Las tarjetas SIM, el 5G y Telegram se han convertido en las armas rusas menos secretas
La mezcla entre lo civil y lo militar se está diluyendo de manera rápida y masiva

Drones iraníes Shahed 136 en Teherán. | EP
Un tipo sentado ante un ordenador en su casa pulsa un botón en su smartphone, una bomba cae del cielo y mueren media docena de personas. Un portaaviones es imponente, un helicóptero de combate resulta aterrador y un ingenio nuclear arrasaría ciudades enteras. Pero lo que puede matarte hoy es un teléfono barato.
La guerra moderna ha democratizado la capacidad de matar, arrasar y generar caos. Ya no se trata solo de una contienda de artillerías enfrentadas, tanques y soldados. Es, cada vez más, un campo de batalla dispuesto en los márgenes del hardware comercial, las aplicaciones civiles y las tecnologías de bajo coste.
En este nuevo escenario, el arma más temida por las ciudades ucranianas no es un misil hipersónico ni un bombardero estratégico, sino un pequeño dron suicida que, con la ayuda de una tarjeta SIM, una red 5G y una cuenta de Telegram, puede convertirse en un misil guiado de largo alcance.
Se trata del Shahed-136, rebautizado como Geran-2 en su versión rusa, un dron de origen iraní que ha sido adoptado, modificado y producido en masa por Moscú. Su eficacia no reside solo en su diseño o en su capacidad destructiva. El detalle que lo hace temible es que los mensajes y comunicaciones que lo controlan, dirigen y apuntan le llegan por las redes de telefonía civiles. Es el perfecto ejemplo de la llamada «guerra híbrida».
El Shahed-136 es, en apariencia, un aparato rudimentario. Su estructura de 3,5 metros de largo, con una envergadura de 2,5 metros, está fabricada en materiales baratos y accesibles. En sus diseños iniciales carecía de sistemas complejos como el guiado por láser, conexiones por satélite o capas de pintura que le provean de invisibilidad ante el radar.
Emplea un motor de combustión interna, propulsado por hélice, y es un gran viajero: es capaz de recorrer hasta dos mil kilómetros con una carga explosiva de unos 50 kilogramos. A diferencia de los drones de combate sofisticados como el Bayraktar o el MQ-9 Reaper, el Shahed es un arma de saturación, una munición merodeadora pensada para atacar por volumen, y no por precisión. Pero ha mutado.
En apenas dos años, ha pasado de su versión primigenia a una sexta generación equipada con turbinas, recubrimientos furtivos de pintura negra para vuelos nocturnos, sistemas de navegación alternativos al GPS y una integración avanzada con redes civiles de telecomunicaciones. Hoy, un Shahed puede ser guiado por Telegram, recibir instrucciones en tiempo real vía 5G o reconducirse manualmente a través de redes móviles locales… las propias del país que está atacando.
Los servicios de inteligencia ucranianos han realizado análisis forenses a docenas de drones Shahed derribados. En sus entrañas, han encontrado una amalgama de tecnologías civiles: chips de navegación procedentes de Corea del Sur, módulos de posicionamiento australianos, componentes electrónicos suizos y tarjetas SIM de operadoras ucranianas.
Todos estos elementos, comprados en mercados abiertos o desviados a través de terceros países, escapan a los controles de exportación y las sanciones internacionales. Se trata de una ingeniería de doble uso; dispositivos diseñados para su uso comercial, reconvertidos en piezas clave de una estrategia militar.
Tarjetas SIM con alas
Uno de los hallazgos más llamativos ha sido la integración de tarjetas SIM locales y el uso de redes de telecomunicación ucranianas. En varios drones interceptados se ha identificado que la comunicación y guía del aparato se realiza a través de aplicaciones instaladas en servidores ubicados fuera de Rusia, principalmente Telegram.
Esta red, cifrada y descentralizada, permite a los operadores enviar instrucciones actualizadas, modificar rutas y coordinar ataques de manera remota, incluso cuando el GPS es interferido o anulado. El uso de la red social Telegram como canal de comunicaciones representa un salto en la forma de dirigir sistemas de armamento.
No se trata simplemente de usar una app de mensajería para enviar coordenadas. En algunos modelos interceptados, se ha comprobado que Telegram actúa como interfaz de usuario entre el operador y el dron. Una vez el aparato accede a la red móvil, gracias a la SIM ucraniana, puede recibir instrucciones mediante comandos en tiempo real, reenrutarse o incluso abortar su misión.
Los enjambres que vienen
Este sistema permite operar enjambres de drones desde posiciones muy alejadas del frente, y la conexión no requiere una infraestructura militar específica. Basta una antena, un teléfono y cobertura móvil. Además, Telegram ofrece una capa de anonimato, cifrado de extremo a extremo y, gracias al 5G, o al 4G donde el otro estándar no esté disponible, es una plataforma ubicua, ya que opera con normalidad incluso en entornos hostiles para otros servicios.
El resultado es un sistema de control táctico distribuido, barato y casi imposible de rastrear sin interrumpir completamente las redes civiles, lo que haría más daño a Ucrania que al invasor.
Producción industrial y externalización clandestina
El segundo elemento que agrava esta amenaza es la industrialización del proceso. En 2023, Rusia fabricaba alrededor de trescientos drones Shahed al mes. Hoy, informes de la inteligencia militar estiman que puede alcanzar esa cifra cada tres días… a un ritmo que sigue acelerándose.
En la ciudad de Alábuga, en la república de Tartaristán, se ha construido un complejo industrial destinado exclusivamente a la fabricación de drones de diseño iraní. Allí, en un entorno cerrado y vigilado, cientos de trabajadores norcoreanos ensamblan estos artefactos en serie.
La cooperación con Corea del Norte no se limita al suministro de misiles balísticos, sino que ahora se extiende a la provisión de mano de obra especializada, en condiciones de semiclandestinidad. Parte de estos drones, según las fuentes consultadas, serán reenviados a Pyongyang como forma de pago o como parte de una estrategia compartida de rearme tecnológico. El conflicto, por tanto, se internacionaliza, no solo por la implicación de Irán o Corea del Norte, sino por la pasividad, y en ocasiones complicidad, de los mercados grises por donde circulan los componentes.
La saturación como método de desgaste
El modelo operativo ruso ha evolucionado hacia una estrategia de saturación. Una primera oleada de drones señuelo, más baratos y simples, se lanza para provocar la activación de los sistemas de defensa ucranianos. Estas unidades generan firmas de radar falsas, simulan rutas de ataque y obligan a las baterías antiaéreas a consumir sus limitadas reservas de misiles. Una vez agotadas las defensas, los Shahed entran en acción como segunda oleada, apuntando a infraestructuras críticas, estaciones eléctricas, zonas residenciales o centros logísticos.
Rusia ha llegado a lanzar más de trescientos drones en una sola noche, y esa cifra podría multiplicarse en los próximos meses. A medida que Ucrania agota sus reservas de defensa aérea, y Occidente titubea en la reposición de sistemas como los Patriot, el impacto de estas oleadas será cada vez más devastador. Es una guerra de desgaste tecnológico y económico. Un Shahed avanzado puede irse a un precio que ronde los 50.000 euros, mientras que interceptarlo puede requerir un misil que vale diez veces más.
Este es uno de los ejemplos más claros y evidentes de algo que está reconfigurando los conflictos armados: la militarización de lo civil. La capacidad de producir armas eficaces con tecnología de consumo, la posibilidad de controlar vehículos autónomos mediante redes sociales y la externalización de procesos industriales a terceros con un bajo coste.
La guerra que viene no se libra únicamente en los campos de batalla, sino también en los servidores de Telegram, las fábricas semiclandestinas de Alábuga y las redes 5G que nos dan cobertura cada día. Y lo peor de todo: en esa guerra, cualquier tarjeta SIM puede ser un detonador.