THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Quintana Paz

Por qué deberíamos ser más comprensivos con Pedro Sánchez

Somos muchos los españoles que pensamos que la mejor salida a las cuitas, de no menguado montante, que hoy arrostra España sería una gran coalición entre PP, PSOE y Ciudadanos. Esa fue la propuesta que hicimos desde Libres e Iguales al poco de comprobar los resultados de las anteriores elecciones de diciembre. Y esa fue la propuesta que reiteramos hace dos meses durante un bello acto en el madrileño Teatro Calderón. Pero no somos ni mucho menos los únicos. De hecho, según esta encuesta de El Español, incluso entre los votantes socialistas solo un 26 % se opondría a ese gran acuerdo si es la única salida para evitar acudir a unas terceras elecciones.

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Por qué deberíamos ser más comprensivos con Pedro Sánchez

Somos muchos los españoles que pensamos que la mejor salida a las cuitas, de no menguado montante, que hoy arrostra España sería una gran coalición entre PP, PSOE y Ciudadanos. Esa fue la propuesta que hicimos desde Libres e Iguales al poco de comprobar los resultados de las anteriores elecciones de diciembre. Y esa fue la propuesta que reiteramos hace dos meses durante un bello acto en el madrileño Teatro Calderón. Pero no somos ni mucho menos los únicos. De hecho, según esta encuesta de El Español, incluso entre los votantes socialistas solo un 26 % se opondría a ese gran acuerdo si es la única salida para evitar acudir a unas terceras elecciones.

Sin embargo, a todos esos españoles el líder del PSOE nos ha defraudado estos últimos días al negarse a siquiera dialogar sobre dicha posibilidad. Nos ha defraudado que además lo haga no porque tenga una idea mejor de cómo articular el próximo Gobierno de nuestro país, pues no la tiene. A Pedro Sánchez simplemente le parece mejor convocar unas nuevas elecciones, mantener la parálisis de nuestro gobierno otros seis meses (con todo el perjuicio que ello acarrea a España) e incluso, quién sabe, si el resultado de esas terceras elecciones no le gusta, volvernos a convocar a unas cuartas, quintas o sextas que sin duda convertirían a España, y al Partido Socialista Obrero Español en concreto, en el hazmerreír de Europa.

Es natural que ese talante de Pedro Sánchez, contrario al diálogo y propicio a someternos a los gastos económicos y políticos de unas nuevas elecciones, haya suscitado hacia él el repudio de figuras no solo de nuestro panorama político-intelectual, sino incluso de su propio partido. No seré yo quien le defienda. En muchos países de nuestro entorno ni siquiera estaríamos hablando ahora de este hombre, pues habría dimitido tras arrojar a su partido a los peores resultados de su historia en diciembre de 2015 y empeorarlos luego en junio pasado. Pero estamos en España y hay que hablar de Pedro Sánchez. Bien, sin ánimo de defenderle, sí que creo que podemos mostrarnos un tanto comprensivos acerca de por qué este antiguo consejero de Caja Madrid se porta como se porta.

Es cierto que la situación de España no ha sido nunca más propicia que ahora a una gran coalición. Tenemos un parlamento muy fragmentado que exige acuerdos transversales. Tenemos una economía que apenas sale, renqueante, de una crisis crudelísima en la que nadie puede asegurar que no vayamos a recaer. Tenemos un Gobierno autonómico, el catalán, incumpliendo y mostrando su voluntad de incumplir las leyes que cualquier otro ciudadano nos vemos obligados a obedecer. Tenemos cerca unas elecciones en el País Vasco en que los herederos ideológicos, y en algunos casos más que ideológicos, del antiguo terrorismo de ETA bien podrían alcanzar el poder. Tenemos, en fin, las grandes amenazas, como el yihadismo o la crisis de refugiados, que toda Europa comparte hoy. La situación de nuestra nación, por tanto, no parece que nos permita consentir a Pedro Sánchez su apuesta por paralizar nuestro gobierno, el gobierno de todos.

Ahora bien, en España, como es bien sabido, a los líderes de los partidos no los eligen todos los votantes, ni siquiera sus votantes, o sus simpatizantes, sino solo los militantes de su propio partido. Es decir, para ser líder del PSOE curiosamente no necesitas adecuarte a la voluntad de los votantes socialistas o de los españoles de centroizquierda. Te basta con complacer a los afiliados del Partido Socialista Obrero Español. Entre esos afiliados, por desgracia, hace años que se convirtió en seña de identidad esencial la hostilidad hacia el PP. Suele ocurrir en muchos grupos humanos: definirte más por aquello a lo que te opones que por aquello que eres. No hay que negarle a Pedro Sánchez olfato, admitamos que quizá capta bien la voluntad del afiliado de su partido cuando convierte el rechazo al PP en su mayor seña de identidad.

Es cierto que un líder auténtico, alguien capaz de sacar a su partido del mero “no” y dirigirlo hacia nuevos horizontes, actuaría de modo muy diferente a Sánchez. Pero es evidente que Sánchez no es ese líder. Es más cómodo adecuarse al mero resentimiento de los socialistas frente al PP antes de convertir al PSOE en un partido con entidad propia. Y en este segundo punto es en el que creo que deberíamos mostrarnos comprensivos con él. Para liderar al PSOE hacia una nueva identidad, más allá del “PP-malo-y-feo”, hace falta una teoría sólida sobre qué ha de ser la socialdemocracia en el siglo XXI. Y el problema, no ya del socialismo español sino del europeo, es que esa teoría a día de hoy no existe. Nadie sabe muy bien qué deben proponer, decir y hacer los socialdemócratas en un mundo que ya poco se parece al de los triunfantes socialdemócratas de antaño, como Olof Palme o Willy Brandt. De hecho, ni siquiera nos parecemos al mundo que vio nacer otra propuesta tan original como electoralmente exitosa dentro del centroizquierda europeo: la tercera vía, en los 90, de Tony Blair.

Este problema además se agrava en el caso español. Como decía jocosamente Mario Onaindia, la única aportación interesante del socialismo español a la intelectualidad mundial ha sido la “Movida” madrileña de los años 80. Y lo decía alguien, como él, que curiosamente contaría entre lo más granado de la intelectualidad socialista, aunque (o quizá porque) se formó lejos de ella. La ironía de este vasco, en cualquier caso, ayuda a sobrellevar una dura realidad: mientras los liberales españoles sí que cuentan con autores de prestigio citados en las facultades de todo el mundo, como Ortega y Gasset, e incluso la derecha más tajante cuenta con algo similar en el caso, por ejemplo, de Donoso Cortés, el centroizquierda español es el gran ausente en el debate de ideas mundial. Nunca nadie dijo nada desde el socialismo español (a diferencia del alemán, italiano o británico) que hoy cuente en el mundo. Es una realidad que resulta especialmente sangrante si tenemos en cuenta que la gran mayoría de nuestras universidades están copadas por este tipo de ideología.

Así pues, lo que pudiera parecer solo la endeblez de un Pedro Sánchez que ni gobierna ni deja gobernar es en realidad, si lo pensamos, el resultado de la endeblez de un Partido Socialista que solo sabe que le cae mal el Partido Popular, de una socialdemocracia europea que no sabe lo que quiere y de un centroizquierda español poco dado a la originalidad de ideas. A todos, incluso a los que somos sumamente críticos con el socialismo, nos perjudican estas tres endebleces. Todas ellas son demasiado graves como para preocuparnos en concreto por la lábil figura de Pdr Snchz.

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