The Objective
Tecnología

Europa no puede seguir el ritmo de producción ruso de misiles defensivos

La industria militar europea necesita poder atender una necesidad que ha llegado de golpe

Europa no puede seguir el ritmo de producción ruso de misiles defensivos

Sistema antimisil ruso estacionado en la zona del mar Báltico. | Ministerio de Defensa de Rusia (Zuma Press)

La industria europea no está preparada. Si mañana Vladímir Putin decidiera lanzarnos una andanada de proyectiles, como hace con Ucrania, más nos vale buscar refugio. A diferencia de los israelíes, no tenemos nada ni remotamente comparable a su Iron Dome. Técnicamente sí, pero la defensa quedaría desbaratada en pocos días.

Este diagnóstico no proviene de una fuente política ni de un informe institucional. Es el resultado del análisis de Fabian Hoffmann, investigador doctoral en la Universidad de Oslo, quien ha comparado sistemáticamente la producción rusa de misiles balísticos con la capacidad europea y estadounidense para fabricar interceptores. Sus conclusiones son claras: una estrategia centrada exclusivamente en la defensa no es viable frente al ritmo industrial que ha alcanzado Moscú desde el inicio de la guerra en Ucrania.

La estrategia europea frente a la amenaza de misiles balísticos convencionales rusos se basa en un principio claro: la negación. Es decir, derribar todo aquello que llegue volando con malas intenciones y defender eficazmente infraestructuras críticas, activos militares clave y centros urbanos. Según Hoffmann, ese principio ya no se sostiene. Mientras Europa invierte crecientes recursos en sistemas Patriot y Aster, Rusia amplía de forma constante su capacidad de ataque. Los datos de producción no dejan lugar a dudas: Europa no puede seguir el ritmo de Rusia ni en volumen ni en costes, y la brecha se amplía.

Según los datos recopilados por Hoffmann, Rusia produce entre 840 y 1.020 misiles balísticos convencionales al año, sumando los del sistema Iskander-M y los Kh-47M2 Kinzhal lanzados desde el aire. Esta cifra supone un incremento de hasta el 40 % respecto a 2024. Frente a esto, la producción conjunta de interceptores del sistema Patriot apenas alcanza entre 850 y 880 unidades anuales, con un problema añadido: esta producción atiende también a Estados Unidos, Oriente Medio y Asia, lo que deja disponible solo la mitad para los Estados europeos.

Europa no solo produce menos interceptores que Rusia misiles; además, debe repartir esos interceptores entre múltiples amenazas. La defensa antimisiles no puede centrarse únicamente en los misiles balísticos: también debe hacer frente a drones, misiles de crucero y otros peligros aéreos. En Ucrania, por ejemplo, los sistemas Patriot han sido utilizados rutinariamente para interceptar drones Shahed o misiles Kalibr, lo que ha reducido el número disponible para amenazas balísticas, que suelen ser las más destructivas.

Incluso con una asignación óptima, la relación de interceptores por misil no es de uno a uno. Para lograr una probabilidad de intercepción superior al 90 %, se requieren al menos dos interceptores por cada misil balístico. Esto reduce drásticamente la capacidad efectiva de defensa: con entre 400 y 500 interceptores Patriot anuales asignados a Europa, el continente podría enfrentarse a unos 200 o 250 misiles al año, una cifra muy inferior a los más de 800 que Rusia produce anualmente.

A esto se suma que los arsenales europeos están notablemente vacíos. Los pedidos recientes de la OTAN, como los 1.000 interceptores PAC-2 GEM-T, no comenzarán a entregarse hasta 2027, y los plazos se extienden hasta 2033. La ampliación de las plantas de producción, como la futura línea de Rheinmetall en Alemania, aún no ha comenzado. Mientras tanto, la demanda global sigue en aumento.

El otro gran sistema europeo de defensa antimisiles, el SAMP/T, utiliza interceptores Aster, capaces de hacer frente a misiles balísticos de corto y medio alcance. Su producción, liderada por MBDA y el consorcio Eurosam, se estima actualmente en 220 a 250 interceptores anuales, con previsión de aumento hasta 270 en 2026. A diferencia del Patriot, entre el 85 % y el 90 % de los Aster producidos se quedan en Europa, lo que mejora su disponibilidad regional.

Sin embargo, su eficacia operativa ha sido objeto de debate. Informes ucranianos sugieren que el rendimiento de los Aster frente a misiles balísticos es inferior al de los estadounidenses, lo que podría requerir más unidades para neutralizar cada objetivo. En la práctica, esto significa que la capacidad anual efectiva usando Aster se situaría entre 95 y 110 misiles balísticos interceptados, una cifra insuficiente ante una campaña de saturación rusa.

Si se combinan Patriot y Aster, la capacidad total de intercepción europea en 2025 oscilaría entre 235 y 299 misiles balísticos, siempre bajo el supuesto de una asignación de dos interceptores por amenaza. Frente a los más de 800 misiles balísticos convencionales que Rusia produce cada año, el desequilibrio es evidente. Y eso sin contar con la creciente producción rusa de misiles de crucero y drones de largo alcance.

Costes y sostenibilidad

Además del volumen, hay un factor económico difícil de ignorar. Cada interceptor Aster 30 o Patriot cuesta entre 2 y 4 millones de euros, mientras que el coste de producción de un misil balístico ruso como el 9M723 o el Kh-47M2 Kinzhal es sensiblemente inferior. Esto genera un problema de sostenibilidad: una defensa basada exclusivamente en interceptores es financieramente inviable a largo plazo si el adversario puede producir más misiles por menos dinero.

Si interceptar cada misil ruso cuesta el doble o el triple de lo que cuesta fabricarlo, el modelo resulta insostenible. En caso de un conflicto prolongado o una escalada regional, Europa se vería obligada a priorizar objetivos y aceptar que muchos ataques no podrán ser neutralizados.

Según Hoffmann, la conclusión es clara: la estrategia europea debe dejar de centrarse exclusivamente en la negación y avanzar hacia la disuasión por represalia. Si no se puede impedir cada ataque, debe garantizarse que todo ataque recibirá una respuesta costosa e inmediata.

Esto no implica adoptar una postura ofensiva indiscriminada. La lógica de la disuasión convencional requiere que la represalia se dirija contra infraestructuras militares, industriales o económicas clave, no contra población civil. Es una diferencia crítica frente a la doctrina rusa actual, que en Ucrania ha priorizado ataques deliberados contra ciudades.

Disuadir no es atacar

La transición hacia una disuasión basada en el castigo requiere un cambio doctrinal profundo, nuevas capacidades industriales y un esfuerzo político sostenido. Actualmente, los arsenales europeos de ataque de largo alcance están aún más limitados que los de defensa, y los ciclos de producción son largos. Además, muchos Estados europeos carecen de una cultura estratégica orientada a la represalia.

No obstante, ignorar la realidad solo prolonga la vulnerabilidad. Europa no puede competir con Rusia misil por misil, ni en cantidad ni en coste. Pero sí puede construir una postura creíble que garantice que cualquier ataque tendrá consecuencias proporcionales y efectivas.

Si se atienden las advertencias de Hoffmann y otros analistas que hacen llamados similares, la industria bélica europea debería dar un salto cualitativo y cuantitativo de gran magnitud. Moscú nos ha metido a todos en un lío que podría devorar ese 5 % del PIB que Donald Trump exige a los países de la OTAN. Siempre será mejor gastarlo aquí que en su país, porque nadie sabe si se llegará realmente a esos niveles de gasto. Lo que sí se sabe es que va a crecer. Y mucho.

Publicidad