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Cinco videojuegos históricos 'made in Spain' (y cinco razones para seguir jugando)

Aunque los estudios españoles vivieron su etapa dorada en los años ochenta, no han dejado de sucederse los éxitos

Cinco videojuegos históricos ‘made in Spain’ (y cinco razones para seguir jugando)

Captura de pantalla del videojuego 'Commandos: Behind enemy lines', publicado en 1997 de la mano de Pyro Studios. | Pyro Studios

La industria del videojuego mueve montañas. Según el anuario de Aevi, en 2023 la facturación agregada alcanzó en España los 2.339 millones de euros, un 16,29% más que el ejercicio anterior. Los ingresos online ya superan a los físicos (1.301 millones vs 1.038) y las consolas siguen reinando: se vendieron 1,1 millones de unidades y otros 6,4 millones de juegos específicos para estas plataformas de Sony, Microsoft y Nintendo

Por perfiles de edad, la mayoría de jugadores se concentra en la franja que va de los 15 a los 24 años, donde un 86% de la población se declara jugona, aunque abarca todos los tramos demográficos, incluido el de los veteranos de entre 45 y 64 años: casi un tercio de ellos también recurre a esta modalidad de ocio digital. En total, en España hay más de 20 millones de jugadores (sumando consolas, ordenadores, teléfonos y tabletas). Aquí se dedican más horas a la semana (7,7) que en Francia (7,4) o Italia (6,5), pero menos que en áreas septentrionales como Reino Unido (10,8) y Alemania (10,4). Cuestión, quizás, de clima y vida más o menos callejera.

Existen, claro, estudios de videojuegos nacionales que nutren a esa industria de títulos más o menos competitivos. Desde una perspectiva histórica, algunos de ellos podrían considerarse incluso memorables. El consenso está ahí y dice que La Abadía del Crimen (Opera Soft, 1987), basada en una novela de Umberto Eco (El Nombre de la Rosa) y llevada al cine por Jean-Jacques Annaud, es el momento cumbre de la inventiva española. Esos años, los 80, marcados por la facilidad técnica con que los programadores podían proponer cosas, fueron la década dorada del país a nivel productivo. 

Fichajes de relumbrón

Unos años después, la extinta Dinamic Multimedia lanzaría PC Fútbol (1992) convertido en un fenómeno de masas no tanto por la parte balompédica del título, que se jugaba a trancas y barrancas, como por el trajín maquiavélico que se ofertaba en los despachos virtuales, donde era posible convertirse en un Jesús Gil, un Ramón Mendoza o un José Luis Núñez para negociar traspasos multimillonarios en lo que constituía un preludio de la era galáctica y despilfarradora. 

A las barricadas

Commandos se estrenaría un lustro más tarde (1997) gracias a Pyro Studios con la estrategia militar por bandera. La mecánica consistía en completar diferentes objetivos tácticos bajo el telón de la Segunda Guerra Mundial, con una ambientación bastante conseguida y un impacto comercial que trascendió fronteras. Pese al batacazo que supuso pasar de ordenadores simples como el Amstrad CPC o el Spectrum a los 16 bits de la Super Nintendo o la Megadrive (Sega), Pyro demostró que el talento hispano seguía ahí. 

Dando un salto temporal y aterrizando en 2013 emerge Castlevania Lords of Shadow, publicado bajo el ala de la prestigiosa Kojima Productions e ideado y materializado por un equipo español liderado por Enric Álvarez. El juego se estrenó en Steam, la principal alternativa a las consolas, y actualmente se vende una ultimate edition vía descarga online. Esta saga nació bastante antes impulsada por la nipona Konami y es equiparable en popularidad a otros clásicos como Street Fighter (Capcom) o Tomb Raider (Core Design).

Un cuadro en píxeles

El 26 de mayo de 2017 debuta RiME, del estudio madrileño Tequila Works, la primera gran intentona desde La Abadía del Crimen por armar algo similar a The Legend of Zelda, para muchos el mejor serial de videojuegos de la historia, una de las perlas que han permitido a Nintendo sobrevivir todo este tiempo pese a los continuos rumores que envuelven a la compañía con sede en Kioto. En RiME se observa por primera vez un preciosismo gráfico y musical sin parangón, cierta complejidad narrativa y una mecánica aventurera y de acertijos que propició la buena acogida de la crítica. 

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