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Ese chico del vecino de enfrente

«Su mejor confidente es su abuelo, quien le ha recomendado seguir las tres ces: ‘Cabeza, corazón y cojones’»

Ese chico del vecino de enfrente

Ilustración de Alejandra Svriz.

Estamos muy mal acostumbrados con nuestros tenistas. Si no llegan a una final de un gran torneo mundial, uno de esos cuatro que conforman los Grand Slam (Melbourne/Australia Open, Roland Garros, Wimbledon y Flushing Meadows/US Open) consideramos que nuestro deporte está en crisis. Y puede que lo esté en estos momentos salvo honrosas excepciones como Carlos, Carlitos, Alcaraz, que con sólo 21 años se ha convertido en el jugador más joven en ganar el prestigioso trofeo parisino, la Copa de los Mosqueteros, en la mítica pista Philippe Chatrier, en ese mismo lugar donde Rafael, Rafa, Nadal la conquistó en 14 ocasiones, algo jamás visto, y donde otro legendario, Manuel Santana, ganó en 1961 convirtiéndose en el primer español en hacerlo.

A los franceses, que acuden cada mayo en las cercanías del Bois de Boulogne a las dos semanas de Roland Garros, les costó al principio aplaudir el juego de Nadal. Reconocían el gran tenis del zurdo manacorí, su espectacular drive de revés y su capacidad de sacrificio y remontada, pero les molestaba que en sus primeros años de gloria no fuera capaz de articular en público una sola palabra en francés. Jamás se quejó de los silbidos a diferencia de su tío y primer entrenador, Toni. Aprendió malamente la lengua y es entonces cuando los aficionados finalmente se le entregaron. ¿Cómo no admirar a un extraordinario jugador, educado y nada protestón, al que le pusieron una estatua y le despidieron en esta última edición al grito de Rafa, Rafa y largos aplausos pese a haber perdido en primera ronda con el germano ruso Alexander, Sascha, Zverev, el mismo al que Carlitos Alcaraz ha derrotado en la final del pasado domingo tras cinco agónicos sets.

Alcaraz Garfía (El Palmar, Murcia, 2003) tiene una personalidad muy distinta a la de su admirado Nadal. Es extrovertido, no le cuesta mucho esbozar la sonrisa, disfruta en la cancha y tal vez por eso, y por supuesto por la exhibición de golpes, dejadas y genialidades varias en pista; despierta entusiasmo y al público le cae bien. Tiene aire de chico travieso, ése que en el fondo si se le pide un favor lo hace con alegría y devuelve lo que quedó de la compra de una barra de pan. Es el crío del vecino de planta al que le has visto crecer cuando acompañado de su padre y su hermano mayor cogían la raqueta cada fin de semana para entrenar en el club de campo del Palmar, una pedanía a cinco kilómetros de Murcia de apenas 25.000 habitantes. La saga de los Alcaraz, una familia de clase media, no se cierra con Carlitos. Todos empezando por el padre, que es director de la sección de tenis del club, y su hermano mayor, Álvaro, que son amantes de la raqueta. Los dos, que siguen a Carlos, también lo practican y a uno de ellos los entendidos pronostican un brillante futuro.

A sus 21 años, Carlos Alcaraz ha ganado ya tres grand slams: US Open (2022), Wimbledon (2023) y Roland Garros (2024), cinco masters 1000, cuatro ATP 500 y dos ATP 250. Ha logrado estar en el número uno del ranking mundial. Bajó hace un año al número dos por detrás del serbio Novak Djokovic y luego al número tres a causa de las lesiones precedido del italiano Jannik Sinner. Ahora, y tras París, Sinner es el primero en la clasificación y Alcaraz el segundo. El italiano y el español, que se respetan y son amigos fuera de la pista, son ya el presente y llamados a ser los protagonistas de grandes finales reemplazando a los Big Three: Federer, Djokovic y Nadal. O más alejado en el tiempo a las de Bjorn Borg y John McEnroe. El serbio, que tuvo que retirarse en cuartos este año en París por una lesión de menisco, es el jugador que más grandes torneos ha ganado, 24, por delante de la estadounidense Serena Williams (23), Nadal (22) y Federer (20).

El tenis es uno de los deportes mejor pagados pero igualmente de los más duros y exigentes con uno mismo, que requiere un equilibrio emocional que sólo los grandes lo alcanzan. Las geniales memorias de André Agassi así lo reflejan o las de las hermanas Serena y Venus Williams, que tuvieron que soportar la tiranía de un padre obsesionado con llevar a sus retoños al éxito costara lo que costara y a riesgo de poner en peligro su salud mental. En España, Arantxa Sánchez Vicario, ganadora cuando aún no había cumplido 18 años en París, tuvo que sufrir la vigilancia permanente de su madre, Marisa. Y hoy en día jovencísimos jugadores y jugadoras que alcanzan la cima con apenas 20 años deciden repentinamente tirar la toalla y retirarse. La japonesa Naomi Osaka entró en depresión cuando era número uno, abandonó y tiempo después decidió regresar. La presión es enorme, como confiesa Agassi en sus memorias escritas por el periodista estadounidense J.R. Moehringer, autor también de las del príncipe Harry. 

Los casos de Rafa Nadal y Carlos Alcaraz, o de otros campeones españoles como Juan Carlos Ferrero, actual entrenador de este último, Carlos Moya o Alex Corretja, parecen ser distintos. Para empezar han sabido reunir un equipo competente de profesionales (entrenador, agente, médico, nutricionista, psicólogo, portavoz y hasta pareja si la tienen), que están con ellos día y noche como si fueran su segunda familia, que les aconseja y les sigue a lo largo del circuito. El caso de Nadal ha sido modélico, gracias a unos padres y tíos que supieron inculcarle desde niño valores humanos que otros deportistas carecen, lo cual ha derivado en la creación de su exitosa Nadal Academy. Y el de Alcaraz apunta igual.

Pese a que en menos de tres años lleva ganados 31,5 millones de dólares -Djokovic, 182 millones de dólares y Nadal, 125 millones de euros a lo largo de toda su carrera-, Carlos sigue considerándose un chico normal, entregado a la disciplina que exige la profesión cuando toca, y eso es casi siempre, pero que no descuida las diversiones y distracciones de su edad. A pesar de mostrar un talante jovial es muy reservado sobre su vida privada. La prensa ya le ha colocado más de una novia. Una tenista murciana de su edad y socia del club de su padre y alguna cantante de fama como Ana Guerra, que ha sido desmentido. El italiano Sinner, un año mayor que él, principal rival y amigo, ya ha exhibido pareja en París, una joven tenista rusa del circuito

Su gran pasión es el tenis, además del golf y el fútbol. El padre le compró una raqueta cuando apenas tenía tres años. Carlos se confiesa seguidor del Real Madrid al igual que Rafa Nadal, de quien se ha hablado más de una vez como sucesor de Florentino Pérez cuando este deje la presidencia del club. De momento, reside en una de las casas prefabricadas construidas en el complejo tenístico que montó hace ya unos años Ferrero, el laureado extenista y su actual entrenador, en Villena (Alicante) con el que trabaja desde 2018. 

Su primer preparador, Carlos Santos, confesó el lunes en una entrevista radiofónica que Alcaraz era desde niño un gran enamorado de Roland Garros, que no se perdía en televisión un solo partido de su admirado Nadal -han jugado entre sí tres veces: dos victorias de Rafa y una de Carlos- y que soñaba un día alzar la copa. Visitó Paris por primera vez a los 12 años para participar en un campeonato de alevines cerca de la Torre Eiffel, en unas instalaciones en el Campo de Marte. Era tal su obsesión por el torneo parisino que en Murcia siempre les decía a sus amigos del club: «Venga, hagamos un Roland Garros».

Carlos Alcaraz ha tenido en el último año y medio diversas lesiones musculares que han hecho temer a algunos una repetición de las numerosas penalidades que ha sufrido su ídolo Nadal. A París llegó con bastantes dudas por un problema en el antebrazo, que le ha obligado a jugar con una malla  en el brazo derecho. Piensa no quitárselo cuando a final de este mes acuda a Wimbledon con el objetivo de revalidar el título que consiguió el año pasado en el prestigioso torneo de hierba. Como si fuera un amuleto que le da suerte.

Tanto él como Ferrero creen que debe mejorar la concentración dentro de la cancha. Muchas veces se distrae y pierde puntos o juegos que no debería perder. En París este problema se ha visto menos acusado. Carlitos ha dicho que poco a poco está alcanzando la madurez. «Soy todavía un muchacho de apenas 21 años», repite para justificar esas pérdidas de atención. En sus dos primeros años de triunfos gustaba de declarar que él se sentía feliz estando en la pista y que huía del sufrimiento, bien distinto a lo que le ha venido pasando a Nadal en el final de su carrera. Sin embargo, ahora que él también ha padecido el contratiempo de las lesiones, que le han forzado a no participar en torneos como el del Conde de Godó, en Barcelona, o los Open de Madrid y Roma e incluso a verter lágrimas, ha decidido ser más filosófico y reflexivo y manifestar que se puede ser feliz también sufriendo.

Su mejor confidente es su abuelo, uno de los primeros socios del club de tenis del pueblo, quien le ha recomendado seguir las tres ces: «Cabeza, corazón y cojones». En París la máxima le ha servido. Habrá que ver si en las próximas grandes citas ese principio le funciona también.  

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