Por qué tardan tanto en llegar los robots domésticos y qué pasará cuando esto ocurra
La aspiración del androide casero depende en gran medida de los progresos de empresas como Nvidia y OpenAI

Un modelo de robot doméstico de la empresa 1X Technologies que ya se encuentra en fase de pruebas en hogares. | Cover Images (Zuma Press)
La eclosión de la robótica doméstica nunca acaba de llegar. Se conocen los casos de esos modestos androides de compañía que prestan asistencia a los ancianos en Japón, pero de momento los desarrollos más tangibles se centran en los usos industriales. Empresas como Boston Dynamics y otras menos célebres como Rockwell Automation, UiPath, PTC o la europea ABB colocan sus fichas lejos de las cocinas y los salones de las familias del siglo XXI. El entorno fabril manda.
La velocidad de adopción depende en gran medida de los avances registrados en multinacionales de primera magnitud como Nvidia, especializada en IA y computación de alto rendimiento. Sus GPUs son un habilitador primordial de la robótica, una suerte de mano de Dios capaz de dotar a la máquina de la velocidad de procesamiento necesaria para acometer tareas de todo tipo.
Tampoco conviene perder de vista la segunda capa de este puzle, apoyada en los grandes modelos de lenguaje (LLMs). Sobre la infraestructura de Nvidia pueden posarse las telarañas algorítmicas diseñadas por OpenAI, Mistral, Anthropic, Google, Meta o Microsoft.
Finalmente, proyectos como Neuralink, del hoy nefando Elon Musk, abrirán un universo de posibilidades cuando a la interacción humano-robot se sume una interfaz cerebro-computador que quizás a su vez quede conectada al androide que nos presta servicio, de modo que las instrucciones que se le formulen ni siquiera requieran de una interacción directa, pues podrían concretarse con un sistema de mensajería instantánea (¿WhatsBot?).
Que el camino sea largo no significa que no haya compañías bien posicionadas en esta carrera. 1X (Noruega), iRobot Corporation (EEUU), Yujin Robot (Corea del Sur), A.I. Mergence (Francia) o Twenty Billion Neurons (Alemania) llevan ya unos años en el mercado y acercan poco a poco el propósito al tablero de juego de la realidad.
La gran cuestión: ¿Qué queremos?
Poco se habla de la paradoja hacia la que se encamina la sociedad digital. El despertar más furioso de la IA dibuja un mapa de total automatización: profesionales de todo tipo y empresas de cualquier sector delegarán en la herramienta tareas más o menos tediosas, pero también procesos altamente creativos. Para evitar tremendismos, se esgrime la teoría del pincel, que será la IA, y el pintor, que será el consumidor. Si a esta tendencia se suma el aterrizaje de la robótica en los hogares, con otro montón de faenas (esta vez aún más mortificantes) transferidas al lacayo tecnológico, queda por ver qué papel se reserva a las personas y cómo unos y otros lograrán diferenciarse entre sí.
Dos especies en una
Se aventuran los futurólogos a escindir en dos a la especie a partir de una premisa: el mercado laboral estará compuesto por quienes dominan los instrumentos de IA y sus derivadas (incluidos los robots) y quienes carecen de esas habilidades. Vendría a ser una criba similar a la que opera a partir del inglés. Quien lo habla tiene más opciones de éxito que quien se contenta con chapurrear su lengua materna.
Otro aspecto a considerar, más antropológico, será el ajuste del cerebro a un entorno aún más sintético. El impacto de las redes sociales, los superbuscadores, el porno y las aplicaciones de mensajería instantánea es un hecho incontestable no sólo entre los más jóvenes, sino también en los adultos. Ingredientes críticos de la condición humana como la empatía, la capacidad de deducción, la concentración o el mismo concepto de amistad experimentarán otra vuelta de tuerca. Nadie sabe aún si esa mutación será para bien o para mal, aunque los precedentes de los últimos lustros no inviten al optimismo.