Nikon domina la carrera de la luz: por qué sus objetivos son tan especiales
Sus ópticas profesionales son las más voluminosas del mercado, pero también las que mejor mezclan nitidez y arte

Una cámara fotográfica Nikon Z8 con el objetivo de 50mm 1.2. | Fede Durán
En octubre de 2013, en pleno reinado de las cámaras réflex, Sony presentó el primer modelo de la serie Alpha, caracterizado por la ausencia de un espejo (mirrorless) en el cuerpo del dispositivo y la incorporación de un visor electrónico que permitía observar en tiempo real los cambios operados en la imagen al manipular diafragma, obturador, ISO y balance de blancos, entre otros parámetros.
Desde entonces y hasta hoy, las réflex se han convertido en una antigualla y las mirrorless campan a sus anchas. La variedad es apabullante: Canon, Fujifilm, Leica, Panasonic, OM System (antigua Olympus), la citada Sony, Nikon y hasta Sigma ofrecen opciones para todos los gustos y carteras, desde artículos sencillos y sin pretensiones hasta verdaderos monstruos de la tecnología capaces de grabar vídeo en 8K y garantizar el enfoque preciso no ya de personas en movimiento sino incluso de animales, trenes y aviones.
Hubo un tiempo, al comienzo de esta nueva carrera innovadora, donde las marcas se atrevieron a afirmar que la era sin espejo traería cámaras y objetivos mucho más pequeños. Sólo Sony, Fujifilm con sus modelos de sensor APS-C, Leica con sus familias M y Q, Nikon con la Zf y la testimonial Sigma mantienen esa premisa. Cuanto mayores sean las prestaciones requeridas, más aparatoso tenderá a ser el conjunto. Esta tendencia halla su plasmación más fiel en la moda de los objetivos ultraluminosos.
Un diafragma es como un ojo humano. Cuanto más abierto esté, más luz captará. Los objetivos funcionan igual y la luz se mide en pasos y a la inversa de lo que dicta la intuición: 1.2 siempre será más brillante que 4, que a su vez lo será más que 11. Justo en esa liga de los 1.2 llevan una temporada moviéndose Canon, Sony y Nikon. Y esta última es la que ha hecho la apuesta más diferencial.

En contra de la narrativa del tamaño, la trilogía de Nikon bordea o supera el kilogramo: 35mm 1.2, 50mm 1.2 y 85mm 1.2 no son piezas para acompañar al fotógrafo en la subida al Mulhacén. Nikon apela con este trío a un argumento poderoso: es material para satisfacer al autor por encima de la media y para contentar al cliente por encima de la media. Pero, sobre todo, la singularidad reside en el difícil equilibrio alcanzado con su fórmula: hay poquísimos objetivos capaces de combinar la justa nitidez y la derivada más artística.
El error más común
Cada marca enfoca el diseño óptico de una manera, pero existe un pecado habitual que consiste en digitalizar demasiado las imágenes, degradándolas a veces a un fotograma de videojuego más que a una representación de la realidad. Leica, especialmente en la fase dominada por el ingeniero Walter Mandler, transitó el camino opuesto. Incluso sus objetivos apocromáticos de más reciente creación mezclan perfección y cinematografía.

Esa es la trayectoria que Nikon describe hoy con sus 1.2. Son voluminosos porque incorporan mucho cristal. Incorporan mucho cristal porque fían el resultado no al software corrector que incorpora la cámara sino al propio objetivo, bien calibrado para resaltar el detalle donde se enfoca y propiciar unas transiciones hacia el desenfoque que colindan con el medio formato (sensores de 44×33 centímetros), la champions league de la fotografía contemporánea.
Además, Nikon aporta otra seña de identidad, la ciencia de color, uno de los ingredientes innegociables de toda gran marca. Ni Sony, ni Canon, ni Fujifilm (ni siquiera Leica) alcanzan semejante grado de fidelidad. Y la fidelidad ahorra mucho trabajo en postproducción. Que se lo digan a los fotógrafos de moda y producto o a los especializados en bodas, bautizos y comuniones.