Por qué el porno no está detrás del auge de la violencia sexual (sino todo lo contrario)
El reciente aumento de los ataques a mujeres tiene múltiples causas, sin descartar el crecimiento de la inmigración
Lo habrán leído: la pornografía está detrás del auge de la violencia sexual en España. También están los mensajes «machistas y de extrema derecha» que, de un tiempo a esta parte, estarían recibiendo los jóvenes con las nuevas tecnologías. Ese es el discurso que la mayoría de medios de comunicación e instituciones han adoptado sobre un fenómeno preocupante, que es que las agresiones sexuales cometidas por menores han aumentado un 116% en el último lustro, pasando de 451 en 2017 a 974 en 2022. Sin embargo, este discurso es meramente ideológico y carece, según diversos expertos, de rigor científico.
La pornografía, con todas sus miserias, está lejos de ser una de las causas principales -mucho menos la causa única- que está detrás de la proliferación de las conocidas como manadas. El psiquiatra Pablo Malo subraya que «no está probado desde el punto de vista científico» que el porno genere violadores en potencia, y es más: «A nivel macroecológico, hay pruebas de que permitir la pornografía produjo un descenso de delitos sexuales en los lugares en donde se legalizó».
Las primeras pruebas nos remontan a 1970, cuando el profesor de Criminología Berl Kutchinsky informó de que el aumento de la pornografía no condujo a un aumento de los delitos sexuales, sino todo lo contrario: disminuyeron. Dinamarca había legalizado recientemente la pornografía, por lo que tenía que analizar las estadísticas de todo un país. Pronto también lo hicieron Suecia y Alemania Occidental. Su investigación continua demostró que el efecto era el mismo allí.
Más tarde, Kutchinsky pudo incluir en sus estudios a Estados Unidos, donde también cambiaron las leyes sobre pornografía. También sirvió de ejemplo Japón, que con el tiempo se volvió cada vez más indulgente con el porno. Las estadísticas mostraron caídas significativas en los delitos sexuales, en particular aquellos en los que los menores son víctimas o perpetradores. Así lo probó en 1999 el profesor americano de Biología Milton Diamond, que analizó los efectos de la pornografía en la caída de los delitos de violación con una perspectiva internacional.
Más recientemente, un estudio realizado por el criminólogo Richard Hartley y el psicólogo Chris Ferguson, investigadores norteamericanos, concluyó que en la literatura científica «hay pocas evidencias sobre que el consumo de pornografía esté relacionado con la agresión a las mujeres». Al contrario, «las actitudes más permisivas hacia la pornografía se correlacionan con una fuerte disminución de las violaciones y otros tipos de violencia hacia las mujeres».
El motivo sería el expuesto por el sexólogo Richard Green en 1992. Este asevera en su libro Sexual Science and the Law que los pacientes que solicitan tratamiento en clínicas para delincuentes sexuales suelen decir que la pornografía les ayuda a mantener su sexualidad anormal dentro de los límites de su imaginación.
Inmigración descontrolada
No sólo no hay evidencias científicas, sino que la evidencia empírica también desmonta la tesis. El policía Samuel Vázquez, experto en criminología, apunta a que el porno se ve en toda Europa por igual desde hace más de 20 años. Sin embargo, el auge de la violencia sexual «coincide en el espacio y en el tiempo con la llegada de la inmigración ilegal desbordada de países en cuyas sociedades la mujer no vale nada». «Así pasó en Suecia primero o Francia después», sostiene.
Para más inri, si el porno fuese la causa el aumento se produciría en todo el país, pero se ha cebado especialmente con el corredor mediterráneo, mientras que el norte peninsular apenas se ha visto afectado. De las 274 agresiones sexuales que se produjeron entre 2016 y 2021 en todo el país, casi la mitad se concentraron en Cataluña (48), Comunidad Valenciana (43) y Andalucía (41): 132.
¿Qué tienen en común estas regiones? Son las que concentran más población magrebí. Un informe de la Fundación Disenso, ligada a Vox, publicado por THE OBJECTIVE el pasado mayo, demostraba que de los 872.759 marroquíes afincados en nuestro país, la mitad están empadronados en Cataluña (238.192) y Andalucía (157.113).
Esto no significa que la inmigración desbordada sea la causa única del auge de la violencia sexual en España, pero sí es una. Quizá la más relevante y, sin embargo, la más ocultada. La pornografía serviría entonces de chivo expiatorio.
Factores culturales
El paralelismo entre el discurso oficial sobre la violencia sexual y la violencia machista está servido. En ambos casos se ha encontrado un factor único: la pornografía y el machismo, respectivamente. Un análisis reduccionista de fenómenos complejos y multicausales a partir del cual se orientan políticas y se movilizan millones de euros de dinero público sin que se cosechen resultados.
Elena del Pilar Ramallo, experta en violencia de género que es crítica con las políticas de igualdad adoptadas en los últimos años, avisa de que la pornografía «es un factor, pero no el único», por cuanto «el acceso a contenidos pornográficos desde edades muy tempranas desvirtúa las relaciones sexuales al intentar repetir los patrones violentos y de sumisión hacia la mujer». Sin embargo, «obviar el resto de los factores provoca que se aporten soluciones erróneas al problema, ya que si el diagnóstico está mal analizado o topado las medidas no serán eficaces».
«El análisis de los problemas debe realizarse sin ideologías ni prejuicios de ningún tipo, debe analizarse por expertos y técnicos con datos, no opiniones», asevera Ramallo, que considera evidente que «hay factores culturales de relación con el papel y el respeto que se tiene hacia la mujer en los países islamistas o en Marruecos, donde los feminicidios son un mal endémico estructural».
«No querer analizar estos datos alegando racismo, cuando para nada lo es, son datos y modos culturales y religiosos que forman parte de estas sociedades, es negar una realidad que, junto con otras variables, debe ser incluida en los diagnósticos sobre estas situaciones con el fin de poder determinar medidas eficaces y adecuadas», zanja la experta en violencia de género.
Que no se entienda este artículo como una apología del porno. Este genera muchos problemas a nivel socioafectivo. Algunos de estos están recogidos en ¿Por qué no? Cómo prevenir y ayudar en la adicción a la pornografía, del psicólogo Alejandro Villena, que indica que la pornografía puede aumentar la ansiedad y dificultar la capacidad de regular las emociones; entre los más jóvenes, puede afectar al rendimiento cognitivo, académico, al sueño, a la capacidad de atención y memoria. Entre todos estos efectos nocivos no figura el de convertirse en un violador.