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Las bombas ‘perdidas’ de las guerras mundiales estallan más de lo habitual y hay un motivo

En el Reino Unido se encuentran unas sesenta de estas bombas cada año, pero el problema es mucho mayor en Alemania

Las bombas ‘perdidas’ de las guerras mundiales estallan más de lo habitual y hay un motivo

Un misil sin detonar.

El pasado 23 de febrero, el enorme jaleo de tráfico que revolucionó la ciudad de Plymouth, en el Reino Unido, no fue lo más espectacular. Ni que miles de personas fueran desalojadas de sus casas, y trenes, autobuses y tráfico rodado fuera detenido unas horas. Tampoco la comitiva que a modo de procesión para dar escolta a un desagradable invitado montó el ejército durante casi dos kilómetros y medio. Fue la detonación en el mar de un explosivo de 500 kilos que encontraron en un jardín unos días antes.

Por fortuna, nadie resultó herido, y lo peor fue apenas el susto que se llevó el jardinero que descubrió el proyectil, aletargado pero con vida. Por un instante se le heló la sangre tras golpear con su herramienta aquella bomba aérea arrojada por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. El temor último no era otro que ver saltar por los aires todo a su alrededor de manera incontrolada.

Varios países implicados

Esto no solo ocurre en el Reino Unido. Se calcula que durante el conflicto, alrededor de 2,7 millones de toneladas de explosivo cayeron sobre Alemania. Muchas de ellas no detonaron, con el tiempo están apareciendo, y a veces de la peor de las maneras. En septiembre de 2008 una bomba de 500 kilos estalló hiriendo a 17 personas en un área industrial de la localidad de Hattingen, al norte de Colonia.

Una excavadora dio con ella durante unas obras, y por contacto, la hizo estallar. Hubo suerte, y la explosión fue relativamente suave con respecto a la cantidad de explosivo que llevaba en su interior. No murió nadie, y los heridos recibieron el alta médica con celeridad. De acuerdo con los expertos, el artefacto no debería haber explotado con la facilidad con que lo hizo y creen saber por qué. Es la misma razón por la que cada vez está ocurriendo con más frecuencia.

Dos especialistas noruegos en explosivos, Geir Novik y Dennis Christensen, han publicado un artículo en la revista Royal Society Open Science, y aportan una temible explicación. Creen que debido a su composición química, bombas y artefactos de la Primera y la Segunda Guerra Mundial aún enterrados, se están volviendo más volátiles, lo que aumenta sus probabilidades de explotar si se les molesta.

Los dos técnicos describen las pruebas que realizaron con bombas recuperadas y lo que descubrieron al hacerlo. Durante los dos conflictos armados, los ejércitos de diversos países arrojaron ingentes cantidades de explosivos contra las fuerzas enemigas en diversas partes de Europa y otros lugares. Muchos de esos explosivos no estallaron como estaba previsto, sino que acabaron incrustados en el suelo debido a la fuerza en su caída. Muchos siguen allí, y de manera periódica se van encontrando durante excavaciones.

Las ciudades se transforman, crecen, y se expanden. Muchas de estas bombas, la mayoría de caída libre y deflagración por espoleta de contacto, salen a la luz tras pasar décadas bajo tierra. Suelen aparecer cubiertas por escombros, tierra, o porque se las tragó la superficie debido a su velocidad por efecto de la gravedad. Un día es en un futuro centro comercial, en unos chalets adosados, o una nueva autovía donde aparece el cadáver de una de estas bombas. El problema es que no están muertas, sino durmiendo, y están despertando.

El análisis de Novik y Christensen indica en dos direcciones: el material del que están hechas y su explosivo. El tiempo pasa y las carcasas que las cubren se está deteriorando cada vez más. Se oxidan, corroen, y están perdiendo su capacidad protectora sobre el contenido. Por otro lado, el explosivo utilizado en la época añade otro quebradero de cabeza.

Muchas de esas bombas y explosivos lanzados en esa época se fabricaron con Amatol, un material que se obtiene mezclando nitrato de amonio con trinitrotolueno (TNT). El Amatol se vuelve más volátil con los años debido a su lenta exposición a la humedad, los metales del suelo, las sales y otros materiales que les causan afección. Esto conduce a que este tipo de explosivos sean más propensos a explotar si se perturba su entorno.

Un explosivo barato

Los investigadores arrojaron materiales pesados sobre pequeñas muestras de Amatol recogidas en varios lugares de Europa que habían sido objeto de bombardeos. Así se demostró que esas bombas tienen muchas probabilidades de explotar si se las altera, como cuando la gente excava jardines o los obreros de la construcción cavan para poner los cimientos de nuevos edificios.

Pero hay más. No solo elementos químicos que se han vuelto inestables son un peligro latente, también sus detonadores. Cuando las bombas entraban en contacto con el suelo, partían una cápsula con acetona, que derretía los discos de celuloide que realizaba la ignición. A veces el vidrio se rompía de manera irregular, esta acetona se expelía al exterior, y no lograba realizar su tarea o sencillamente no se rompían. Intactos desde entonces, se han vuelto frágiles con la edad y extremadamente sensibles a golpes y vibraciones.

Explosiones espontáneas

De un tiempo a esta parte, muchos de estos proyectiles abandonados, ocultos y silentes, han comenzado a explotar de forma espontánea. Se cree que uno de estos fusibles deteriorados fue el responsable de la muerte en 2010 de tres técnicos en desactivación de explosivos en Göttingen. Habían desenterrado una bomba que habían encontrado, pero no la estaban tocando cuando estalló.

En el Reino Unido se encuentran unas sesenta de estas bombas cada año, pero el problema es mucho mayor en Alemania. En 2002 marcaron un siniestro récord: recogieron más de sesenta toneladas de explosivos. Cada vez que hay una obra de orden mayor en una zona sensible, técnicos especializados realizan una batida al modo de los arqueólogos para encontrar posibles peligros.

Bomberos bombardeados

Una cuadrilla de bomberos forestales en Eslovenia en julio de 2022 debió pasarlo realmente mal tras recibir un aviso rutinario de incendios. Cuando acudieron a apagarlo, de repente empezaron a estallar bombas a su alrededor. Eran un grupo de bombas sin estallar de la Primera Guerra Mundial; las mismas que se cree que de manera espontánea empezaron a explotar e iniciaron el incendio que estaban apagando.

A medida que los espacios vacíos que en su día fueron escenario de batallas son objeto de nuevas construcciones, aumentan las probabilidades de que se produzcan alteraciones. Es la larga sombra de la guerra, que pasados casi ochenta años, sigue sembrando muerte.

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