¿Por qué no crear un detector de mentiras políticas impulsado por IA y 'big data'?
Una plataforma capaz de cazar al fullero elevaría el listón moral y premiaría a los partidos más rigurosos

Un detector de mentiras. | Kirill Chubotin (Zuma Press)
Uno de los abismos que separan al ciudadano de la política es la mentira. Los partidos (unos más que otros) juegan descaradamente al trile del despiste, la desinformación y las contradicciones disfrazadas de simples «cambios de opinión». Además, con frecuencia la ruptura de una promesa electoral se justifica por las exigencias de la vida gubernamental. Pactar con agentes antagónicos se ha convertido en un lugar común en España, cuyo sistema electoral deja en manos de las minorías decisiones de Estado jamás pactadas entre las dos grandes fuerzas del país, PP y PSOE.
Si el pasado viernes se articulaba en estas páginas una propuesta para frenar la corrupción gracias al blockchain, hoy se recurre a la tecnología para sugerir un detector de mentiras políticas. Más que un polígrafo, impracticable si se quiere escalar su uso, se trataría de una plataforma de verificación propulsada por una combinación de inteligencia artificial, big data, scraping automatizado de páginas web, conexión con APIs institucionales (portales de transparencia) y RAGs (retrieval-augmented generation; por ejemplo lo que hace ChatGPT más allá de los datos con los que fue entrenado cuando busca información a través de fuentes externas actualizadas).
La startup autora del software no necesitaría una inversión descomunal, pues las capas de IA apoyadas en LLMs pueden crearse con pocos recursos (entre 50.000 y 100.000 euros), la infraestructura inherente (cloud, scraping, bases de datos) rondaría esas mismas cantidades y el montante global para una primera fase incluyendo cierto estipendio para los fundadores ni siquiera alcanzaría el millón de euros. Casos como los de Magnific AI o Ignite Copilot demuestran que arrancar con capital limitado es factible.
El funcionamiento de dicha plataforma se articularía más o menos así: se introduce la entrada (discurso, noticia, entrevista, debate, post en redes sociales), se analiza lo dicho o escrito con grandes modelos de lenguaje que descomponen el material en unidades verificables, se contrasta este resultado automáticamente con las bases de datos disponibles (incluyendo los silos del INE, Eurostat, el BOE y sus equivalentes regionales), se asigna una puntuación de veracidad (verdadero, falso, engañoso, impreciso, etc.) y se presenta al usuario una síntesis con enlace a las fuentes consultadas.
¿Se puede rascar dinero de ahí?
La gran cuestión alrededor de este negocio es su monetización, ya que en principio no parece un B2C (dirigido al consumidor), sino un B2B con el foco en los medios de comunicación, que atraviesan un momento poco boyante desde el ángulo de la facturación. Las redacciones contarían sin embargo con un recurso inestimable, ya que serían capaces de verificar en tiempo real los contenidos generados desde la política, dando a sus artículos una pátina extra de fiabilidad.
En realidad, la solución también es interesante para consultoras y empresas de gran relevancia deseosas de contar con dosieres de primer nivel; podría encajar a los propios partidos políticos (elevando de paso el listón ético y fijando multas contra los fulleros); entraría en la órbita de organizaciones como Transparencia Internacional; facilitaría las auditorías electorales e incluso actuaría como recurso complementario para jueces y fiscales en el análisis preliminar de casos de corrupción.
Incentivar al escéptico
Un escollo inevitable es el propio sujeto bajo control. Al político, por definición, no le gustará semejante nivel de escrutinio, pero aquí concurren varios argumentos positivos. Uno es, en la fase inicial de la plataforma, la adhesión voluntaria. Los partidos que se sumen al proyecto ganarán fuerza moral. Otro son los incentivos económicos: las subvenciones percibidas podrían estar parcialmente condicionadas por el grado de honestidad de cada formación. Por último, un ránking de veracidad (una especie de liga de la honestidad política) condicionaría la narrativa de unos y otros y decantaría la balanza en favor de los más rigurosos.