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Tecnología

La improbable odisea de crear otra marca española de 'smartphones'

BQ fue un precedente por momentos exitoso y la UE quiere más soberanía tecnológica, pero los obstáculos son enormes

La improbable odisea de crear otra marca española de ‘smartphones’

Bq.

Estados Unidos con Apple, Corea del Sur con Samsung y China con Huawei, Xiaomi, Oppo y Vivo (entre otras) se reparten los ingresos del smartphone a nivel mundial. Empeñada en recuperar su soberanía tecnológica, la Unión Europea suele olvidarse de lo importante que es contar con marcas propias en esta industria para -como dicen en Cataluña- hacer país

Intentonas ha habido varias. En España existió BQ, que llegó a colarse en el top 5 nacional con terminales de gama media. En 2015 el 51% de la empresa se vendió a Vingroup (Vietnam) y en 2021 echó el cerrojo. Tras varias piruetas, la finlandesa Nokia sigue activa, aunque cambió de manos y su peso nada tiene que ver con aquel antiguo dominante mundial. Desde Países Bajos y Alemania destacan dos propuestas basadas en la sostenibilidad y ciertos componentes modulares: Fairphone y Shiftphone, ambas con muy modestas cuotas de mercado. En Londres, fuera del marco de la UE pero europea al fin y al cabo, tiene su sede la única verdadera alternativa al oligopolio asiático-americano: Nothing, cofundada por Carl Pei, ex de OnePlus, y por el español David Sanmartín

Lo que Nothing hace desde el Reino Unido es lo que Apple orquesta desde California. El diseño se queda en casa, con equipos a menudo diferenciales y -en el caso de la británica- el concurso de Teenage Engineering, la firma sueca de sintetizadores que también participa en el capital. Los teléfonos y otros accesorios, sin embargo, se fabrican en Asia, entre India y China. Salir de ese círculo dependiente es casi imposible, aunque quepan soluciones intermedias como un ensamblado final en Europa, que es el camino tomado, por ejemplo, por la madrileña Velca, especializada en motos eléctricas. 

Si Nothing basa su atractivo en un diseño claramente influenciado por el socio sueco y en una capa que se superpone a Android con la intención de simplificar la experiencia de usuario, la compañía carece de la bandera medioambiental que Fairphone y Shiftphone enarbolan y que tanto podría seducir a la concienciada clase media europea. Los holandeses han logrado vender hasta la fecha casi 200.000 unidades de su Fairphone 4, más exitoso que su sucesor inmediato, el Fairphone 5 (46.000 unidades vendidas). Dos generaciones después surge el Fairphone 6, lanzado el pasado junio y del que aún no hay cifras oficiales. En 2024, Apple colocó alrededor de 232 millones de iPhones. El agujero es enorme incluso apelando al espíritu verde de la UE. 

Es dudoso que España esté en condiciones de contribuir al mandato soberano formulado desde las instituciones comunitarias. El país cuenta con muy pocas marcas de electrónica de consumo. Aparte de la extinta BQ, pueden citarse la catalana Woxter (libros electrónicos, altavoces) o la alicantina Energy Sistem (auriculares), salvo que se amplifique el significado de esa categoría de mercado donde operan las firmas de smartphones, tabletas o wearables. 

A la escasa tradición mostrada en esta esfera se suma una competencia feroz; el problema de las escalas (hay que fabricar mucho para abaratar costes); la dependencia tecnológica de Asia en componentes como los chips, las baterías o las pantallas; el desafío del soporte y la posventa; y, sobre todo, la narrativa que condiciona cómo se percibe una marca. Si en la industria textil, donde España impone sus galones gracias a Inditex, se recurre a veces al truco de disfrazar un producto hispano con un nombre extranjero (Massimo Dutti, Pull&Bear, Stradivarius), cuesta creer que la marca-país tenga tirón en lo tecnológico sin contar con tradición ni infraestructura. 

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