¿Y si el cabreo del ciudadano europeo con EEUU acelera la soberanía tecnológica?
La guerra arancelaria es un arma de doble filo para Trump y las ‘big tech’ de Silicon Valley

Una efigie caricaturesca de Donald Trump vista durante una manifestación en Italia. | Cecilia Fabiano (LaPresse)
La Unión Europea suma 448 millones de habitantes. Si se añaden los efectivos de la isla divorciada en 2020 (Reino Unido, 68 millones más), el mercado resultante supera holgadamente la población de Estados Unidos y sólo queda por detrás de los dos elefantes mundiales de la demografía, India y China, ambas por encima de los 1.400 millones. La diferencia (todavía) entre el dinosaurio europeo y el tigre asiático está en la clase media, que es la que impulsa las ventas de las big tech mayoritariamente fraguadas en Silicon Valley. Sirva el ejemplo de Apple, una marca aspiracional pero no lujosa que permite así expandir la ventana de la exclusividad –del mismo modo que hace Leica– a individuos pudientes pero no ricos.
Hasta ahora, el ciudadano comunitario no ha basado sus opciones de compra en la política. La llegada por segunda vez de Donald Trump a la Casa Blanca, ahora como el primer presidente convicto de la historia del país, quizás modifique esa neutralidad. Igual que ocurre con la propia Apple, Google, Meta, Amazon y Microsoft pasan a formar parte, de repente, de un difuso concepto hostil cuya tangibilidad se concreta cada día con fenómenos que abarcan desde la imposición de aranceles a productos europeos de todo tipo hasta la negación de la colaboración militar forjada tras la Segunda Guerra Mundial y concretada con la creación de la OTAN en 1949.
Tesla ya experimenta en su pellejo este desapego. Su facturación en Europa ha caído a la mitad. El fenómeno puede explicarse combinando dos factores: por una parte, el citado cabreo colectivo; por otro, el poderoso argumento del bolsillo, cuyas monedas parecen decantarse del lado chino. Es obvio que China ha transformado su estatus industrial en la última década gracias a un cambio de paradigma: donde antes se copiaba lo que otros diseñaban en sus oficinas occidentales, ahora se toma un camino autónomo con propuestas como BYD, el principal fabricante de vehículos eléctricos.
Dimensión paralela
Europa tiene la oportunidad de alimentarse de la hostilidad que cruza el Atlántico desde Washington aprovechando la ocasión para reforzar dos de sus mandatos: la protección de la privacidad, bombardeada sistemáticamente por compañías como Meta y Google, y la carrera siempre farragosa hacia lo sostenible. Para acelerar ese doble propósito, hay que propulsar la creación de campeones tecnológicos europeos que abarquen el abanico de necesidades digitales del ciudadano. Un Drive europeo. Un Office. Un marketplace que no engulla (como Amazon) al comercio de proximidad, sino que le sirva de lanzadera. Un smartphone (Nothing es la nueva Ericsson, pero mejor). Un coche (están en ello). Un chip. Y hasta una red social.
Tentación equivocada
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, aprovecha la tensión UE-EEUU para propiciar una alianza comercial más estrecha con China que podría traducirse en inversiones multimillonarias en España. Este movimiento, razonable si se lee desde la vieja premisa que afirma que una puerta cerrada abre otra puerta, carece de sentido desde la perspectiva de la soberanía tecnológica. Si Europa quiere a sus campeones y si además los quiere alineados con dos de sus valores fundamentales, olvidarse de Estados Unidos para encomendarse a otra potencia extranjera con un acervo además antagónico significaría cambiar una dependencia por otra. Por hacer una analogía con los LLMs y la IA, si se abandona ChatGTP no es para encomedarse a DeepSeek, sino a Mistral.