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La otra cara del dinero

Por qué los constantes cambios de opinión de Pedro Sánchez no le pasan factura electoral

Nuestra mente prefiere los relatos a los datos, dice el Nobel Kahneman, y eso la hace vulnerable a muchas mixtificaciones

Por qué los constantes cambios de opinión de Pedro Sánchez no le pasan factura electoral

Pedro Sánchez celebra los buenos resultados obtenidos en la noche electoral del 23 de julio. Recuperó un millón de votos y dos escaños. | Europa Press

A finales del siglo pasado, cobró fuerza en Estados Unidos un movimiento para reducir el tamaño de las escuelas.

Las evaluaciones revelaban que, en Pensilvania, seis de las 50 mejores eran pequeñas, lo que suponía una sobrerrepresentación totalmente anómala. Hacia 2001, la Fundación Gates llevaba 1.700 millones de dólares invertidos en proyectos que en ocasiones implicaban la división de grandes centros en unidades menores. Una docena de otras instituciones destacadas, como la Annenberg Foundation o The Pew Charitable Trusts, se sumaron al esfuerzo, secundadas por el Departamento de Educación.

Se trata de algo perfectamente razonable.

«Es fácil construir un relato que justifique por qué los colegios pequeños proporcionan una mejor formación», escribe el premio Nobel de Economía Daniel Kahneman. Las clases son más manejables, la atención se puede personalizar, se detecta rápidamente a los niños con problemas, etcétera.

«Desafortunadamente —añade Kahneman—, todo este análisis es inútil porque los hechos son falsos».

Los argumentos cambian, las preferencias permanecen

El postulado de racionalidad asume que las personas escogemos nuestras preferencias tras examinar los argumentos disponibles, pero en la práctica sucede al revés: escogemos los argumentos disponibles tras examinar nuestras preferencias.

Pedro Sánchez es un excelente ejemplo de cómo los argumentos cambian y las preferencias permanecen. Aunque la hemeroteca es implacable, el presidente no solo no ha perdido apoyos, sino que los ha ampliado. A nadie le sorprende ya que donde dijo digo, diga Diego. El misterio es la capacidad de sus partidarios para comulgar con ruedas de molino. En cuanto se trae a colación alguno de los múltiples incumplimientos del presidente, los más pudorosos cambian rápidamente de tema y hablan de los terribles recortes que llevaría a cabo Alberto Núñez Feijóo, pero otros se manifiestan escandalizados por la desfachatez con que el líder del PP miente (aquí, aquí y aquí).

¿Cómo preocupándoles tanto el respeto por la verdad siguen defendiendo a Sánchez?

Preguntas difíciles y preguntas fáciles

Una de las premisas de Kahneman es que nuestro cerebro no refleja fielmente la realidad: no le da tiempo.

«El universo es demasiado grande y complejo para que seamos capaces de verlo todo», dicen Stephen Macknik y Susana Martínez-Conde en Los engaños de la mente. Cuando admiramos una alfombra persa, nuestras retinas no procesan cada hilo, cada nudo. «No tenemos suficientes células […]. Vemos una pequeña porción […] y rellenamos el resto».

La vida nos apremia con sus urgencias y «si no encontramos pronto una respuesta satisfactoria a una pregunta difícil —dice Kahneman—, la sustituimos por otra más fácil».

Por ejemplo, ¿qué opinión nos merece la gestión de Sánchez? Lo honesto sería documentarse debidamente, pero la existencia está llena de tentadoras opciones como irnos de cañas o ver Gran Hermano VIP y no vamos a perder el tiempo mirando estadísticas y consultando a expertos.

Así que reconvertimos la cuestión a otra más manejable: ¿cuál es la alternativa?

Entonces, al conjuro de estas palabras, irrumpen en nuestra conciencia Santiago Abascal y los cuatro jinetes del Apocalipsis y damos el asunto por zanjado. «No nos quedaremos sin saber qué decir —sostiene Kahneman—, no tendremos que trabajar demasiado y no notaremos que no hemos respondido a la pregunta que nos han hecho».

La coherencia importa más que la evidencia

Una vez fijada una preferencia, justificarla es casi instintivo.

«Somos buscadores de patrones», dice Kahneman. El caos nos angustia y tratamos de dotar a todo de sentido. Atribuimos formas de animales a la disposición fortuita de las estrellas o a las siluetas caprichosas de las nube, y organizamos hechos dispersos en relatos a los que nos cuesta mucho renunciar.

Sin embargo, aunque preferimos la coherencia, no somos inmunes a la evidencia.

Cuando el sostenella y no enmendalla comporta graves consecuencias (económicas, políticas o afectivas), no podemos permitirnos el lujo de no rectificar. Es lo que ocurrió con las escuelas pequeñas de las que hablaba al principio. «Si los estadísticos que informaron a la Fundación Gates se hubieran fijado en las características de los peores colegios —escribe Kahneman—, habrían advertido que los malos también tienden a ser más pequeños que la media».

¿Cómo era posible?

El tamaño importa

La explicación es estadística y no tiene nada que ver con la pedagogía.

Imaginemos, dice Kahneman, una gran urna llena de bolas de dos colores y que un voluntario llamado Jack extrae cuatro a ciegas. Anota a continuación cuántas son rojas y cuántas blancas, las devuelve a la urna y repite la operación. Al cabo de un tiempo, tendrá una serie en la que la combinación de «dos rojas y dos blancas» será mucho más habitual que la de «todas rojas» o «todas blancas».

Pidamos ahora a otra voluntaria llamada Jill que saque bolas de la urna, pero siete, en lugar de cuatro.

Cuando al final del experimento comparemos ambas series, comprobaremos que la de Jack presenta muchas más combinaciones extremas (todas rojas o todas blancas) que la de Jill (los porcentajes esperados son 12,5% y 1,56%, respectivamente). La razón es que las muestras de cuatro bolas arrojan más resultados extremos que las de siete bolas.

Lo mismo sucede con los colegios: cuanto menor es el tamaño, menor es la muestra y, por tanto, mayor la probabilidad de que se den resultados extremos.

«Habrá hecho un estudio, pero me trae sin cuidado»

En octubre de 2006, la Fundación Gates anunció que renunciaba a «la conversión de grandes institutos en otros más pequeños».

Esta actitud honra a sus gestores, pero no todos reaccionan igual ante la evidencia. Cuando el psicólogo Amos Tversky demostró que los jugadores de baloncesto no «entran en racha» y que ni siquiera las superestrellas de la NBA escapan a la tiranía de las leyes de la estadística, el legendario entrenador de los Boston Celtics Red Auerbach comentó: «¿Y quién es ese tipo? Habrá hecho un estudio, pero me trae sin cuidado».

Me imagino que algo parecido pensarán los votantes de Sánchez cuando les traigan a colación sus múltiples incumplimientos.

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