Hace ya más de un millón de años que el Homo erectus empezó a jugar con fuego y ya no hemos parado de jugar con él desde entonces, cada vez más y cada vez peor. Arden los bosques, el monte bajo y los animales que los moraban, calcinados todos.
Arden las casas, las naves y los negocios. Arde España entera por los cuatro costados y esta vieja piel de toro parece más bien una paellera gigante. Arde también un pobre inmigrante rumano que corrió a ayudar a su amigo salvar a los caballos. El fuego lo engulló y escupió un hombre abrasado que murió al día siguiente.
Es el mismo cuento de siempre, el de las perdidas millonarias, las vidas destruidas y los recónditos paraísos naturales de los que hemos sido expulsados para siempre. Y como no, es la vieja historia de los pirómanos asesinos, que no hay quien comprenda tanta crueldad, tanta maldad. Asesinos en masa de todo a cien, psicópatas de bidón de gasolina con colilla de Ducados para joderle la existencia al prójimo de la peor manera posible.
Pero esta vez hay novedad: un hombre ha vuelto a descubrir el fuego y cómo hacerlo. Tiene la boca llena de dientes y también de mala leche. No utiliza combustible ni mechero. Le basta con su móvil, que maneja con la veloz destreza del adolescente (que lo es) a pesar de tener las manos cual racimo de butifarras. Nuestro adelantado salvaje es Ministro del Reino, ese término cursi con el que tan pomposamente han rebautizado estos cantamañanas republicanos a la sufrida España. Ministro de los Transportes Retrasados, retrasado él también o así parece. Y es el iPhone su lanzallamas preferido, pues le gusta más que a un tonto un lápiz. Tuitea el hombrecillo compulsivamente, vomita insultos por doquier y suelta exabruptos como el carpanta maleducado que, tras un empacho de fabada, eructa ruidosamente. Al micrófono, por supuesto.
Se lo voy a presentar. Háganme caso, es mejor que se sienten, que el animalito es grandote y bronco. Es… el Ministro Puente, a quien el gran David Mejía ha denominado «El Pirómano Puente» en su soberbia columna de la competencia.