El día que los drones militares chocaron contra los Juegos Olímpicos
El dron militar con funcionalidades artilleras está multiplicando su presencia en todo tipo de conflicto armado
Es el arma de guerra de moda. El dron militar con funcionalidades artilleras está multiplicando su presencia en todo tipo de conflicto armado, y está desplazando a los aviones tripulados, helicópteros contracarro, y artillería móvil. De paso ha retirado a mucho soldado de la primera línea del frente al aglutinar funciones que hasta ahora se hacían a mano. Hoy hay decenas de modelos, con diversas utilidades, fabricados en los países más insospechados y de acuerdo con sus capacidades tecnológicas, pero su génesis tuvo una curiosa historia.
Drones militares los hay desde que en 1849 soldados austriacos bombardearon Venecia con globos incendiarios. Desde entonces la tecnología ha cambiado bastante, y con ello sus aplicaciones siempre dentro de una utilización relacionada con la defensa. Después de aquellos aerostatos llegaron más, pero el verdadero salto hacia delante se dio con el MQ-1 fabricado por la norteamericana General Atomics, conocido como Predator. Nacido en 1995 como sistema de vigilancia de características avanzadas, supuso un paso de gigante porque carecía de los inconvenientes que limitaban las funciones de los satélites y aviones, que era lo que se usaba en su lugar hasta entonces. La primera unidad del Predator cayó en manos de la CIA y se remitió de manera activa al conflicto del momento: la guerra de Los Balcanes. A los espías yankees les fue de gran ayuda, aunque no tanto a sus soldados.
El robotizado avión detectaba a la insurgencia yugoslava con sus sensores ópticos pero se limitaba a mirar, de manera que cuando los Marines llegaban al escenario allí bien pasado un tiempo ya no quedaba nadie. Alguien tuvo una ocurrencia, e hizo una pregunta en voz alta: «¿Y si le colgamos de las alas un misil?». El aparato no estaba diseñado para llevar más carga que la propia de sus sistemas de vigilancia, y aquello planteaba dudas. Se temía que el impulso generado por el Hellfire elegido como carga explosiva guiada acabase desguazando la aeronave en pleno vuelo. Ante esta tesitura se inició un programa de reconversión del Predator, y se llevó en la base militar de Indian Springs, en pleno desierto de Nevada, a medio camino entre Las Vegas y la popular Área 51. Con la discreción debida amarraron un MQ-1 con cadenas a una estructura de hormigón para ejecutar esta nueva función, y la primera prueba fue un éxito. Un misil sin carga explosiva salió disparado del riel de aluminio que lo sostenía, e impactó a 15 centímetros de la cruz marcada con tiza en la superficie del tanque que sirvió de blanco. Aquello funcionaba.
Problema político
Por aquel entonces era la CIA la responsable de esta novedosa plataforma, y los militares se limitaban a asentir con la cabeza imaginando sus posibilidades. El conflicto se puso en marcha cuando los servicios secretos pusieron ciertas dudas acerca de la legalidad del uso. La CIA espía, se entera de cosas, pero entre sus funciones no está la de bombardear a nadie. Los trastos tuvieron que cambiar de manos, no sin alguna pequeña anécdota. Durante el segundo mandato de Bill Clinton y época en la que se inició el programa, el subdirector de operaciones era Jack Downing. Nacido en Honolulú, sirvió como marine en Vietnam, y fue fichado por la agencia tres días después de licenciarse. Un fin de semana recibía visita en casa de unos familiares, y decidió pasarse por la tienda a comprar unos souvenirs para sus invitados. (sí, la CIA tiene una tienda en su sede central de Langley) Su sorpresa fue mayúscula, cuando vio, aterrado, como la imagen de uno de los proyectos más secretos y misteriosos de la agencia estaba estampado sobre camisetas, tazas y otros recuerdos. Cuando interpeló a la encargada del establecimiento, adujo ‘que se vendían muy bien’.
Baches en el cielo
El siguiente problema, con las aeronaves aún en manos de la CIA, fue más pintoresco aún. El primer Predator armado se remitió a la siguiente contienda en el que tomó parte el US Army: Afganistán. El programa seguía siendo tan secreto que se quiso proteger las operaciones de la propia agencia, para evitar más filtraciones. Para el envío de señales, comandos, y órdenes de manejo a los MQ-1 decidieron usar satélites de comunicaciones privados en lugar de los propios; colar las señales entre miles de ellas con llamadas familiares, videos descargados de Internet, o datos bancarios. Ocurre que en el verano del año 2000 los espías sufrieron lo más grande para encontrar una compañía adecuada que les proveyera de este servicio… se celebraban las Olimpiadas de Atlanta y las televisiones de todo el mundo arrasaron con el ancho de banda de todo el mercado.
Hubo más tropezones. En la mañana del 9 de octubre de 2011 los técnicos encargados del mantenimiento de estas aeronaves palidecieron al encender sus pantallas, porque no podían creérselo. Cuando se lo contaron a sus jefes debió ser como si uno los misiles Hellfire que colgaban de sus alas les hubiera caído encima. Esta vez el ataque no vino desde aire. Ni siquiera desde tierra. Se piensa que llegó por un cable. El sistema en el que estaba basado su funcionamiento general era el por entonces popular Windows XP, y un virus se les había colado hasta la cocina. Como consecuencia toda la flota de Predators quedó inmovilizada durante un tiempo. La fuerza aérea decidió cambiarse a Linux, un sistema operativo de código abierto que no es proclive a observar este tipo de incidencias.
Y las pegas
Los drones de este tipo son una pieza de caza mayor para los ejércitos que padecen sus ataques. Sus responsables lo saben, y pueden hacer poco para remediarlo. Están construidos con muchos materiales que excitan poco los radares. A pesar de ello, han demostrado ser extremadamente vulnerables cuando se les opone un enemigo con cierta capacidad. Son lentos, no pueden maniobrar agresivamente, y sus pilotos tienen una consciencia limitada del entorno; aunque estén sobrecargados de cámaras y sensores, nada como un giro de cuello de un piloto para algo tan sencillo como echar una mirada alrededor. En 2002, la Fuerza Aérea incluso adaptó un Predator para que llevara misiles Stinger e intentó un enfrentamiento aire-aire con un MiG-25 iraquí. Venció el piloto iraquí por KO fulminante; del dron no se volvió a saber más.
El otro problema tiene miga. En sus inicios los pilotos de drones eran tripulantes de aviones de combate reconvertidos para manejar estas aeronaves desde la comodidad de vivir cerca de la zona de operaciones virtual. Una de las primeras unidades se manipulaba desde unos barracones situados en la base aérea de Nellis, al final de la avenida de Las Vegas conocida como The Strip, la de los casinos. Los militares llegaban conduciendo su coche, hacían su turno, y al acabar volvían a su casa y dormían junto a su pareja, aunque hubieran bombardeado esa tarde un apartado poblacho afgano. Ocurre que el uso de esta tecnología ha crecido tanto que han agotado el banquillo de pilotos, y es ahora personal sin experiencia en combate el encargado de llevarlas a cabo. Esto ha conducido a fricciones entre unos y otros, entre quién sabe o quién no, entre los expertos y los llamados despectivamente pilotos de Playstation. En el cambio de siglo el Tío Sam tenía apenas medio centenar de drones, y aunque no hay cifras exactas actualizadas, se sabe que en 2014 ya rondaban las 11.000 unidades en diversas configuraciones. Al menos cuatrocientos de ellos eran MQ-1 o su variante superior, el MQ-9 del que España posee cuatro. En cualquier caso, el Predator y los posteriores hijos de este, han cambiado radicalmente la guerra, sus estrategias y las tácticas. Y lo que las va a seguir cambiando…