León XIV, un papa de unidad para coser a una Iglesia y a un mundo polarizados
El gran reto del nuevo pontífice radica en restañar las divisiones internas entre los católicos

Ilustración de Alejandra Svriz.
Más allá del nuevo disco de Rosalía, si por algo ha sido noticia la Iglesia católica en este 2025 ha sido por la muerte del papa Francisco y por el subsiguiente cónclave, que eligió como su sucesor a León XIV. El discreto cardenal Robert Prevost no figuraba en la mayoría de quinielas de papables para heredar el anillo del Pescador. Por esa razón, durante los primeros meses de pontificado los ojos del mundo han permanecido atentos a sus gestos y palabras para intuir los fundamentos que guiarán su etapa en la silla de Pedro.
Para los católicos, el Espíritu Santo inspira la elección de cada pontífice con la idea, de alguna forma, de hacer frente a los desafíos de su época. Así, Juan Pablo II recibió una Iglesia dividida por el posconcilio y la condujo hacia el tercer milenio del nuevo mundo global; Benedicto XVI encaró una de las grandes cuestiones filosóficas de nuestro tiempo —el relativismo—, y trató de formular una propuesta para reconciliar fe y razón; por su parte, Francisco denunció cómo los excesos del capitalismo habían creado una «sociedad de la indiferencia» y quiso ampliar el alcance del discurso de la Iglesia para llegar a los más alejados, a lo que él llamó las «periferias».
¿Cuáles son las preguntas que plantean el mundo y la Iglesia actuales y que León XIV deberá afrontar? Uno de los principales males que afectan a ambos es sin duda la polarización. En lo secular, los últimos lustros han sido testigos de la irrupción de populismos y extremismos en política, del agravamiento del problema migratorio y del resurgir de conflictos bélicos, también en Occidente. Por otro lado, en clave eclesial, algunas de las heridas que se originaron durante el Concilio Vaticano II se han reabierto durante este pasado pontificado. En su afán por abrirse a los de fuera, Francisco pudo descuidar a los cristianos viejos, especialmente a los más tradicionales. Así al menos lo sienten algunos sectores. Como señala Miguel Ángel Quintana Paz en un agudo artículo recientemente publicado en THE OBJECTIVE, en la Iglesia actual abundan dos extremos, los católicos woke y los meapilas.
La unidad, la obsesión de León XIV
Frente a esta deriva, León ha dejado claro en sus pocos meses como nuevo papa que pretende hacer carne el lema que adorna su escudo episcopal: In Illo Uno unum, que puede traducirse como «en el Uno [Jesucristo] somos uno». En efecto, la gran política del pontificado de León está siendo y será la unidad. León parece haber detectado las divisiones de la Iglesia y ha hecho esfuerzos por restañar ciertas heridas. Ejemplos de ello son su mayor apertura hacia las comunidades que celebran la misa tradicional anterior al concilio y el haber rechazado de plano la posibilidad de ordenar a mujeres como diáconos. Asimismo, el pontífice americano ha desechado ciertas innovaciones estético-litúrgicas que había adoptado Francisco, algo que pudo observarse desde sus primeros minutos como papa, cuando salió a la logia central de San Pedro vestido con muceta roja y estola.
Todo esto no implica que León sea un papa para la derecha católica. En su haber de estos meses abundan también los gestos y palabras que continúan con el talante iniciado por Francisco. Este papa es partidario de la sinodalidad —un estilo de gobierno eclesial más colegiado que centralista—, del cuidado del medio ambiente y de la acogida de los homosexuales en la Iglesia. Además, ya ha protagonizado algún rifirrafe indirecto con el presidente de su país, Donald Trump. Las posturas moderadas de Prevost, así como una personalidad mucho más discreta que la de Francisco, permiten pronosticar que su pontificado consistirá en tender puentes, sin cambios doctrinales y sin declaraciones estridentes.
Este afán por la unidad se ha extendido, además, hacia otras confesiones cristianas. Su interés ecuménico se ha exhibido, por ejemplo, en su reciente viaje a Turquía, donde conmemoró el 1.700 aniversario del Concilio de Nicea, que une a católicos y ortodoxos. También en su acto de oración conjunto con el rey Carlos III de Inglaterra celebrado en la Capilla Sixtina en octubre, la primera vez que las cabezas de la Iglesia católica y la anglicana rezaban juntos desde la ruptura de Enrique VIII en 1534.
Una doctrina social de la Iglesia para el siglo XXI
Hasta ahora hemos hablado de los esfuerzos de León XIV por restaurar la unidad interna en el seno de la Iglesia. Pero, ¿qué hay de las divisiones que afectan al mundo? La respuesta del papa peruanoestadounidense a este reto se resume en una antigua expresión que León querrá poner de moda: la doctrina social de la Iglesia.
La doctrina social de la Iglesia es el conjunto de postulados católicos concernientes a los ámbitos sociales, económicos y políticos. Es, por tanto, un corpus de enseñanzas que necesariamente debe renovarse con los cambios de cada era. Aunque ni mucho menos fue el primero que abordó estas cuestiones, puede decirse que el primer papa que sistematizó la respuesta católica a estas preguntas fue el papa León XIII, particularmente con la publicación de su encíclica Rerum novarum (que trataba, literalmente, sobre «las cosas nuevas») en 1891. Como es natural, que Prevost haya retomado el nombre papal de León XIII tras más de un siglo sin usarse no es casualidad.
En este sentido, cabe subrayar que León XIV presenta un currículo especialmente adecuado para proponer una doctrina social de la Iglesia para el siglo XXI. Su origen estadounidense, el país del libre mercado por antonomasia, y su experiencia como misionero en países en desarrollo y como obispo en Chiclayo (Perú) le otorgan una mirada ponderada hacia la economía. Así, ante el fracaso manifiesto del socialismo y las desigualdades que produce el capitalismo salvaje, León tratará de (re)proponer una tercera vía basada en el Evangelio. Lo hará, además, con un nuevo elemento disruptor sobre el que pronunciarse: el auge de la inteligencia artificial.
La leonina salida al paso de los problemas de la Iglesia y del mundo se produce en un contexto de oportunidad para los católicos. A la buena marcha del negocio cristiano en África, América y Asia, se suman algunos datos esperanzadores en la vieja Europa: en Francia se registran récords en los bautismos de adultos y en Inglaterra los católicos son ya el doble que los anglicanos entre los jóvenes. Incluso en España el número de creyentes entre la población de 18 a 24 años de edad ha crecido ocho puntos en cinco años. O eso es lo que dice Tezanos, así que tal vez sigamos ante una cuestión de fe.
