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Educación

Niños sin miedo al agua: prevenir los ahogamientos desde la confianza

El miedo al agua no solo dificulta el aprendizaje, sino que puede bloquear la reacción adecuada ante una emergencia

Niños sin miedo al agua: prevenir los ahogamientos desde la confianza

Dasha Petrenko/Shutterstock

Cada verano, piscinas, playas y ríos se llenan de niños deseosos de jugar y zambullirse. Pero bajo esta imagen luminosa se oculta un dato oscuro: el ahogamiento sigue siendo una de las principales causas de muerte accidental infantil en España. En 2024 se registraron 35 fallecimientos infantiles por ahogamiento, una de las tres primeras causas de muerte accidental en menores.
Mientras la prevención suele enfocarse en enseñar técnicas de natación o contratar socorristas, hay un factor igual de importante y menos visible: la relación emocional que el niño establece con el medio acuático. El miedo al agua no solo dificulta el aprendizaje, sino que puede bloquear la reacción adecuada ante una emergencia.

La buena noticia es que ese temor se puede transformar. No con presión ni imposiciones, sino con ciencia, juego y confianza, como explico en un un nuevo libro basado en mis investigaciones.

El miedo al medio acuático: una emoción aprendida

El miedo al medio acuático no es innato. Es una respuesta aprendida del sistema nervioso ante una percepción de amenaza. La amígdala cerebral, responsable de activar respuestas de alarma, interpreta el entorno acuático como peligroso si ha habido experiencias negativas previas: caídas al agua, inmersiones forzadas, separaciones abruptas del cuidador o, simplemente, falta de control.

Cuando esto ocurre, se desencadena una reacción de lucha, huida o congelación que cierra la llamada “ventana de tolerancia”, es decir, la capacidad del niño para aprender y adaptarse.

Por qué decir ‘¡Lánzate ya!’ no funciona

Prácticas como forzar la inmersión, ignorar el llanto o retirar bruscamente la tabla de apoyo pueden parecer inofensivas, pero en realidad activan una respuesta de estrés que puede dejar huella emocional. Según la teoría polivagal, si el niño se siente inseguro, su sistema nervioso lo llevará a evitar la situación, disociarse o incluso rendirse, lo que a menudo se interpreta erróneamente como “calma”.

Un enfoque sensible al trauma, como el que propone la Asociación Iberoamericana de Educación Acuática, Especial e Hidroterapia, destaca la importancia de respetar la autonomía del niño, leer su lenguaje corporal y nunca imponer actividades para las que no está preparado.

Jugar para nadar: el poder del juego

La ciencia del desarrollo infantil y la neuroplasticidad apuntan a una solución: el juego como herramienta principal para superar el miedo y aprender nuevas habilidades. El juego simbólico y progresivo permite que el niño reorganice su experiencia emocional.
Ser un “delfín”, un “pirata” o buscar “tesoros” en el fondo de la piscina transforma el escenario de amenaza en uno de aventura. Las llamadas “acciones opuestas”, como soplar burbujas en lugar de contener la respiración, ayudan a desactivar el patrón automático de evitación.

Este tipo de juego facilita que el cerebro asocie el medio acuático con placer, curiosidad y seguridad, lo que a su vez favorece la conexión entre regiones cerebrales implicadas en la motricidad, la emoción y la memoria.

Prevenir ahogamientos desde la seguridad emocional

El miedo al agua no debe ser abordado con imposición o presión, sino con estrategias basadas en la confianza y el disfrute. El éxito en la enseñanza de la natación sin miedo radica en respetar el ritmo del niño y proporcionar experiencias placenteras que refuercen su seguridad. En este sentido, se recomienda:

  • Introducción progresiva al medio acuático. Antes de sumergirse, el niño debe sentirse seguro en los bordes y las zonas poco profundas. Juegos como caminar dentro del agua, recoger objetos flotantes o jugar a hacer olas con las manos pueden facilitar esta adaptación.
  • Uso de elementos de flotación lúdicos. Materiales como pelotas, tablas y aros ayudan a generar una sensación de control y a reducir la percepción de amenaza del agua.
  • Reforzar la confianza a través de roles de juego. Simular ser exploradores acuáticos, delfines o buzos permite que los niños se enfoquen en la diversión y no en el miedo.
  • Estimulación multisensorial positiva. La música acuática, las luces de colores en la piscina o el uso de esencias agradables pueden ayudar a que el niño asocie el agua con una experiencia sensorial placentera.
  • Juego de reescenificación del trauma. Para niños con experiencias traumáticas previas, recrear situaciones de forma segura y con un final positivo les ayuda a reprogramar su respuesta emocional. Por ejemplo, si un niño ha tenido una mala experiencia con una caída al agua, se puede diseñar un juego donde caiga intencionalmente en un entorno seguro y luego logre salir con éxito.

El rol de los adultos: acompañar, no forzar

Prevenir el ahogamiento implica más que enseñar a nadar: requiere un ecosistema emocionalmente seguro. El educador debe ser un facilitador, no un juez. La familia debe reforzar la confianza del niño sin presiones. Y los compañeros, con su ejemplo, pueden ser grandes aliados.

Cuando el entorno apoya, el miedo se disipa. El juego es el lenguaje natural de los niños, a través del que procesan sus emociones y reconstruyen el mundo. Incluso se puede aprender a nadar jugando.

El medio acuático no debe ser un espacio de amenaza, sino un escenario de descubrimiento y bienestar. Enseñar a nadar sin miedo no es solo una cuestión de técnica, sino de empatía, neurociencia y juego. Es una forma de enseñar a vivir con confianza, dentro y fuera del agua.The Conversation

Juan Antonio Moreno-Murcia, Catedrático de Universidad, Universidad Miguel Hernández

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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