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El cierre en falso de la pandemia

La OMS ha decretado que la covid ha dejado de ser una amenaza para la salud, pero tres años después no tenemos una certeza científica sobre el origen del virus

El cierre en falso de la pandemia

Ilustración de Erich Gordon.

El pasado 5 de mayo, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, dio por concluida la Emergencia de salud pública de trascendencia internacional provocada por el SARS-CoV-2 y que él mismo había anunciado el 30 de enero de 2020. Pero dejó claro que este anuncio no significaba que «la covid haya dejado de ser una amenaza para la salud mundial», pues el virus «sigue matando y mutando, y el riesgo de que surjan nuevas variantes que provoquen aumentos repentinos de casos y muertes no ha terminado» (aquí un interesante artículo sobre el futuro del coronavirus).

Lo que hemos pasado con la pandemia ha sido largo y doloroso (figura 1) y, sin embargo, algunos de sus aspectos continúan sin aclararse. Tal vez, el más importante desde el punto de vista científico sea saber cómo se originó. Existen dos grandes posibilidades: o nos contagiaron directamente los animales salvajes (así es como se producen las infecciones zoonóticas) o el virus se acabó por accidente de un laboratorio.

Lastimosamente, la falta de limpidez de las autoridades chinas impidió durante un año la visita de una delegación de la OMS para que ayudara a esclarecer el origen de la pandemia. Pero cuando llegó en enero de 2021 a Wuhan (China) se encontró con impedimentos para acceder a los datos. Sin olvidar que un año antes la Autoridad Nacional de Salud de ese país ya había ordenado destruir muestras por «razones de bioseguridad» (es imposible saber cuánta información se habrá perdido para siempre). Además, tras la visita y haciendo gala de un cinismo bastante tosco, la Administración china llegó a indicar que el origen de la covid debía investigarse en otros países, particularmente, en el laboratorio militar de Fort Detrick (Texas).

Desde el principio, China rechazó de plano que la venta de animales vivos en sus mercados fuera responsable de la pandemia. Este relato oficial se impuso de tal forma que el informe sobre la visita de la OMS a Wuhan acabó refrendándolo: «No se encontraron documentos que verificaran la venta de mamíferos vivos alrededor de 2019» (p. 98). 

Sin embargo, meses más tarde, un artículo publicado en Nature descubría que en los mercados de Wuhan, entre mayo de 2017 y noviembre de 2019, se habían vendido 47.381 animales de 38 especies, de ellas, 31 eran salvajes. Curiosamente, no figuraban pangolines ni murciélagos. Ante esto, puede pensarse que, como ocurre en el ajedrez, las autoridades chinas prefirieron sacrificar a la reina (la pureza de los mercados de Wuhan) para proteger al rey, es decir, los dos centros de investigación que en esa ciudad ribereña trabajan con coronavirus: el Instituto de Virología de Wuhan (WIV, por sus siglas en inglés) y el Centro de Control de Enfermedades de Wuhan (WCDCP, por sus siglas en inglés).

En una reciente, inquisitiva y recomendable entrevista a Anthony Fauci, uno de los grandes popes de la infectología y asesor de los presidentes Trump y Biden para la covid, esto es lo que respondía con relación a los orígenes del virus: «Hasta que haya una prueba definitiva en un sentido u otro, es esencial tener una mente abierta […], aunque hay que distinguir entre posible y probable. Si considero lo que es posible, tengo la mente abierta hasta que dispongamos de una prueba definitiva de una [posibilidad] frente a la otra. Sin embargo, como científico, no puedo ignorar la acumulación de pruebas que favorece a la una [la zoonosis] frente a la otra [la fuga del laboratorio]».

Anthony Fauci en una rueda de prensa de la Casa Blanca sobre la covid-19, el 16 de abril de 2020. | Casa Blanca / Andrea Hanks

En pocas palabras, seguimos igual que hace de tres años y medio, sin tener una certeza científica sobre el origen del virus. Pues, como subrayó Tedros Adhanom, el pasado mes de abril, «sin un acceso pleno a la información que tiene China» sobre la pandemia, lo que tenemos acerca de cómo surgió «son todo hipótesis» y, aunque alguna «quizá sea más plausible, no constituye la respuesta definitiva», por lo que es preciso que el país asiático «coopere». 

En esta misma línea incidían las declaraciones recientes del asesor de Seguridad Nacional de EEUU, Jake Sullivan, en las que aseguraba que las agencias de inteligencia estadunidenses barajan «distintos puntos de vista», al «no disponerse de suficiente información». Aunque existe el consenso de que el coronavirus no fue el resultado de un programa de armas biológicas. 

«¿Hay motivos para no descartar categóricamente una fuga del laboratorio? La respuesta es afirmativa»

Entonces, ¿hay motivos para no descartar categóricamente una fuga del laboratorio? La respuesta es afirmativa. Además de los ya expuestos, se pueden añadir algunos más sin agotar el tema.

Durante la mayor parte de 2020, la idea de que el SARS-CoV-2 pudo haberse escapado del WIV gozó de escaso crédito, cuando no se etiquetó directamente de teoría conspiratoria. Sin embargo, esta posibilidad empezó a ganar apoyos en los primeros meses de 2021, gracias a la irreductible renuencia del Gobierno chino a cooperar en la investigación sobre el origen de la pandemia que, entre otras cosas, acabó materializándose en la decepción que causó el informe de la comisión de la OMS enviada a Wuhan. Pues, aparte de lo ya comentado sobre la venta de animales, apenas si dedicaba tres párrafos (pp. 118-119) a la posibilidad de un accidente de laboratorio. Cuando era conocido que en el WIV se investiga con coronavirus, al menos, desde 2005. 

Con el advenimiento de la ingeniería genética en la década de 1970, los que encuentran en la conspiración explicaciones para lo que sucede en el mundo han visto detrás de casi todas las enfermedades infecciosas emergentes, desde el sida hasta el ébola, la mano humana. Aun teniendo esto presente, lo cierto es que en Wuhan, ciudad donde se detectó el brote por primera vez, los científicos han hostigado a los coronavirus en el laboratorio mediante técnicas de ganancia de función (GoF, por sus siglas en inglés) o de otro tipo, con las que se pueden introducir modificaciones en un microorganismo para, luego, observar los cambios en su capacidad patogénica y de contagio, o qué espectro de seres vivos alcanza a infectar.

De inmediato, cualquiera se percata de los riesgos de bioseguridad y bioprotección que entrañan este tipo de prácticas y su potencial para convertirse en una tecnología de doble uso, es decir, la encaminada no solo a las aplicaciones civiles (vacunas) sino también militares (guerra biológica). Este es un viejo tema: instrumentos frente a armas, que es justo el núcleo del debate actual sobre la inteligencia artificial y sus potenciales usos.

Las controversias sobre la GoF tienen ya una antigüedad, estallaron en 2005 con la caracterización del genoma del virus de la influenza A (H1N1) causante de la pandemia de 1918. Logro que mostró con nitidez los riesgos potenciales de este tipo de técnicas y, por ende, la necesidad de regularlas. A comienzos de la década pasada, las manipulaciones genéticas llevadas a cabo en el virus de la gripe aviar H5N1, cuya tasa de mortalidad en nuestra especie supera el 50%, consiguieron aumentar su transmisión por vía aérea en animales de laboratorio. Es comprensible que los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por sus siglas en inglés) de EEUU, los financiadores, se alarmaran.

«Lo de menos es la técnica empleada porque lo que de verdad importa es el riesgo de que se abra la caja de Pandora»

Así las cosas, en 2014, varios organismos gubernamentales estadounidenses anunciaron una moratoria para los fondos de investigación destinados a los virus de la gripe y los coronavirus responsables del SARS (que también debutó en China en 2002) y el MERS (síndrome respiratorio de Oriente Medio). Al tiempo que encargaban al Consejo Asesor Científico Nacional para la Bioseguridad (NSABB, por sus siglas en inglés) y otras entidades de asesorar a la Administración federal estadounidense. No debe pasar por alto que el NSABB forma parte de los NIH.

En diciembre de 2017, algunos de los estudios paralizados por la moratoria se volvieron a reanudar con el visto bueno del NSABB. Y, en 2019, el Gobierno norteamericano reabrió la financiación para nuevas investigaciones sobre la gripe aviar H5N1 con técnicas de GoF. (Aquí, aquí y aquí se explica con más detalle lo resumido en estos apretados párrafos.)

Es importante comprender que la GoF puede ser una eficaz y beneficiosa técnica por su papel en el desarrollo de vacunas o tratamientos contra el cáncer. Lo que no es óbice para cuestionarla, especialmente, cuando se usa para crear posibles patógenos pandémicos. En este escenario lo de menos es la técnica empleada (a veces los debates se enquistan en este punto) porque lo que de verdad importa es el riesgo de que se abra la caja de Pandora.

El WIV no es una ominosa organización secreta emplazada en un búnker inaccesible. Al contrario, es una institución sobradamente conocida que alberga la colección quizá más grande del mundo de coronavirus procedentes de murciélagos salvajes y que incluye al menos un virus parecido al SARS-CoV-2, el RaTG13, descubierto en 2013 y también objeto de polémicas. Sus científicos, en especial la mediática viróloga china Shi Zhengli, se sirven en sus investigaciones de técnicas capaces de modificar las propiedades de los virus. 

Durante años, los trabajos realizados en el WIV recibieron fondos de EE UU y Europa. Una porción de esa financiación se hizo a través de los NIH que, a su vez, se valieron de EcoHealth Alliance, una organización no gubernamental que entre 2016 y 2019 canalizó 600.000 dólares al WIV. Una parte de estos fondos federales estadounidenses estaban destinados a «garantizar el control de calidad en el almacenaje de las muestras y los ensayos». 

Peter Daszak es el presidente y director científico de EcoHealth, y fue uno de los 27 firmantes que, al poco comenzar la pandemia (febrero de 2020), trataron de silenciar el debate sobre la posibilidad de una fuga de laboratorio mediante una carta ―no un artículo científico― publicada en Lancet. En ella podía leerse: «Nos unimos para condenar enérgicamente las teorías de conspiración que sugieren que la covid no tiene un origen natural». Hay que advertir que una fuga de laboratorio no es una conspiración, sino un accidente. Los firmantes se despedían «declarando que no incurrían en conflicto de intereses». Tal vez, por esta razón, Daszak formó parte del equipo de expertos de la comisión de la OMS que visitó China a comienzos de 2021. 

«El Gobierno chino no han mostrado interés en investigar un posible accidente de laboratorio»

Sea como fuere, es un hecho irrefutable que en Wuhan, donde se detectó por primera vez el brote, hay científicos que experimentan con coronavirus. Lo que no puede llevarnos a afirmar que un accidente de laboratorio iniciara la pandemia, ya que no basta con decir que los accidentes ocurren, sino que hay que demostrar que han sucedido. Pero es una realidad que el Gobierno chino y diversos especialistas en infectología no han mostrado interés en investigar un posible accidente de laboratorio. ¿Por qué esta actitud tan poco científica? 

La reflexión de Filippa Lentzos nos proporciona un porqué: «Como en casi todas las cosas de esta vida, existen juegos de poder. Hay agendas que forman parte de la comunidad científica. Y, al igual que ocurre en cualquier otra comunidad, hay fuertes intereses creados. Hubo personas que no hablaron de esto porque temían por sus carreras. Temían por sus subvenciones». Así que mejor sustraer los riesgos de ciertas investigaciones al escrutinio público.

Para finalizar no puede dejarse de formular dos preguntas incómodas pero insoslayables: ¿qué ocurriría si se concluyera que la pandemia fue el resultado de un accidente de laboratorio?, ¿cabría pedir reparaciones por los daños y perjuicios sufridos? Lo más plausible es que nunca tengan una respuesta.

La predicción, prevención y mitigación de las pandemias es una ciencia fatalmente inexacta, donde la incertidumbre abunda más que la certidumbre, ya que apenas tenemos pandemias para estudiar. Por lo que sucede que, en no pocas ocasiones, este desconocimiento se convierte en presa fácil para la ficción. Por lo que viene al caso recordar la inquietante máxima que Goldfinger, nombre del villano de la película a la que le da título, espetó a James Bond: «Una vez es casualidad, dos veces es coincidencia, la tercera vez es una operación del enemigo».

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