Boeing tiene muchos problemas, pero ninguno como el de sus náufragos en el espacio
Los dos astronautas de la NASA esperaban estar ocho días en el espacio y van a estar ocho meses
Querían pasar las vacaciones de este verano con sus familias, y por lo pronto se van a comer las uvas en el espacio. Es lo que les va a ocurrir a los astronautas Barry «Butch» Wilmore y Sunita «Suni» Williams, porque su cohete les ha dejado tirados. Y no en cualquier parte, sino dentro de uno de los ingenios más avanzados del universo conocido: la Estación Espacial Internacional.
No son exactamente náufragos en una isla al estilo de Tom Hanks en su película, sino que están dentro de una instalación de 150.000 millones de dólares que orbita la Tierra a unos 400 kilómetros de la superficie. Ambos son ingenieros, muy conocedores de su oficio, y ya han estado antes en la ISS. El problema es que una misión que iba a durar ocho días les mantiene allí desde hace casi tres meses, y va camino de convertirse en una incómoda estancia de ocho en total.
Si sus protagonistas deben estar cuando menos contrariados, los responsables están muy preocupados. Tanto que en sus planes está traerlos de vuelta en una nave espacial de la competencia: la Dragon de SpaceX, la compañía de Elon Musk, que ofrece mayores garantías y lleva más tiempo operando. Las dos son proveedores de la NASA, y la de Musk les lleva años de delantera. La de Boeing lleva además sobrecostes que suponen que la factura prevista del proyecto casi se haya duplicado.
Eso supone un nuevo fracaso para la compañía de Seattle, fabricante de una cápsula que está encontrando más escollos de los esperados, la Starliner. Tras dos vuelos de prueba no tripulados, uno orbital y otro hasta la ISS, este era su primer viaje con pasajeros a bordo, el llamado Crewed Flight Test, o Vuelo de Pruebas Tripulado. Ya en sus pruebas dejó pistas acerca de fallos que no tenían que haber ocurrido.
En su primer intento de acoplamiento a la ISS, un problema de software retrasó once horas un reloj, muchos sincronismos se perdieron, y la nave no pudo acabar la operación con éxito. Si en aquel ya falló, en este, el tercero y primero tripulado, ha habido dos. El primero consistió en que durante la maniobra de aproximación, poco antes del acoplamiento a la estación espacial, cinco de sus veintiocho propulsores dejaron de funcionar. Los tripulantes consiguieron reiniciar y volver a la vida a cuatro de ellos, y la operación acabó de manera exitosa, pero lo previsto era algo muy distinto.
Una vez aparcada la Starliner, una inspección detectó fugas de helio, el segundo problema de orden mayor. Boeing y la NASA han llevado a cabo pruebas en tierra usando equipos análogos para comprender el problema de los propulsores y las fugas de gas. El estudio sometido a los mecanismos hace poco recomendable su uso sin haber sido reparada con medios no disponibles en órbita.
Ante las dudas, la decisión de los gestores ha sido la de dejar a sus astronautas en la ISS hasta que les puedan traer de vuelta con las medidas de seguridad y garantías básicas cubiertas. Butch y Suni, en su papel de conejillos de Indias, están pagando el pato de una nave que se ha mostrado como deficiente sin un plan alternativo claro desde un primer momento.
La NASA ha optado por la prudencia, y prefiere ir con pies de plomo en este proyecto. Muchos les echan en cara, al igual que a Boeing, que hayan escatimado recursos a la hora de garantizar la fiabilidad. De paso, sacan la lista de al menos una docena de pérdidas humanas por haber tomado decisiones apresuradas y sin sopesar debidamente los riesgos.
Ante este panorama, la agencia espacial ha creado un plan alternativo para traer a sus astronautas de vuelta a casa. La NASA ha anunciado recientemente que Wilmore y Williams regresarán a la Tierra en febrero de 2025 con la misión Crew-9 de SpaceX, una misión regular que ya estaba programada; no han encontrado plazas en un vuelo anterior. Para ello, tendrán que recibir trajes espaciales específicos, puesto que los de Boeing no son compatibles.
Antes de esto ocurra, la Starliner Calypso —así es como se llama la nave defectuosa— deberá desalojar su plaza en el aparcamiento más caro del universo, y volver a casa pilotada sin ayuda humana a sus mandos, algo para lo que no estaba en principio diseñada.
La política
Con NASA como destinatario final de ingentes cantidades de dinero del contribuyente americano y Boeing como receptor de gran parte, los políticos andan haciendo preguntas. Las elecciones estadounidenses están a la vuelta de la esquina, en noviembre, y nadie quiere que haya un incidente grave que pueda empañar los fastos. Se dice que esta es una de las razones del retraso. Pero hay más.
Desde que en 2011 se abandonase el programa del transbordador espacial, los viajes americanos hacia la ISS se han estado haciendo en naves rusas Soyuz. Washington quiere ser independiente de un socio técnico así; cualquier mañana Vladímir Putin decide que este tipo de servicio se han acabado, y sí que pueden tener un verdadero problema en Cabo Cañaveral.
La NASA confió en SpaceX y Boeing, y si la primera tiene a sus dragones volando desde 2020, la segunda va con retrasos, sobrecostes y problemas como el expuesto. La compañía es además la encargada del Programa Artemis que volverá a llevar gente a la Luna, así que es una relación de décadas que ambas partes necesitan que funcione.
Un problema de entre muchos
Pero Boeing está sumida en el ojo de varios huracanes, este no es el único. Los problemas de los 737-800MAX siguen provocándoles escalofríos, Airbus les ha superado en ventas, y no tienen una respuesta clara corto plazo.
Los analistas más sesudos apuntan a que el principio de su declive como líder indiscutible llegó con la adquisición de McDonnell Douglas. Una gran compañía se fusionó con otra que arrastraba fuertes problemas financieros, y se cambiaron las reglas internas. Boeing, que siempre buscó la excelencia en sus productos, trocó hacia la política financiera dominada por los contables de la adquirida.
Boeing es una empresa que fabrica misiles, satélites, aeronaves comerciales y de combate, submarinos no tripulados, drones… Todos son productos que compran gobiernos y se desarrollan con su dinero; viven de subsidios, contratos de décadas, y acuerdos que aportan un mayor beneficio cuanto más largos sean. Por esta razón está recibiendo fuertes críticas, y se pone en duda la capacidad de la compañía con graves problemas relacionados con la calidad.
Consecuencias en toda una industria
La Starliner se construye con la ayuda de más de 400 proveedores, y el proyecto de lanzamientos da empleo a más de 70.000 personas, de ahí la importancia de que todo salga bien. En caso de fallar, SpaceX, Sierra Nevada Space con la Dreamchaser, Astra Space, la Blue Origin de Jeff Bezos, o la Virgin Galactic propiedad de Richard Branson están esperando con sus alternativas, por si hicieran falta.
El espacio antes era de rusos y americanos. Ahora es de muchos más, y no solo gobiernos, sino de empresas privadas. Es la nueva carrera espacial, y a lo que una vez fue grande, parece que le está pasando lo que a los dinosaurios: que los más pequeños le van a dejar atrás. Y mientras lo apañan, Sunita y Butch, se desesperan en el hotel con las mejores vistas jamás construido.