ChatGPT pone en jaque el modelo educativo: ¿amenaza u oportunidad?
La inteligencia artificial está suponiendo una revolución en las aulas: profesores y expertos se posicionan ante este nuevo desafío
Facebook, la red social más popular del mundo, tardó cuatro años en alcanzar los 100 millones de usuarios. Instagram lo hizo en dos y Google consiguió bajar de un año. ChatGPT, la más conocida (que no la única) aplicación de inteligencia artificial, apenas necesitó dos meses desde su salida al mercado el pasado 30 de noviembre, y el último dato habla ya de 1.600 millones de usuarios.
Estas mareantes cifras, ofrecidas por SimilarWeb, una empresa de análisis web israelí que se especializa en tráfico, dan una idea del impacto inmediato que esta tecnología tendrá en múltiples ámbitos.
La educación no será una excepción a esta tendencia. Mientras algunos ven la inteligencia artificial (IA) como una oportunidad para lograr una enseñanza mejor y más accesible, otros advierten de los riesgos de confiar en una tecnología que todavía tiene limitaciones importantes.
ChatGPT, ¿revolución a la vista?
Entre los más entusiastas se encuentra Francesc Pujol, director del Centro Medios, Reputación e Intangibles de la Universidad de Navarra, que afirma que herramientas como ChatGPT son «revolucionarias» porque afectan directamente al «cogollo de la educación», es decir, al proceso mismo de aprendizaje, reordenándolo y reajustándolo.
Añade que, a diferencia de otros métodos más rígidos, existen dos factores que harán de la IA un «súper tutor personalizado». El primero es precisamente que el algoritmo se va adaptando al usuario que pregunta y, por tanto, satisface cada vez mejor sus peticiones. La segunda es que, al margen de herramientas genéricas como ChatGPT, la inteligencia artificial irá desarrollando programas específicos para aprender competencias o materias concretas.
Más «escéptico» se muestra el filósofo, pedagogo y ensayista Gregorio Luri, que anima a afrontar esta realidad con «serenidad». Eso sí, reconoce que, «si cada quince días se nos anuncia una revolución en la educación, alguna vez tendrá que ser verdad».
Para Luri la cuestión fundamental es que la IA no puede sustituir al esfuerzo personal por educarse ni tampoco al criterio de las personas. Ese criterio se manifiesta, por ejemplo, en que la lectura que un alumno hace del Quijote es única e irrepetible o en que uno puede preferir basar su formación musical en los cuartetos de Beethoven antes que en la discografía de Georgie Dann.
«La inteligencia artificial presenta herramientas maravillosas y grandes utilidades, pero siempre dependiendo de la propia formación y la propia cultura», insiste el pensador navarro. En este sentido, la tecnología, o como a él le gusta llamarla la «cacharrería tecnológica», no es más que una prótesis antropológica, que amplifica lo que el ser humano hace y ambiciona.
La inteligencia artificial, ¿enemiga o aliada?
Frente a las instituciones educativas —e incluso a los gobiernos, como el italiano— que han decidido prohibir el uso de ChatGPT, Pujol cree que la respuesta no está en vetar, sino en integrar estas plataformas junto al resto de herramientas. Con todo, entiende el «cansancio» en el mundo pedagógico, que tiene ahora que enfrentarse a esta nueva realidad nada más salir del «desbarajuste» que el covid supuso en la educación.
En cuanto a los riesgos de estas herramientas, Pujol reconoce que habrá quien las utilice para trabajar menos, pero les quita hierro. Esos alumnos, señala, ya tienen métodos para evitar el esfuerzo, como las chuletas.
Más crítico se muestra Pablo Úrbez, profesor e investigador en la Universidad de Villanueva, que apunta a que no hay que «chuparse el dedo». Además de que puede volver «perezosos» a los estudiantes, Úrbez advierte de que ChatGPT plantea un problema evidente en la redacción de trabajos académicos, dado que aún no hay modo de advertir si se han redactado con inteligencia artificial o no. Además, el investigador afirma que la herramienta no carece de fallos, especialmente a la hora de ocultar de dónde obtiene la información. Por eso, anima a abrir el debate de su regulación, como se ha hecho en Italia o en el Parlamento Europeo: «En España estamos a verlas venir».
También reconoce peligros Gustavo Entrala, consultor de diseño de negocio y tecnología, como que los estudiantes usen la IA como atajo para hacer problemas o traducir frases a otros idiomas. Así, asegura el experto, la educación en el aula tendrá que ser más performativa, con más preguntas y respuestas en directo. La gran víctima de todo este proceso, apunta, serán los deberes en casa.
A pesar de ello, Entrala pide no poner el grito en el cielo y recuerda el caso de la aparición de las calculadoras de bolsillo, a finales de los años sesenta. Surgió entonces una fuerte preocupación por la formación de los futuros científicos y llegó a plantearse su prohibición en las universidades. No obstante, el consultor recuerda que la era de las calculadoras ha seguido cosechando premios Nobel, además de personajes como Steve Jobs, Elon Musk o, sin ir más lejos, todos los ingenieros que han desarrollado ChatGPT.
¿El fin de la memoria?
Úrbez también muestra su preocupación por que la IA pueda ser la puntilla a la capacidad memorística en el ámbito educativo. Aunque señala que la retención no es lo más importante, advierte del riesgo de que el alumnado se convierta en «esclavo de la tecnología». «La memoria es buena porque nos hace más humanos y más libres, porque así comprendemos mejor el mundo en que vivimos», insiste.
Gregorio Luri está de acuerdo y afirma que «la memorización es maravillosa, aunque haya quien quiera desmontarla». «Nada noble se nos entrega sin esfuerzo», reitera el escritor, que alerta sobre el «horror» que supone confundir información y conocimiento.
Por su parte, Pujol le da la vuelta a la cuestión y alega que la inteligencia artificial, más allá de suponer una amenaza para la memorización, «refuerza un proceso de aprendizaje más colaborativo, interactivo e independiente, en que el alumno es protagonista y no sujeto pasivo».
El potencial para los profesores
En lo que los tres expertos coinciden es en admitir las numerosas aplicaciones prácticas que los docentes podrán sacar de ChatGPT. Por ejemplo, Pujol sugiere que puede ser un gran aliado en la preparación de material. Es precisamente lo que ha hecho Miguel Ángel Leranca, profesor de Matemáticas y Música en el Colegio Juan Pablo II de Parla (Madrid). Leranca utilizó la plataforma para obtener una lista de ejercicios algebraicos concretos y para formular preguntas tipo test a partir de un texto proporcionado por el profesor. A pesar de ello, reconoce que se le ocurren «más riesgos que beneficios» porque «no ayuda a pensar y reflexionar».
Úrbez también señala el potencial «infinito» que la herramienta tendrá para los docentes, pero va más allá y ánima a los profesores a preguntarse por la naturaleza de rol como educadores. «Es bueno que nos preguntemos: ¿qué aporto al alumno que no le ofrezca ese programa?». Por eso, invita a los maestros a utilizar ChatGPT con sus alumnos y a «buscarle las cosquillas y a sacarle fallos», porque «no es infalible».
Por último, Luri cuenta la experiencia que tuvo con su nieto a la hora de testar el algoritmo. «Le pedimos un poema imitando la poesía de Bécquer. Lo hizo bastante bien. Después le preguntamos cómo hay que tratar a la mujer de un viudo y tuvo bastantes más problemas», cuenta el ensayista, «eso no quita que dentro de diez, quince o cincuenta años pueda afinar su desarrollo».
El reto de la brecha digital
Al margen de opiniones, parece evidente que la inteligencia artificial ha llegado para quedarse y que la educación no podrá permanecer ajena a su impacto. En este sentido, cobra importancia una cuestión que dista de ser nueva pero que puede agudizarse con la incorporación de ChatGPT a las aulas: la brecha digital.
Según datos de 2019 proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), el 9,2% de los hogares en los que viven menores carece de acceso a internet, lo que supone unas 100.000 familias. Además, el Alto Comisionado contra la Pobreza Infantil advierte de que, aunque el acceso a internet a través del móvil es casi universal en España, el 23% de los hogares en el tramo más bajo de ingresos (unos 300.000 niños) carece de ordenador, el dispositivo más adecuado para el estudio. De esta forma, la adopción de la inteligencia artificial en la educación podría exacerbar aún más la falta de recursos de algunos estudiantes.