¿Tiene algo de malo no recordar ningún número de teléfono?
La falta de hábito, la reducción en el uso y la edad son cuestiones claves
¡No me interrumpas que estoy marcando! A los que nos tocó utilizar los listines y agendas telefónicas, esta frase nos resulta muy familiar. No hay que olvidar que nuestro sistema de memoria está preparado para mantener y trabajar con información, pero es bastante vulnerable a la interferencia. Si nos interrumpen, se equivoca con facilidad.
Uno de los componentes clave en nuestra operativa diaria es la llamada memoria de trabajo. Se ocupa, entre otras cosas, de que mantengamos activos en nuestra mente materiales o información con los que desarrollar distintas tareas. Por ejemplo, marcar un número de teléfono, o sumar mentalmente los precios de los productos que echamos al carrito de la compra para saber si nos alcanza con el dinero que llevamos en el bolsillo.
Uno de los modelos más clásicos sobre su funcionamiento fue presentado por Alan Baddeley y Graham Hitch en el año 74 del siglo pasado, y muchas de sus predicciones se cumplen con precisión de relojero. Venían a decir que, cuando nuestro cerebro trabaja con un material determinado, la presentación de otro material de las mismas características provoca errores en nuestro procesamiento. De ahí que si nos hablan mientras repasamos mentalmente un número de teléfono, lo más normal es que marquemos mal.
La tecnología ayuda a que la memoria se relaje
Los últimos avances tecnológicos han permitido que nuestra memoria de trabajo se relaje, facilitando (o incluso aumentando) en gran medida nuestra capacidad para ser operativos. En la práctica implica que no necesitamos retener ningún número de teléfono en la memoria, porque las agendas de nuestros dispositivos móviles pueden marcar cualquier teléfono con solo indicar el nombre del destinatario o pulsar sobre su imagen.
Lo mismo sucede en otras actividades de la vida diaria: los coches incorporan ordenadores a bordo que indican el camino más corto a seguir para alcanzar un destino, variando el trayecto en función del tráfico o preferencias del conductor, y facilitando al mismo tiempo el desvío al repostaje si es necesario.
La duda que se nos plantea es si tanto apoyo no irá en detrimento de un sistema cerebral que, siendo plástico, requiere de su uso para mantener la plena funcionalidad. El principio de úsalo o piérdelo es directamente aplicable a nuestro sistema neuroendocrino, que demanda actividad para retener los estándares más altos de funcionamiento. No debemos pensar que nuestra memoria de trabajo es una excepción.
Hay numerosos ejemplos que nos deben poner en alerta. Un claro ejemplo es lo que sucede en el caso del miembro fantasma. Cuando se pierde un miembro, la reducción de aferencias sensoriales termina causando alteraciones en la actividad cortical de la región que procesa estas aferencias. Y eso genera patrones que provocan la sensación propia del miembro perdido.
Complementar sin sustituir
¿Quiere esto decir que debemos renunciar a las facilidades de los nuevos tiempos? Creemos que no. Los asistentes digitales complementan el funcionamiento de nuestro sistema cognitivo, apoyan su actividad y mejoran los procesos de toma de decisiones. Pero estas ayudas externas deben tener un carácter complementario y no sustitutivo del esfuerzo y la práctica diaria.
¿Cuándo son especialmente útiles estas ayudas externas? Cuando tenemos una menor capacidad de memoria de trabajo, o un daño cerebral relacionado con áreas bilaterales frontales.
En casos de lesión, dependiendo de la extensión y gravedad de la misma, se utilizan estrategias compensatorias para reducir el impacto de los déficits cognitivos en la vida diaria de la persona. Y aún así, incluso en esos casos, desde la rehabilitación neuropsicológica se intenta en primer lugar favorecer la recuperación (restitución) de las funciones cognitivas afectadas, antes de proporcionarle a la persona estrategias compensatorias o de sustitución.
Está claro que anotar información en una tableta digital, o cualquier otro dispositivo, puede liberar el consumo de recursos cognitivos limitados de nuestra memoria de trabajo, dejándolos disponibles para tareas arduas que requieran más atención. Pero ¿y si estos dispositivos planificaran por nosotros, razonasen por nosotros y tomasen decisiones por nosotros? ¿Sería igual de liberador?
Habría que preguntarles qué estado emocional tenían cuando hicieron ese trabajo por nosotros y si tuvieron en cuenta aspectos tan humanos como el «porque sí», «porque me gusta» o «porque quiero». Y si, finalmente, lo hacen –o dejamos que lo hagan–, ¿no empezaríamos a ser menos humanos?
La habilidad para mantener información activada en nuestra mente, relacionarla con la tarea actual y con recuerdos, con emociones, crear nuevas ideas, extender, estirar las ya existentes, inhibir aquello que no nos interesa, o relacionar fragmentos aparentemente alejados en nuestra memoria nos permite ser flexibles, adaptarnos a un medio cambiante y dinámico, encontrar nuevas soluciones. Es decir, nos hace creativos. ¿Debemos renunciar a estas funciones? Decida usted.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.