En Maárat an-Numán, hace menos de un mes los terroristas yihadistas controlaban la ciudad, atemorizaban al pueblo y combatían al Ejército Árabe Sirio. Tras cuatro días de ofensiva terrestre, el Ejército Sirio consiguió expulsar a los terroristas de la ciudad, pero todavía, en la plaza central, cuelga un cartel que reza «Jabhat Ansar al-Islam» (Frente de Partidarios del Islam) rodeado de edificios en ruinas, columnas de humo, y con la única presencia de militares y la ausencia de civiles. La región de Idlib es uno de los últimos bastiones rebeldes en Siria. Aquí siguen luchando grupos contrarios al Gobierno de Bashar Al Assad y facciones terroristas como Tahrir al Sham, la rama de Al Qaeda en Siria.
Todo empieza en un despacho. En el Ministerio Político de Damasco. Allí nos recibe un general del Ejército Árabe Sirio –así lo atestiguan las estrellas de cinco puntas en sus hombreras– que debe darnos el permiso para viajar a la región de Idlib. Mi guía intenta explicar al oficial lo que necesitamos, pero le llaman por teléfono. Lo coge, habla y cuelga al cabo de dos minutos. Mira un papel de la mesa y lo lee con calma. Vuelven a llamarle por teléfono. Han pasado 15 minutos desde que llegamos y todavía no sé si podré viajar a Idlib. Aquí, en Siria, todo va con calma. Finalmente, el general nos da el OK y comienza nuestro viaje hasta Maárat an-Numán.
Maárat an-Numán fue una de las primeras ciudades en alzarse contra el presidente Bashar al Assad, en el marco de las revueltas de la Primavera Árabe, en 2011, es la segunda ciudad en importancia de Idlib, y un enclave estratégico por emplazarse en la autopista M5, que une Damasco con Alepo y que ha sido recientemente recuperada por el Ejército Sirio con el apoyo de Rusia.
Los terroristas se hicieron por la fuerza y en nombre del islam –una religión de paz que dista mucho del terrorismo– con esta ciudad, que lleva su nombre en honor a su primer gobernante, An-Numán ibn Bashir, compañero de Mahoma y que fue el lugar de nacimiento del poeta del siglo X Abul-Ala al-Maari, descrito como un librepensador pesimista y un controvertido racionalista que atacaba los dogmas de la religión. «Los habitantes de la tierra se dividen en dos categorías: unos, inteligentes pero sin religión; otros, religiosos, pero sin inteligencia», se puede leer en uno de sus poemas.
Aquí, el terrorismo yihadista no pudo acabar con el patrimonio arqueológico, tal y como había hecho en la ciudad de Palmira. Antes de la entrada de los terroristas, los ciudadanos lograron recolectar las piezas que se exhibían en las arcas del museo y transportarlas a un lugar secreto en el sótano para esconderlos y protegerlos de los saqueos por los terroristas.
Entro en el museo tras cruzar un arco de piedra con pintadas yihadistas. El patio interior, sin duda, ha vivido mejores momentos. Muros destruidos por los bombardeos y los morteros, agujeros de bala en alguna pared y piezas de incalculable valor acumuladas en algunas esquinas. Sobre la entrada todavía ondea –aunque debería hacerlo a media asta por los muertos– la bandera de Siria. Por debajo del patio se extienden los túneles que los terroristas utilizaron para ocultarse de los ataques y en lo que todavía hay restos de latas de comida en el suelo.
Los bombardeos en la zona, los constantes ataques terroristas y los últimos enfrentamientos entre soldados sirios y turcos, han producido un éxodo masivo de la población civil. Desde el 1 de diciembre, se calcula que 350.000 personas han tenido que abandonar sus hogares y que más de 1.500 civiles han perdido la vida desde el inicio de la ofensiva contra Idlib, el pasado abril.
Los sacos de arena se acumulan al lado de capiteles de columnas romanas y de estatuas para proteger a los mosaicos bizantinos de las paredes de los posibles bombardeos o nuevos ataques. A apenas 40 kilómetros de distancia continúan los combates, y la zona está plagada de puntos de observación turcos rodeados de tropas del Ejército Sirio.
«¿Ves ese punto de observación turco?», me pregunta el oficial del Ejército Sirio que me acompaña. «Allí resguardan a los terroristas que hemos echado de aquí. Algunos soldados sirios han visto a terroristas de Al Qaeda entrar en ese cuartel turco», me dice. Se refiere al puesto de observación de Morek, uno de los más grandes de la zona.
Turquía cuenta con 12 puestos de observación en el noroeste de Siria en virtud del acuerdo de Sochi pactado el pasado otoño con Rusia, para crear una zona desmilitarizada en torno a Idlib, que pasa por Hama, el norte de Latakia y el oeste de Alepo.
Poco antes, mientras tomábamos un típico café con cardamomo con el sonido de los morteros de fondo, el General al mando de la región de Idlib me decía que tarde o temprano los turcos acabarían marchándose de Siria. «Erdogan ladra mucho, como sus abuelos otomanos», me remarcaba, y dejaba claro que en un enfrentamiento directo, el Ejército Sirio «acabaría» con el turco.
Por su parte, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ya ha amenazado de la inminencia de una operación del ejército en Idlib si los sirios no retiran sus tropas de los puestos de observación turcos. Turquía viene desplegando desde hace varios días importantes refuerzos militares en la región.
Antes de irse, y como es habitual en su estrategia, los yihadistas dejaron Maárat an-Numán plagado de explosivos, especialmente los túneles que se encuentran debajo del museo y que se convirtió en sede del grupo terrorista. Un oficial del ejército me asegura que la zona ya está limpia de explosivos y de minas y que los ciudadanos regresarán en breve.
En verdad, como en toda guerra, el terreno nunca está limpio del todo, que se lo digan a Muhammad, un niño de 11 años que conocí en el Hospital Ahmad Hamish Martyr de Damasco. Le faltaba la pierna derecha. La había perdido al pisar una mina en Raqqa, la que fuera capital del califato del Estados Islámico y liberada del terrorismo en 2017.
El patrimonio cultural es indispensable para construir la identidad de un pueblo o una región; es un elemento clave para construir la identidad pasada presente y futura de una sociedad y para construir un espíritu de unión nacional. Los sirios lo saben. Y al igual que en Maárat an-Numán, en otras ciudades como Daraa, Alepo, Deir ez Zor, los ciudadanos han guardado en sus casas o en lugares secretos las piezas arqueológicas de los museos para protegerlas del terrorismo y el saqueo. Ahora, una de las batallas pendientes del Gobierno de Bashar Al Assad es la reconstrucción del patrimonio cultural, algo que ya están haciendo en el Museo Nacional de Damasco con las piezas que lograron salvar de Palmira, pero ese es otro tema.