La tregua en Gaza da un respiro al ruinoso enfrentamiento con los hutíes en el mar Rojo
El conflicto en el Mar Rojo con los yemeníes ha puesto al descubierto las carencias de las armadas modernas

Un destructor de la armada estadounidense disparando un misil. | US Navy
En el Pentágono resoplan y se secan el sudor de la frente. La tregua del 19 de enero entre Israel y Hamás ha apaciguado los ataques hutíes a la flota que les planta cara en el mar Rojo. Hay más actores, pero son, en esencia, navíos estadounidenses. El problema no es alocado coste de ese muro naval, sino que el arsenal americano se estaba quedando seco.
Países como Francia, Alemania, Grecia, Italia, Bélgica, Estonia, Finlandia, Países Bajos o Suecia participan dentro de la llamada Operación Aspides, para proteger el tráfico marítimo en el Mar Rojo. Sin embargo, son ingleses, y sobre todo Estados Unidos, los que plantan cara a los hutíes en su deseo de bloquear, o al menos ralentizar el comercio marítimo por su zona de influencia. A su vez, los estadounidenses desarrollan una misión dentro de la misión, llamada Operación Guardián de la Prosperidad.
De acuerdo con las cifras que maneja la US Navy, en los quince meses que dura la contienda, llevan consumidos más misiles que en los 30 años previos. Desde el 19 de octubre de 2023 y hasta el 19 de enero de 2025, cuando las hostilidades bajaron de tono, alguno de los barcos que conforman la fuerza naval en la zona llegó a agotar la reserva de municiones asignadas al servicio tras repeler más de 400 ataques.
El ritmo de fuego era de tal intensidad que, para defenderse de amenazas entrantes y casi sin misiles, quedaron con el único escudo los sistemas de fuego de sus cañones de cinco pulgadas, que disparan munición de alta velocidad. En alguna ocasión, los buques destinados a esta función, han tenido que salir del teatro de operaciones, para ir a reabastecerse.
La Marina americana no dice dónde, pero la opción más cercana es la base en la bahía de Souda, en Creta. Este viaje supone navegar 3.000 kilómetros y atravesar el canal de Suez. La alternativa es la base de Juffair, en Baréin, en un periplo de varios días y más de 4.000 kilómetros de viaje. Cada vez que esto ocurre, se deja fuera de juego la fuerza que procura un costoso navío y su tripulación.
Según el comandante retirado de la Marina Bryan Clark, en estos quince meses se dispararon más proyectiles que en toda la Guerra del Golfo en los 90. No habían vivido una intensidad de combates en el mar desde la Segunda Guerra Mundial. Las fuerzas de la Casa Blanca no han sufrido pérdidas, pero el costo de defenderse ha dejado peladas sus arcas, con montantes milmillonarios para abonar la abultada factura de tanta cohetería, y han tenido que ampliar sus presupuestos.
Un navío de la clase Arleigh Burke, los más habituales en este tipo de despliegue, lleva toda una panoplia de misiles, aplicables para según qué tipo de misión. Su tipología, tamaño, velocidad, y carga explosiva va determinada por el tipo de finalidad a los que se les somete. Los más discretos que se usan son los RIM-116, destinados a derribar misiles entrantes, pequeños barcos, misiles de crucero, o aeronaves. Tienen un alcance de diez kilómetros y tienen un coste unitario que ronda los 900.000 euros.
Los más extendidos SM-2 y SM-6, con alcances de entre 150 y 300 kilómetros, disparan su precio a los entre 2,4 y cuatro millones de euros. Si nos vamos al extremo superior, los SM-3, capaces de golpear de forma cinética a misiles balísticos fuera de la atmósfera, nos vamos a una factura que supera los 27 millones por unidad. Existe un cálculo que apunta a que cada vez que un Arleigh Burke zarpa cargado hasta arriba de pólvora, el coste ronda los 400 millones, que varía según la tipología de su arsenal.
Para reducir en lo posible el coste operativo, la Marina está echando mano de los populares Hellfire, en una versión naval, contra amenazas cercanas. Su eficiencia está más que contrastada y cada vez que alguien pulsa el gatillo, el disparo cuesta unos 150.00 euros… a veces para derribar un dron que cuesta un par de miles.

Alternativa más barata
La alternativa defensiva menos onerosa son los proyectiles de hipervelocidad de cinco pulgadas. Están diseñados para alcanzar el objetivo y estallar cerca de él, y rellenar la atmósfera circundante con metralla. Es muy eficiente con pequeños drones, que vuelan muy bajo y su velocidad lenta. Su alternativa —los misiles—, aparte de mucho más costosa, requiere de cierto tiempo para armarse y su operativa y logística es más compleja.
El problema no es tanto el dinero, como la capacidad industrial de reponer todo ese arsenal, y el estado en que quedaría su inventario. Si mañana se iniciase un conflicto, sus barcos no tendrían que arrojar a su enemigo. El mismo Clark cree que tardarán años en reponer toda la pólvora disparada en este periodo.

Examen para el futuro
Es una prueba de fuego, un experimento logístico, para una fuerza que atiende a muchos frentes. Un posible conflicto con un nuevo país requeriría de mucho material, que esté a mano, y se pueda reponer con celeridad. Esto es algo que hoy día no parece que sea posible, o no al menos como el ejército demanda.
Las batallas, o se las gana o se aprende. De momento aquí no hay perdedores ni ganadores, pero si no se saca una lección, será tiempo y dinero perdido. Y lo que es peor: entrar en futuros conflictos sin la preparación debida.