La ciudad del futuro: el suflé se chafó pero sigue vivo
El gemelo digital revive un concepto desfasado; ahora se identifica el problema primero y se busca la tecnología después

Flavio Tejada, director de ciudades en Arup, junto a Cristina Sanjuán, responsable del equipo de servicios digitales en la misma compañía. | Arup
La smart city había venido para quedarse. Era un concepto pegadizo que gustaba a los alcaldes y convertía sus ciudades en un laboratorio de ideas a lomos de la tecnología. Pero se trataba, sobre todo, de un relato. Un vistazo rápido a las urbes españolas del presente desmonta de sopetón la imagen futurista que algunos quisieron imaginar. En las esquinas de cualquier calle sigue habiendo mierdas de perro, el tráfico todavía es insufrible y la movilidad más disruptiva hasta la fecha es la del patinete.
Cristina Sanjuán, responsable del equipo de servicios digitales de la multinacional Arup, explica que «la ciudad inteligente se usó para digitalizar los servicios a los ciudadanos, pasando de la ventanilla al portal web, pero no se han resuelto los grandes problemas urbanos». Con los cambios operados hoy y la aparición del gemelo digital «sí hay valor» porque todo se orienta más a casos de uso, desde la mejora de la movilidad hasta la renovación del mobiliario urbano.
Lo del efecto suflé lo corrobora Flavio Tejada, director de ciudades en la misma compañía. «El concepto surge en plena efervescencia del mundo digital. IBM y otros gigantes hablaban de una sensorización masiva, de un mega cerebro digital. Pero se trataba de una visión netamente tecnológica que no tenía en cuenta toda esa combinación de pobreza, aglomeración, delincuencia, oportunidades e infraestructuras que conforma una ciudad».
Entre los avances registrados en estos 15 o 20 años de narrativa triunfal (y paulatinamente descafeinada), Tejada resalta «la capa de información de la que disponen hoy los gestores urbanos». Bien utilizada –añade– genera un «conocimiento muy elevado». En Madrid Nuevo Norte, por ejemplo, Arup ha desarrollado un proyecto para detectar directamente cómo se mueve la gente, recolectando datos y aplicándolos sobre modelos para saber qué efecto tendrían ciertas decisiones. «Iremos hacia fórmulas mucho más dinámicas de gestión y planificación».
¿Es la clase política una barrera?
En la escala nacional e internacional son frecuentes los líderes incompetentes, los mesías aparentemente infalibles y un sinfín de personajes alejados de los perfiles más técnicos y juiciosos. El suelo municipal es más terrenal y se beneficia del contexto europeo, empeñado en impulsar proyectos despolitizados y redes colaborativas de ciudades. «Santander fue el laboratorio de Telefónica con sus 170.000 habitantes y eso se debió al impulso de un alcalde rodeado de un equipo muy potente. Lo mismo podría decirse de Málaga. Ambos lugares han convertido la smart city en una economía digital local», reflexiona Tejada.
Sanjuán destaca el caso de Barcelona, «con un enfoque muy de proyecto piloto donde primero se ensaya en pequeño y después, si funciona, se expande» y con una agencia, Bithabitat, volcada en promulgar iniciativas de innovación intersectoriales.
El error de la UE
Bien conocida es la inquina que Bruselas muestra hacia las big tech estadounidenses. Esta batalla podría rezagar de manera definitiva a las economías europeas, lastrando en consecuencia el atractivo de sus ciudades. «En vez de asfixiarlas a multas, deberíamos buscar mecanismos de colaboración. Las big tech tienen mucha información nuestra porque nosotros se la damos. Esas compañías son las únicas con capacidad para procesar todos esos datos y permitir nuevas soluciones [también en el mapa urbano]», argumenta Tejada.
De regreso a la capital catalana, Sanjuán ilustra la colisión entre la privacidad y el progreso. «Valoramos colocar cámaras para identificar matrículas y distinguir un coche de un peatón, un ciclista o un tranvía. Esa infraestructura permitiría predecir accidentes, saber qué intersecciones no funcionan, conocer el estado del mobiliario urbano, etcétera… pero con la legislación europea en la mano esto es muy difícil de hacer».