acabó descartando.
El desvelo del Gobierno va en la línea del de otros organismos públicos. La Fiscalía General del Estado, a través del Fiscal de Sala Coordinador de Menores, Eduardo Esteban, advirtió en marzo del «efecto criminógeno» de la pornografía. «No tenemos ninguna duda, es una cosa muy obvia que el acceso cada vez más joven a la pornografía está provocando una descomposición, una pérdida tremenda de los valores, una banalización del sexo absoluta», afirmó el fiscal en declaraciones a Europa Press.
A Esteban le preocupa especialmente que la educación sexual de los menores no sea «adecuada ni suficiente», de forma que el porno se convierte en la referencia para ellos. La visión que la pornografía transmite sobre el sexo es, en palabras del fiscal, «errónea y violenta». Así pues, Esteban anima a familias, colegios y autoridades a asumir su «responsabilidad» en la educación sexual de los menores.
Según cifras de Interior, las agresiones sexuales con penetración cometidas por la población general se han incrementado un 67,4% entre 2012 y 2021 y llevan seis años seguidos al alza con excepción de 2020 (presumiblemente por la pandemia). Además, poniendo el foco específicamente en los jóvenes, el Instituto Nacional de Estadística (INE) contabilizó 609 delitos de naturaleza sexual cometidos por menores en 2021, lo que supone un 27,7% más que el año anterior y un 11,1% más que en 2019.
La pregunta es: ¿puede vincularse este ascenso a la pornografía o no hay una relación causal? Loola Pérez opina que en la violencia sexual convergen distintos factores y que, aunque pueda tener cierta conexión con el consumo de porno, «no constituye una relación causa-efecto». «Podríamos decir que el consumo de pornografía es la gasolina para una persona que ya está en llamas», apunta la sexóloga, «no constituye el factor principal ni el más predisponente a la hora de cometer un delito sexual».
El doctor Villena difiere. Afirma que, tras haber revisado de forma sistemática los datos de los últimos veinte años, «claramente» hay una relación. Para el psicólogo clínico, el porno favorece la agresividad física y verbal, la coerción sexual, la visión cosificante y deshumanizante de la mujer y la tendencia a incorporar mitos sobre la violación (como culpar a la víctima y no al agresor). Villena no tiene problema en reconocer que «la violencia sexual no sólo se explica por la pornografía» y que «hay muchas aristas en este problema social». Pese a ello, no tiene dudas de que la pornografía es una variable más que «potencia, normaliza, erotiza y legitima la violencia».