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Óscar Puente: el bien mandado

Puente, divorciado de una magistrada y con una hija cantante, encaja en la línea de malas artes de la política nacional

Óscar Puente: el bien mandado

Óscar Puente | Ilustración de Alejandra Svriz

¿Hubiera sido distinta la situación si el resultado de las elecciones generales fue el que fue? Seguramente no. El resultado de esa laboriosa y desbarajustada mayoría llevó a Pedro Sánchez a recurrir al combativo, impulsivo y supuestamente irónico exalcalde vallisoletano, Óscar Puente (Valladolid, 1968). El actual ministro de Transportes y Movilidad Ciudadana (poco importa el cargo) es el gran peón de Sánchez, a quien el jefe del Gobierno escogió para remover las aguas enturbiadas por las corruptelas y la amnistía, desconcertar con sus tuits a quienes no piensan igual que él –y a los que bloquea en su cuenta si la crítica es elevada– y para animar a la, a veces, alicaída militancia y votantes socialistas.

¿Infunde temor o risa el vocabulario hablado o escrito de Puente? Poco le importa al inquilino de La Moncloa. Para él es más importante crear tensión, jalear a sus huestes y contrarrestar los golpes que recibe a diario de la oposición política y mediática. Son demasiados, se queja de lo que él engloba en eso que llama la fachoesfera, algo que corrobora el propio ministro, el defensa central monclovita, un bien mandado de su superior. Un soldado leal, como le gusta al jefe. En ocasiones recuerda en sus mensajes el tono que empleaba Donald Trump durante su presidencia y que ha seguido empleando ahora cuando aspira de nuevo a llegar a la Casa Blanca a través de su propia red social.

Tales críticas no son superiores a las que recibieron los antecesores de Sánchez. Él considera que son abrumadoras y desproporcionadas. Sostiene que en el fondo reflejan la voluntad de la derecha y de la extrema derecha de «deslegitimar» a la izquierda y en definitiva a su propio Gobierno. Puente también lo cree como no podría ser de otra manera. De tener dudas, no hubiese llegado al puesto de ministro «jaleador» y seguramente estaría de jefe de la oposición en el ayuntamiento de su ciudad.

Con bastante ingenuidad y hasta torpeza, Puente, abogado de formación y alcalde de la capital castellana desde 2015 hasta mayo de 2019 –perdió las elecciones pese a que su lista fue la más votada– acaba de confesar que desde hace más de tres meses ha dado órdenes a sus colaboradores de elaborar una lista de columnistas que han proferido insultos contra él. Ya ha sacado una primera relación de más de 30 artículos, sin mencionar el nombre de los autores, en los que se vierten insultos contra su persona, algunos ciertamente duros. Otros, sin embargo, más cuestionables. Dice que no se trata de denunciar lo que es puramente argumento, ni una caza de brujas contra los periodistas que discrepan de sus juicios y decisiones.

¿Y para qué?, cabe preguntarse. ¿Para qué dedicar horas de trabajo de varios de sus asesores en eso en lugar de destinarlo a otras funciones más acordes con las tareas de un ministerio tan importante como Transportes y Movilidad Ciudadana? Y cuando se le pregunta si admite que eso se hace con el dinero de los contribuyentes, él farfulla sin aclarar nada. Así lo dijo días atrás en una entrevista que no tiene desperdicio a Carlos Alsina, en el programa de Onda Cero Más de uno: «Claro que tiene importancia. Sobre todo para mí».

Puente, que no dejó mal recuerdo como regidor de Valladolid por su buena labor gestora especialmente en asuntos ecológicos, sostiene que él no se lleva mal con nadie y que sólo golpea cuando el otro actúa contra él. Afirma que lo hace desde la buena educación, lo cual resulta también discutible. Se molesta si le insultan, pero no tiene reparos en censurar a la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por su presunta implicación en el escándalo fiscal de su pareja. Lo da por hecho. Puso un tuit escribiendo que el novio de la líder conservadora madrileña es «un testaferro con derecho a roce«. Ayuso es su blanco favorito. Ella lo tiene claro: «Ha sido puesto como ministro para insultar».

En cambio se siente muy enfadado cuando escucha que habría que aclarar la supuesta colaboración de la esposa de Sánchez en el rescate de la compañía aérea Air Europa: Como mínimo, sostiene, «es un disparate cósmico». Para él, todo tiene dos varas de medir. A este diario, THE OBJECTIVE, lo definió en uno de sus tuits como The Ojete, y lo dibujó como un gran contenedor de basura en el que colabora el filósofo Fernando Savater. «No se puede caer más bajo», sentenció.

El ministro es hábil cuando algún periodista le pregunta si conocía a Koldo García, el exasesor del que fue anteriormente titular de la cartera ministerial, José Luis Ábalos, enriquecido presuntamente en la venta de mascarillas –lo tilda de golfo– o su opinión sobre la amnistía en Cataluña. Es el Parlamento, donde reside la soberanía nacional, quien alumbrará la norma, afirma. Puente ha comparado al líder independentista Carles Puigdemont con Charles Manson y su secta diabólica, el autor del asesinato de Sharon Tate, la mujer del cineasta polaco Roman Polanski en 1969. Bien es verdad que eran otros tiempos, cuando su jefe aseguraba que lucharía para que Puigdemont regresara a España con el fin de ser juzgado por delitos de rebelión y sedición.

Su impulsividad le ha llevado a tener más de una vez discrepancias dentro del propio partido socialista al que se afilió a principios de los noventa. Tuvo que dejar la portavocía por comentarios desabridos con varios compañeros. Abrazó la candidatura de Sánchez cuando éste se enfrentó a Susana Díaz para la secretaría general del PSOE en 2017. Todo el aparato socialista, comenzando por Felipe González, apoyó a la entonces presidenta de la Junta de Andalucía. En estos días se recuerda hasta con risas compartidas por la propia Díaz, lo que él escribió: «Mejor mirar de reojo a la izquierda que poner el culo en pompa a la derecha». A González también le ha dedicado alguna pulla: «El partido no puede ser rehén de ningún referente histórico».

No necesitaba fama desde su atalaya municipal. Sin embargo, no preveía quedarse sin el cargo pese a que su lista de coalición con Izquierda Unida y Podemos ganó, pero la de PP y Vox sumó más ediles y forzó el relevo en la alcaldía. Bien distinto iba a ser su salto al escenario nacional. Algunos analistas sostienen que Sánchez, en uno de sus poco habituales gestos de generosidad política, lo rescató a regañadientes de él mismo y se lo trajo a Madrid. La sorpresa fue cuando bajó de su escaño la tarde de la investidura fallida del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, el pasado septiembre, para darle réplica en contra de que lo hiciera el propio Sánchez, mudo durante los dos días de debate, y del portavoz del Grupo Socialista, Patxi López. Su discurso fue muy bronco y despectivo contra el candidato del PP, pero muy aplaudido por sus propios compañeros.

Todavía no era ministro. Simplemente un derrotado alcalde de Valladolid pese a que había ganado los comicios. «De ganador a ganador», le dijo con ironía a Feijóo, que al igual que él en las municipales vallisoletanas venció en votos a Sánchez en las generales del pasado julio, «usted sabe que nunca será presidente de Gobierno». El político gallego tragó saliva como pudo mientras que en la bancada socialista todo eran gritos y aplausos.

Desde entonces se supo que Puente entraría a formar parte del próximo Ejecutivo de coalición. Y no le iba a corresponder una cartera de poca monta, sino la de Transportes, uno de los ministerios con mayor presupuesto. Hoy Puente sigue sin limpiar el departamento de las presuntas corruptelas que reportó el llamado caso Koldo.

Sánchez confesó durante la presentación de su nuevo libro biográfico, Tierra firme, el pasado diciembre que deseaba desde hacía tiempo llevar a Puente a su Gobierno. Le costó tres veces. Insinuó que él no tiene la misma filosofía en el uso de X, menos fogosa, pero «Óscar lo hace muy bien».

¿Y así es? Puente, divorciado de una magistrada y con una hija aspirante a la carrera profesional de cantante –llegó hasta la semifinales de La Voz Kids en presencia de un emocionado padre– encaja perfectamente en la línea de malas artes y pobre educación que se practican actualmente en la política nacional. Si te callas, te comen los de la bancada enemiga. Y estos a su vez suelen replicar imitando el estilo abrupto del gran jaleador socialista. Pablo Iglesias, el exvicepresidente y fundador de Podemos, ha dicho de él que «a veces es un poco macarra». Puente se siente cómodo con sus tuits. Considera que son textos plenos de ironía y sarcasmo, lo cual a veces es harto discutible. Y esboza una media sonrisa cuando alguien se lo comenta, como si sintiera orgulloso del impacto. Pero de lo que realmente está contento es de la felicidad de su jefe, que parece decirle: «Dales duro, Óscar». Y él, alborozado por las delicias expresadas por el líder, prepara otro mensaje, más alborotado, porque es un bien mandado.

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