El problema es Europa
Cuando un ente supranacional como es la UE, poblado de anónimos funcionarios que rigen nuestros destinos con mando a distancia, cual varita mágica o cetro celestial, dictamina, vía un abogado (la peor especie, con perdón de los letrados), que la Ley de Amnistía is just fine, baby… y no supone ningún problema, apaga y vámonos. Significa que se pasan nuestra Constitución —ese hermoso papel mojado— por el mismo sitio que los golpistas: por el forro de los cojones. Y la lay Lady lay Von der Leyen, por otro recoveco inguinal acabado en parecida rima sin igual.
¿Por qué tiene uno la sensación de vivir en un mundo donde no paran de ganar los malos? Donde se premia al felón, donde gana el más golfo. Donde el listillo te adelanta y el chorizo te la da sin queso a diario. Donde siempre se te cuela el que tenía un «ceda el paso» como un castillo y, encima, te mira, condescendiente, si se te ocurre decir algo al respecto.
Y nos extrañamos de que haya desafección, de que la gente se radicalice. De que Vox no pare de crecer. ¡Pues claro, coño! ¡Si hasta los bobos del PP van y nos sueltan que no es tan mala noticia el dictamen del picapleitos bruselense!
Europa siempre fue un hermoso sueño. De ese tronco común, trenzado con las raíces de las naciones que tanto guerrearon entre sí en el pasado, brotó el árbol de la paz más duradera que haya conocido nunca este viejo continente, posiblemente porque su tierra, tan generosamente regada por largos siglos de sangre, fuese, tras la Segunda Guerra Mundial, por fin fértil para la paz. Pero nadie podó ese árbol, y se nos ha ido… por las ramas. Hoy es pura y fría burocracia que nos telegobierna vía Teams. Uno acaba sintiéndose lejos de Bruselas y muy cerca de su barrio.
«El problema es España. Europa, la solución», aseveró Ortega y Gasset, pero va a resultar tener más razón el tostón de Unamuno con su «hay que españolizar Europa».
