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Trump ha encargado unos gigantescos barcos de guerra pero no queda muy claro para qué

El presidente americano ha puesto nombre a los navíos más grandes de su armada tras los portaaviones

Trump ha encargado unos gigantescos barcos de guerra pero no queda muy claro para qué

Donald Trump, flanqueado por Marco Rubio y Pete Hegseth, anuncia la construcción de una nueva flota de buques de guerra que llevará su nombre. | La Casa Blanca (EFE)

Más grande, más fuerte, y con un puño demoledor. Así es el último capricho de Donald Trump, en un plan de ejecución inmediata que pasa por traer de vuelta a uno de los buques de guerra más poderosos de la historia bélica: los acorazados. Lo que no se tiene demasiado claro es para qué fin o conflicto concreto; sí se tiene más claro lo del coste: mucho.

Desplazados por misiles y portaaviones, los acorazados desaparecieron de la faz de la Tierra hace décadas. A día de hoy no hay ningún navío de este tipo en servicio, y si a finales del XIX y en la primera mitad del XX fueron los reyes del mar, los que aún quedan son museos, chatarra o sirven de decoración en fondos marinos.

Sin embargo, el actual inquilino de la Casa Blanca quiere dejar su huella en la historia militar. Por eso ha ordenado la construcción de, en principio, dos de estos navíos en un plan que circunda las 20-25 unidades, y a los que ha bautizado con su propio nombre: «Clase Trump». La alegoría apunta a que, cuando alguno de ellos martirice a otros buques o posiciones en costa, será el puño del mandatario el que golpee.

El deseo del gobernante estadounidense se materializará a través de un primer ejemplar de esta clase denominado USS Defiant (Retador). Este coloso flotante, ideado para medir 268 metros de eslora y un desplazamiento estimado de entre 30.000 y 40.000 toneladas, se posiciona tres veces por encima del tamaño de un destructor tipo Arleigh Burke. Para hacerse una idea de su masividad, la fragata F-105 Cristóbal Colón de la Armada española desplaza 5.982 toneladas a plena carga, o el Juan Carlos I, el buque insignia, desplaza un máximo de 27.500.

La tripulación prevista de la nueva Clase Trump se situará en torno a las 850 personas, una dotación necesaria para operar el complejo abanico de sistemas embarcados. Su armamento representa una combinación de sistemas probados, capacidades emergentes y tecnologías aún en fase de desarrollo. En la proa destacará un cañón electromagnético de 32 megajulios, capaz de disparar proyectiles a velocidades hipersónicas sin necesidad de explosivos. Este tipo de arma, cuya viabilidad práctica sigue siendo objeto de debate, se basa en una suerte de pedrada cinética impulsada por imanes sin ir acompañada de explosión alguna.

Junto a este cañón, se instalarán dos piezas navales convencionales de 127 mm, pensadas para fuego naval clásico o defensivo. Además, el buque incorporará múltiples sistemas de lanzamiento vertical distribuidos en tres módulos principales: dos situados en proa y uno en popa. Estos VLS servirán de plataforma para misiles hipersónicos, aún en desarrollo, capaces de alcanzar blancos a más de Mach 5 mediante maniobras evasivas que complican su intercepción. A este catálogo de destrucción se suman misiles de crucero con capacidad nuclear.

Uno de los aspectos más llamativos del diseño radica en la integración de sistemas de energía dirigida: cañones láser, como en las películas del espacio. En total, se ha anunciado la instalación de varios de estos sistemas con potencias de entre 300 y 600 kilovatios, cuya finalidad sería interceptar amenazas de corto alcance, como drones o misiles antibuque. Asimismo, el Defiant contará con hasta cuatro sistemas ODIN, un tipo de láser de baja energía destinado a cegar sensores enemigos y anular sistemas de puntería.

En paralelo a este armamento principal, los buques clase Trump incluirán sistemas secundarios para defensa cercana y guerra asimétrica: cañones automáticos de 30 mm, sistemas antidron independientes y, al menos, dos lanzadores RAM para defensa aérea.

El plan anunciado por Trump prevé tres posibles estadios: primero se construirán dos, más tarde una decena y, si tienen éxito, acabarán siendo alrededor de dos docenas de unidades. La construcción se llevará a cabo en astilleros estadounidenses, con la colaboración de más de mil proveedores repartidos por todo el país. El coste exacto no ha sido revelado, aunque se especula que el precio unitario podría superar con creces los 4.000 millones de euros por unidad si se consideran las innovaciones técnicas, los plazos de desarrollo y el coste operativo a lo largo de su vida útil.

El USS Defiant no solo busca imponer respeto por su tamaño y armamento, sino también funcionar como nodo de mando avanzado, con capacidad de control sobre plataformas tripuladas y no tripuladas, tanto navales como aéreas. Queda por ver si esta propuesta se materializa en los términos anunciados o si sufrirá ajustes, como ha sucedido con otros programas de gran ambición y poco éxito.

Malos precedentes

La Marina estadounidense lleva unos años pagando errores de concepto, de construcción o de escasez de recursos que cubran sus necesidades. Así que no deberían ser pasados por alto los recientes desatinos en el plano de su construcción naval. En las últimas décadas, su flota de superficie ha embarrancado en varias ocasiones con proyectos fallidos, mal pensados o directamente inútiles.

Uno de los ejemplos más flagrantes es el de los buques de combate litoral (LCS), concebidos como plataformas ágiles y modulares para operaciones costeras. El proyecto fracasó en dotarlos de una misión clara, y varios ejemplares fueron retirados con apenas dos años de servicio y sin haber disparado un solo tiro en combate real. Su bajo coste operativo se convirtió en un espejismo cuando sus sistemas demostraron una fiabilidad inaceptable incluso para tareas rutinarias.

La clase Zumwalt representa otro fiasco monumental. Diseñados como destructores furtivos de nueva generación, sus tres únicos ejemplares supervivientes carecen aún de un armamento definido. Su pieza principal, un cañón de 155 mm con munición guiada, fue abandonada por su coste prohibitivo, dejando a estos buques sin un propósito claro. La Armada sigue sin saber cómo integrarlos de forma plena en sus operaciones, y algunos analistas consideran que su diseño solo será útil como banco de pruebas flotante. La realidad palmaria es que no se sabe muy bien para qué sirven.

Como tercera decepción, el programa de portahelicópteros clase America arrastra críticas por su diseño cerrado a operaciones de ala fija. El USS America, sin catapulta ni rampa para aviones de despegue corto, nació limitado frente a sus propias ambiciones. Aunque fue corregido en su segunda unidad, el error inicial costó miles de millones y redujo la polivalencia de una plataforma clave. Estos tres programas son recordatorios de que la innovación sin enfoque estratégico puede derivar en barcos sin guerra que librar.

Dudas en el aire

A pesar del entusiasmo escenificado en Mar-a-Lago, persisten dudas razonables sobre la viabilidad económica y operativa de la nueva clase. El diseño propuesto incorpora tecnologías que aún no han sido validadas en entornos reales, como los cañones electromagnéticos o los misiles hipersónicos boost-glide, lo que introduce un grado de incertidumbre inasumible en programas de esta envergadura.

La historia reciente de la Marina ha demostrado que la ambición sin consolidación tecnológica conlleva costes astronómicos, desviaciones de cronograma y plataformas que nunca llegan a cumplir su función prevista. El Defiant podría verse arrastrado por esa misma dinámica si no se define con realismo su misión, y puede quedar varado en alguna playa olvidada.

El otro gran interrogante es de carácter presupuestario. La construcción de estos buques va a superar de manera previsible los 4.000 millones de euros por unidad, una inversión que debe justificarse en un contexto de retirada masiva de otras plataformas, como los cruceros Ticonderoga o los submarinos clase Ohio.

En este escenario, una flota de acorazados de hasta 25 unidades resulta difícil de sostener, salvo que se sacrifiquen otras prioridades estratégicas o se comprometa la interoperabilidad con fuerzas aliadas. El riesgo es construir buques sin una guerra clara que librar ni un enemigo que justifique semejante despliegue de recursos.

Recuperar el dominio

El anuncio ha devuelto el foco a la necesidad estadounidense de recuperar capacidades de superficie de cierto peso, en un contexto en el que China sigue aumentando su tonelaje naval a un ritmo sin precedentes. La apuesta de Trump, al menos de momento, no deja de ser una declaración de intenciones, y que sea bien visible.

Hoy día se habla de drones de bolsillo, lanzamisiles portados al hombro o minisubmarinos. El armamento moderno más exitoso tiende a caber en el maletero de un todoterreno y, sin embargo, Trump tira en sentido contrario con esta jugada, con todo lo bueno y lo malo que conlleva aparejado un proyecto faraónico. De lo que no hay duda es de que la «flota dorada» de Trump no se va a llamar así por ser un producto prémium, sino por la montaña del metal noble que van a tener que sacar de Fort Knox para pagarla.

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