La defensa europea se adelanta por primera vez en algo: los drones navales de superficie
El Viejo Continente despunta en una nueva asignatura con la ayuda de Ucrania

Un dron naval Seawolf en funcionamiento.
Va a ser un adelantamiento en toda regla. Tras décadas de paz en suelo europeo, su industria de la defensa se ha ralentizado ante la comodidad de estar cubiertos por el paraguas de la OTAN. Ese adormilamiento nos dejó fuera de juego ante la contundencia rusa y la eficiente tecnología estadounidense. Pero por primera vez en mucho tiempo, y derivado de la guerra en Ucrania, el Viejo Continente va a salir en pole position en una asignatura: los drones navales en superficie.
Puede parecer una asignatura menor, pequeña en comparación con la enormidad de sistemas que se usarían en caso de conflicto. Sin embargo, es uno de los armamentos que está dando más alegrías a Kiev y vuelve locos a los operadores de radar rusos. No solo eso: está arruinando a Moscú al dañar sus petroleros y, por ende, su economía.
Si los drones voladores están cambiando las reglas en el aire y sobre tierra firme; sobre el agua la cosa no es muy distinta aunque la receta que se aplica es otra. La planteó un chef ucraniano y está reconfigurando las defensas relacionadas con el dominio náutico.
En un discreto pero significativo movimiento estratégico, Europa ha iniciado la producción de una nueva clase de drones navales. El programa Seawolf, concebido en Ucrania, financiado con capital noruego y manufacturado en suelo polaco, está llamado a transformar la arquitectura de su defensa marítima. El proyecto articula una nueva manera de entender la guerra en el mar, basada en la agilidad, la modularidad y la producción en masa. Una doctrina que se aparta de los grandes navíos del pasado y apuesta por sistemas distribuidos, mucho más económicos e incluso más letales.
Los drones Seawolf, cuya fabricación masiva comenzará en territorio polaco, se han desarrollado bajo las duras condiciones del mar Negro, donde han sido probados en un conflicto activo. Ahora, estos vehículos no tripulados saltan hacia una integración en las fuerzas armadas de la OTAN, con afección a los métodos y doctrinas de una marina que necesita, como todas, nuevos planes.
El Seawolf es una familia de drones marítimos desarrollados sobre una misma estructura. Es como el chasis de un todoterreno al que se le van acoplando capacidades. Esa base compartida permite una fabricación escalable, donde los componentes principales —propulsión, comunicaciones, sensores y sistemas de mando— se mantienen constantes, mientras que las capacidades específicas se ajustan en función de la misión. Esta filosofía modular responde a una lógica clara: no se trata de disponer de un solo navío sofisticado, sino de decenas de plataformas capaces de operar en escenarios cambiantes.

Polonia ha asumido la responsabilidad de producir estas unidades a gran escala. Con una capacidad estimada de entre veinte y treinta drones por mes, se sienta el precedente de una defensa continental basada en cantidad, adaptación y disponibilidad, si no inmediata, muy rápida. Esta línea de producción no solo refuerza la industria militar europea, sino que protege a Ucrania ante el riesgo de ataques directos a sus centros de fabricación. Al trasladar parte de su capacidad industrial a suelo comunitario, Kiev consolida una alianza operativa con Varsovia y Oslo que trasciende el marco comercial.
Existen dos variantes principales del Seawolf. La primera, más ligera, presenta una eslora de 7,5 metros, una autonomía superior a los 1.600 kilómetros y una capacidad de carga útil que alcanza los 1.650 kilogramos. De estos, hasta 450 kilogramos —más o menos lo mismo que un torpedo— pueden ser carga explosiva, aunque es solo una de sus capacidades. Esta combinación convierte al Seawolf en un arma idónea para operaciones de infiltración, reconocimiento, sabotaje y ataque quirúrgico. Su baja altura sobre el agua, que apenas sobrepasa el medio metro, le confiere un perfil radar casi indetectable; sería un explorador valiente y sigiloso.
La segunda versión, de mayor capacidad, alcanza los 9,5 metros y soporta hasta cuatro toneladas de carga. Está concebida como plataforma ofensiva de gran alcance, capaz de portar lanzadores de misiles, torretas para ametralladoras pesadas, módulos de guerra electrónica o incluso el manejo de enjambres de drones de corto alcance.
Esta diversidad táctica permite no solo atacar objetivos navales, sino también infraestructuras estratégicas costeras, estaciones de radar, centros logísticos o puertos. Su autonomía de más de 1.500 kilómetros le otorga un radio de acción y periodo operativo que cubre buena parte del Báltico, el mar Negro y el Mediterráneo oriental.
Nuevas reglas para todos
La introducción del Seawolf en los arsenales europeos se ajusta a una doctrina incipiente definida como disuasión marítima distribuida. A diferencia de la estrategia tradicional, centrada en grandes y costosos buques como fragatas, destructores o portaaviones, este nuevo paradigma propone una disuasión basada en enjambres, plataformas múltiples, adaptabilidad táctica y un coste asumible. Esta lógica no solo permite sostener operaciones prolongadas, sino que desborda las defensas convencionales del adversario, lo que les obliga a dispersar recursos y elevar sus gastos.
El Seawolf apalanca la transición de la guerra marítima desde las grandes armadas hacia un escenario técnico más fragmentado, dinámico y complejo. Ahora las capacidades se descentralizan, los objetivos se multiplican y la defensa se vuelve más difícil y costosa. Con este pequeño paso, Europa no solo se adapta a esta realidad, sino que la lidera.
La elección de Polonia como lugar de producción no es casual. Este país va camino de tener el ejército terrestre más grande de Europa, superando incluso a Francia y Alemania. Están comprando tanques K2 Black Panther coreanos, lanzamisiles HIMARS, baterías Patriot, cazas FA-50, helicópteros Apache y obuses K9 a un ritmo que sugiere que alguien en Varsovia se prepara para los años 2030 como si fueran a enfrentarse al apocalipsis bíblico.
Polonia: el muro se está enladrillando
Polonia teme al ruso. Ha visto atacar plataformas petroleras, minar rutas marítimas, sabotear oleoductos, interferir con el tráfico aéreo y utilizar flujos migratorios como arma. Ningún país de nuestro entorno ha tenido una visión más clara de la guerra híbrida del siglo XXI, excepto Ucrania. A diferencia de algunas capitales occidentales que prefieren escribir cartas enérgicas, Polonia ha respondido construyendo un ejército lo suficientemente grande como para hacer que sus enemigos se piensen dos veces sus decisiones.
Con inversiones masivas en defensa terrestre, aérea y cibernética, el país ha superado a muchas potencias tradicionales en términos de volumen, preparación y alineación con los escenarios actuales. Su unión con Ucrania tiene todo el sentido. Los desarrollos tecnológicos que han salido de sus talleres, especialmente en el ámbito de los drones aéreos y marítimos, han demostrado bajo el fuego real una eficacia notable frente a un adversario con medios convencionales superiores.
Durante décadas, las principales potencias del continente han delegado en Estados Unidos el liderazgo tecnológico y doctrinal. Este modelo ha proporcionado ciertas garantías de seguridad, pero también ha generado dependencia. Con la fabricación del Seawolf dentro del territorio comunitario, Europa da un paso hacia su autonomía estratégica. No se trata únicamente de fabricar drones. Se trata de diseñar, producir y desplegar soluciones propias, adaptadas a sus amenazas y escenarios sin atender a presiones externas o interrupciones logísticas.
Costes contenidos
Pero cambia otra cosa: la economía, tanto financiera como de recursos. Mientras que un misil antibuque puede costar millones y tardar meses en ser servido ante su complejidad de construcción, estas plataformas pueden ser despachadas en unos pocos días a un coste muy inferior por unidad.
Quien controle estas flotas y quien pueda producirlas a velocidad suficiente tendrá capacidad real de disuasión. La guerra naval, como ya ha ocurrido con la guerra aérea y terrestre, entra en una fase marcada por la proliferación de sistemas no tripulados. Y Europa, esta vez, no llega tarde.
Las lecciones ucranianas apuntan a que el mar del siglo XXI no será de quien lo domine con grandes buques. Será de quien sea capaz de disuadir con pequeños sistemas capaces de cambiar el resultado de una batalla sin ser vistos. El Seawolf es su primera expresión. Es razonable pensar que llegarán más, y por primera vez en mucho tiempo, sin pedir ayuda a otros.
