La guerra sin soldados en el campo de batalla es posible, de hecho ya ha ocurrido
Los ucranianos han hecho de la necesidad virtud, y hoy nadie fabrica tantos sistemas de guerra automatizados

Vladimir Putin en las instalaciones de Radar MMS. | Reuters
El 1 de septiembre de 1939 Alemania invadió Polonia. Cuenta la leyenda que los polacos respondieron al avance de los tanques nazis con una carga de caballería en la batalla de Mokra. La realidad fue parecida, aunque no exactamente así. Pero un desequilibrio parecido trasladado al siglo XXI, el de soldados defendiéndose de robots, ya ha ocurrido.
A nadie escapa: las guerras son malas. Pero hay una cosa, probablemente la única positiva, y reside en que los conflictos tienden a traer una cascada de soluciones tecnológicas que tarde o temprano acaban trayendo beneficios a la vida civil. El conflicto en Ucrania parece más cerca del final que del principio, y una de las tendencias que se pueden observar en este conflicto es el uso masivo de los sistemas de armas remotos, robotizados, y que funcionan en ausencia de alguien que lo manipule de forma directa.
Un rifle, un cañón, un helicóptero o un mortero han de tener alguien que lo maneje. Pero los drones de diverso tipo, ya sean voladores, flotantes o capaces de caminar o rodar por el suelo, sus pilotos están lejos de donde ocurre la acción. Esto conduce a una paradoja: cuando un soldado alza su mirada y frente a él se topa con una máquina, en lugar de un enemigo armado, no sabe muy bien cómo reaccionar. Ya ha ocurrido.
Y no se trata de una escena de una película, en la que el bueno se enfrenta a un humanoide como el Terminator de la ciencia ficción, sino una máquina programada —o teledirigida— programada para matar. Esto fue a lo que se enfrentaron soldados rusos a finales de 2024, en la localidad de Lyptsi, en la frontera noroeste de Ucrania.
Fue el primer asalto robotizado en el que no participó de forma directa ni un solo soldado a pie. Los rusos fueron atacados, pero no encontraron ni un solo activo humano que repeler, todo fueron máquinas, tanto rodantes como voladoras. Sí que hubo soldados, pero estaban muy lejos de las líneas de fuego, y pilotando de forma segura todo aquel enjambre de destrucción.
Dirigido por la brigada de Guardia Nacional que defiende la zona de Hlyboke, sus fuerzas mecánicas sufrieron sin quejarse los rigores de la nieve y el barro. Desde un centro de mando situado a kilómetros, sus operadores humanos podían ver casi todo en multitud de pantallas, y sentados en sillas como las que usan los jugadores de videojuegos. Los drones tipo FPV emitían video en alta definición, y podían observar desde la distancia, el grado de destrucción de sus soldados remotos. La anécdota de la primera batalla en la que un bando no tenía ni un soldado a pie en el frente, fue conseguir que toda esa maraña de androides no chocase entre sí.
La guerra rusoucraniana se ha convertido en un laboratorio donde el futuro de los conflictos se está reinventando, y del que muchos ejércitos están tomando nota. La lección en el plano de la automatización es más visible y llamativa, porque pocas veces antes se había dado un paso tecnológico de semejante calibre.
Ucrania es un país pequeño comparado con Rusia. Si hay algo por lo que se caracterizan los vecinos del norte es por la masividad de sus fuerzas. Para Rusia un soldado es sustituible por otro; para Ucrania esto es más complicado, porque su población, con unos 37 millones de habitantes, es muy inferior. Recurrir a la robótica no era solo una cuestión humanitaria, sino una necesidad obvia.
Su gobierno no llegó a esta conclusión de golpe, sino que fue tras la contraofensiva en verano de 2023. El gobierno de Volodímir Zelenski entendió que su guerra no podría aguantar mucho con los métodos tradicionales, y realizaron una fuerte apuesta por los drones de todo tipo. La respuesta llegó a principios de 2024, con una explosión de empresas creadas ex profeso, unas ochocientas.
Potente iniciativa privada
De ellas —casi todas startups generadas de un día para otro—, diseñaron 67 modelos de dron tipo FPV, de pilotaje con visión en directo por sus controladores. Muchos de ellos pasaron las certificaciones y exigencias militares en una escala sin precedentes. De forma paralela a las que fabricaban aparatos voladores, unas doscientas cincuenta se dedicaron a construir vehículos terrestres.
El ministerio de defensa de Kiev probó más de cincuenta sistemas robóticos rodantes, y se comprometió a comprar cientos de ellos. La finalidad de este tipo de mecanismo es la logística o incluso el asalto directo, pero con una lectura sencilla tras la jugada: apartar a los soldados del peligro. Más que para salvaguardar su integridad física, que también, para ahorrar activos insustituibles.
Una de las primeras acciones de guerra la protagonizó el robot Lyut —Furia, en español—, que despejó una trinchera rusa en Volfino, durante un asalto en suelo ruso, justo al lado en la frontera en septiembre del año pasado. Esta suerte de minitanque dispone de cuatro ruedas, tiene el aspecto que recuerda al de un quad recreativo, y sobre una plataforma en su chasis, dispone de una torreta móvil equipada con una ametralladora PKT de 7,62 mm.
Un soldado sobre ruedas
Puede disparar en marcha, aunque su precisión, como es lógico, mejora si se detiene para fijar blancos. Sus cámaras pueden buscarlos hasta a 800 metros, y puede mantener una comunicación efectiva con su controlador a una distancia segura de unos 700. Es fácil de manejar, y sus pilotos se hacen con su control en poco tiempo. En su primera acción de guerra esquivó minas, caracoleó entre ataques de mortero y sobrevivió a granadas de cohetes y drones. No sustituyó, sino que complementó el avance de las tropas humanas que corrieron tras él.
Las startups ucranianas han desarrollado drones voladores multirrotor capaces de transportar cargas pesadas, explosivos de diverso tamaño, con cámaras que transmiten en vivo, que recolectan inteligencia con diversos sensores, o que lanzan pequeños explosivos sobre posiciones enemigas. Pero el salto que han dado en los drones terrestres de bajo coste ha sido de orden exponencial.
Muchos diseños, misma finalidad
Los tienen armados con ametralladoras, que transportan víveres, ayuda médica o munición al frente de batalla, o drones kamikaze que corren hacia su blanco sin saber que morirán en su intento. El Ratel S puede cargar hasta 35 kilos de explosivos y se cuela bajo los blindados. El Ironclad carga una torreta de combate, y transmite imágenes térmicas y de video, con capacidad de soportar fuego de pequeñas armas.
El Moroz de reconocimiento y ataque puede funcionar durante 48 horas seguidas con su ametralladora a cuestas. El D-11 puede llevar carga al frente y traer de vuelta a heridos sobre su plataforma. O el Ark-1, que corre hasta a 45 km/h, es muy sigiloso, y con su tracción total y largas suspensiones, manejado desde hasta 20 kilómetros de distancia, llega hasta donde otros no pueden.
Los ucranianos han hecho de la necesidad virtud, y a día de hoy en pocas partes se fabrican tantos sistemas de guerra automatizados. Se han convertido en líderes globales en robótica militar. Sus tropas pueden ser superadas en fuerza bruta, pero están dominando un campo tecnológico único.
Este tipo de desarrollos van a revolucionar el lenguaje de la guerra, con un cambio de orden tectónico en las estrategias futuras. No sería de extrañar que, cuando concluya el conflicto, el mayor exportador de este tipo de sistemas acabe siendo su creador: Ucrania.