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Incendios imposibles de apagar: cómo aprender a vivir con ellos

En España, los expertos observan menos focos, pero más grandes e intensos, lo cual los hace más peligrosos

Incendios imposibles de apagar: cómo aprender a vivir con ellos

Llamas del incendio forestal en los montes de la localidad cántabra de Fresneda (Cantabria) el pasado mes de marzo. | Pedro Puente Hoyos (EFE)

El Mediterráneo es pasto de las llamas. En Grecia, los bomberos han logrado contener los incendios forestales que tuvieron lugar en el centro del país y en las islas de Rodas, Corfú y Eubea, y que destruyeron decenas de miles de hectáreas boscosas. En tanto, Sicilia (Italia) registró más de 300 incendios que calcinaron casi un millar de hectáreas. Y otra tragedia debida a las llamas resulta difícil de olvidar en la región de Cabilia (Argelia), donde este verano murieron 34 personas porque el fuego se volvió arduo de apagar.

«Teniendo en cuenta las actuales previsiones climáticas, el período de riesgo de incendio será cada vez mayor y los incendios más intensos, afectando a mayor superficie», declara a SINC Mercedes Guijarro, investigadora en el Instituto de Ciencias Forestales (INIA-CSIC).

«Los numerosos fuegos de los últimos años han demostrado, por desgracia, que la crisis climática ha llegado a nuestras puertas«, lamenta Isabel Gabei, miembro del proyecto Pyrophob, que investiga los bosques quemados en Alemania. «Estos devastadores fenómenos nunca deben aceptarse ni tomarse a la ligera. Los incendios forestales destruyen espacios naturales y perturban el desarrollo natural«, añade.

A una y otra orilla del Mediterráneo, el peligro del fuego estival parece extenderse. «La frecuencia de los incendios en la región forestal del sur del Mediterráneo, sobre todo en el norte de Marruecos y Argelia, hasta Túnez, está aumentando, con un trágico impacto en vidas humanas», señala, por su parte, el conservacionista marroquí Houssine Nibani (ver despiece).

Situación crítica en España 

El 39 % del total del área afectada por incendios en la Unión Europea, durante 2022, correspondió a superficie del territorio español. El año pasado fue uno de los más severos en la historia del Estado, con la quema de 310 000 hectáreas. Así lo registra el informe Incendios forestales publicado por el CSIC el pasado mes de junio. 

En especial, se destaca el impacto de las llamas en el noroeste peninsular, donde la concentración de grandes incendios forestales (GIF) ascendió a un 45 % en 2022, según el mismo informe.

«Esta clase de fuegos se caracterizan por superar las 500 hectáreas quemadas«, explica Cristina Santín, científica Ramón y Cajal en el Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (IMIB).  El abandono rural, la deforestación y el incremento de las temperaturas componen un cambio global que agrava la problemática de los GIF en la península ibérica.

Megaincendios y los de sexta generación

En este contexto, cada vez más expertos y medios de comunicación optan por hablar de megaincendios. «No es un término muy claro, pero se utiliza para referirse a fuegos tan grandes e intensos que, por muchos medios que se pongan a disposición, se encuentran fuera de la capacidad de supresión«, describe Santín.

«El año pasado en España fue desastroso en cuanto a cantidad de hectáreas arrasadas, pero en general no vemos unas tendencias claras de que el área total quemada esté en aumento. Lo que sí observamos es que hay menos incendios, pero estos son más extensos y peligrosos, con impactos más negativos y costosos», añade la investigadora del IMIB.

Otra clasificación que está cobrando presencia son los incendios de sexta generación. «Se utiliza, sobre todo, en España y el Mediterráneo porque comenzó con los bomberos de Cataluña, que son uno de los mejores equipos a escala mundial», detalla Santín. «Estos fuegos liberan tanta energía a la atmósfera que todo se desestabiliza a su alrededor y generan tormentas eléctricas, lo que provoca más llamas. Es una situación un poco apocalíptica», alerta.

Entre las causas de estos incendios, la experta menciona los efectos el cambio climático en conjunción con «las grandes extensiones de vegetación uniforme», donde han mermado los usos diferenciados del suelo, a causa del  éxodo rural. Esta combinación hace que los terrenos estén «muy disponibles» para las llamas, lo cual «influye en la inestabilidad atmosférica que, a su vez, permite la proliferación de esta clase de fenómenos».

La necesidad de fuego

«No podemos esperar que los incendios forestales puedan eliminarse, aunque aumente la inversión en prevención y extinción», sostiene Guijarro. «Tenemos que aprender a convivir con esta realidad, apostando por una gestión y unos comportamientos que permitan que los incendios, siendo inevitables, sean sostenibles social, económica y ecológicamente».

Por su parte, Santín señala que «los incendios forman parte de nuestro planeta desde hace más de 420 millones de años«. En este sentido, «hay muchas plantas y animales que se han adaptado al fuego de una manera tan profunda que incluso lo necesitan».

De hecho, los incendios también tienen aspectos positivos, aduce la investigadora del IMIB. «Por ejemplo, el pino bankiana, que se encuentra en el bosque boreal de Canadá, necesita un fuego que elimine los árboles más envejecidos para dejar espacio a las nuevas colecciones, completando así su ciclo vital. Además, esta especie tiene unas semillas que germinan muy bien tras los incendios».

En la misma línea, uno de los resultados más prometedores del proyecto Pyrophob es que «la regeneración natural se produjo rápidamente en las parcelas investigadas después de los incendios», destaca Gabei.

«Observamos un gran número de álamos temblones que se establecieron por germinación. La vegetación regresaba incluso más diversa que antes. Después de que el mismo terreno ardiera otra vez el año pasado, volvieron a brotar a las pocas semanas, literalmente, como el Ave Fénix de sus cenizas. La naturaleza se ayuda a sí misma«.

Por tanto, aprender a vivir con el fuego es el principal mensaje que la comunidad científica quiere transmitir a la población, tal y como acordaron por unanimidad los expertos involucrados en el informe del CSIC del pasado junio, y como reiteran las investigadoras Guijarro y Santín.

«Como las inundaciones o los terremotos, los incendios son desastres naturales que van a suceder. Necesitamos entender eso y concienciarnos para estar lo más seguros posible: saber qué tenemos que hacer cuando ocurran y contribuir a que nuestros paisajes y sociedades sean lo más resilientes a ellos. Es decir, trabajar para que el fuego tenga un impacto menos negativo«, explica Santín.

Medidas para mitigar los daños

Existen diferentes métodos para paliar las consecuencias de las llamas. De manera individual, Guijarro propone «actuar de forma preventiva, no llevando a cabo actividades que incrementen el riesgo de iniciar un incendio». Desde Pyrophob abogan por «atender a las advertencias e instrucciones locales e informar a las autoridades ante la presencia de humos sospechosos«, así como por «educar a amigos y familiares sobre los incendios forestales e involucrarse en la protección del medio ambiente».

Santín defiende una gestión integrada: «No se trata solo de extinguir el fuego, sino de administrar nuestro paisaje para que esté más fragmentado«, en cuanto a usos y biodiversidad. La investigadora señala que «las grandes extensiones de vegetación tienen aportaciones positivas, como el secuestro de carbono o el posible aumento de la diversidad biológica, pero también conllevan un mayor volumen de combustible que facilita el desarrollo de GIF».

Por este motivo, la investigadora del IMIB apuesta por los «paisajes mosaico«. Es decir, «un espacio rural donde cada zona tiene un uso diferenciado, como piezas de un puzle. De este modo, el fuego alcanzaría zonas sin vegetación, o sea, sin combustible, lo que evitaría su propagación«.

Otro aspecto importante es «la mejora del entendimiento entre la población rural, que habita en el medio que sufre los incendios, y la población urbana, que disfruta de ese medio, pero que no siempre lo conoce ni lo comprende», afirma Guijarro. «También es necesario hacer hincapié en la educación y la formación», añade.

Un problema global

En cuanto a medidas internacionales, «urge cambiar de rumbo ante el creciente riesgo de incendios forestales y seguir adelante con la reconversión forestal», reclama Gabei. «Nuestros bosques necesitan más estructuras que refresquen el suelo y mejoren la retención del agua«.

Entre otras propuestas, la experta de Pyrophob menciona «aumentar el apoyo financiero y las unidades especializadas, continuar la formación de equipos voluntarios, promocionar la protección de los bosques, invertir en investigación tecnológica y medioambiental, avanzar en la restauración de la naturaleza y concienciar a la población».Guijarro señala que «existiendo circunstancias comunes entre los distintos países, también existen diferencias derivadas de su situación geográfica, social, económica, usos del suelo, etcétera». En la situación actual, «es fundamental que se fortalezcan los ya existentes mecanismos de coordinación entre países, tradicionalmente desarrollados en el ámbito mediterráneo», destaca.

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