Sergio del Molino: «Me preocupa mucho más Wikipedia que el porno»
El periodista y escritor madrileño, afincado en Zaragoza, presenta en El purgatorio su nueva novela: ‘Los Alemanes’
Pijoprogre declarado, hombre de izquierdas, pero entristecido con el PSOE y cabreado con Sumar, Podemos y todas las guerrillas internas que han destrozado esa parte de la izquierda patria. Sergio del Molino (Madrid, 1979) es uno de los narradores más seguidos de la última década, desde que su carrera deslumbró con La España vacía. Ahora visita El purgatorio para presentar Los Alemanes.
PREGUNTA. – Como hablaremos de Alemania, por aclarar, ¿estoy ante un patriota, un nacionalista, un patriota constitucional?
RESPUESTA. – Ante un trekkie. Mi ideal político es la Federación Unida de Planetas y no es una boutade. Si me tuviera que definir sería europeísta, pero con un concepto muy amplio del europeísmo que podría abarcar eventualmente todo el globo. Las patrias, si son útiles para reforzar la convivencia en la libertad y un Estado democrático, pues se usan y, cuando dejan de ser útiles, se dejan de usar. No tengo ningún problema.
P.- ¿Ha dejado de ser útil el concepto de la patria española en algo?
R.- No, y además creo que parte de su utilidad tiene que ver con su inserción en Europa y con la vocación profundamente europeísta que ha tenido buena parte de la población española. La España constitucional del 78 sigue siendo el mejor instrumento de convivencia que tenemos, lo creo rotundamente y creo que sería terrorífico que lo echamos a perder.
P.- ¿Cómo se conjuga la necesidad de identidad que todos necesitamos, pero que tampoco nos agobie, que no colapsemos por un exceso de identidad?
R.- Eso es muy difícil de conjugar, eso es prácticamente imposible. Es una tensión con la que tenemos que jugar y con la que hay que gobernar y convivir. Tienes que saber que un exceso de identidad ahoga y una identidad demasiado laxa diluye la sociedad. Entonces tienes que jugar siempre en un estado dinámico que es la sociedad. O sea, no hay una receta, no hay un modo infalible de llegar al justo medio. Sabemos que esos dos polos están siempre en tensión, pues tenemos que jugar y tenemos que, en la forma de gobernar, en la forma de hacer política, en la forma de convivir, en la forma de hacer periodismo, tener en cuenta que esos dos polos van a estar siempre enfrentados y tenemos que estar jugando a equilibrarlos todo el rato. Es una tarea constante que tenemos que hacer.
P.- Residente en Zaragoza, aunque con un pie en Madrid, ¿se observa una España diferente fuera de la M-30?
R.- Tengo la suerte de poder tener la perspectiva de los dos sitios. Y sí, sorprendentemente, hay dos visiones que pecan de miopía en ambos sentidos y que son interesantes cada una a su manera. Es un país distinto, se ve un país muy distinto desde los círculos del periodismo y de los círculos del poder que parece que lo representan todo y que en realidad son un mundo muy pequeñito donde nos conocemos todos y donde hay unas miserias muy pequeñas. Incluso cuando vas al Parlamento a hacer cualquier cosa, ves que son un grupo de gente que es un gremio que se conoce mucho, es una pequeña aldea y parece que eso representa la absoluta totalidad de España.
Y que las cuitas, las rencillas, los rencores, las basurillas de toda esa gente parece que son el retrato del país y no, el país es bastante más grande. Existe un montón de gente, no necesariamente militante de la antigua Batasuna, no necesariamente separatista de ningún tipo, que se siente muy ajena a todas estas peleas políticas que considera que son muy reducidas. Incluso, fíjate que el protagonismo que tiene Ayuso en toda España es verdaderamente desmesurado para ser una presidenta autonómica. Creo que sí, a veces tenemos una onfaloscopia en Madrid muy grande y es probablemente el mejor legado que hizo Sánchez Ferlosio al idioma español.
P.- Desde aquí, desde Madrid, en esta redacción céntrica, le leí una vez aquello de que la idea de la España plural y diversa no resiste una serie de viajes. No sé si hay una pulsión o una querencia a decir que desde el norte al sur hay una diferencia abismal. Y me gusta esta teoría de «oye, no somos tan diferentes».
R.- Hay narcisismo de la diferencia. Tendemos a subrayar las diferencias y obviamos lo que nos iguala. Y en general no solo España es bastante homogénea, Europa es bastante homogénea, es decir, es bastante fácil que un español se sienta en casa en cualquier país europeo, más allá de que le extrañen algunas cosas. Tú te vas a Estocolmo y te puede extrañar algunas cosas, el precio de los del café, lo caro que es todo. Te puede costar acostumbrarte a ciertos usos y costumbres, pero en el fondo, en la mayoría de países europeos, enseguida te adaptas y reconoces un mundo.
O sea, yo siempre reto a la gente que dice que los que los mundos son muy complicados. Como cuando, por ejemplo, con todo el lío catalán, muchos catalanes decían «pero es que opináis alegremente y no sabéis nada de lo que pasa. No vivís aquí». Pero si la realidad se entiende fácilmente. Voy a una ciudad y sé enseguida quién manda, quién obedece, quién está excluido, quién está dentro, si hay corruptelas, si no las hay, si eso lo ve cualquiera en todo momento. Las ciudades son fáciles de entender porque son más o menos iguales en todas partes. ¿Y sabes cuál es la ciudad más parecida a Madrid en España? Barcelona.
P.- Los alemanes es la última obra de Sergio del Molino, Premio Alfaguara de novela del año 2024. Es una novela que nace cuando usted encuentra unos panfletos nazis en un mercadillo de Zaragoza.
R.- Sí, el germen de esta novela es una cosa que yo descubrí hace 15 años, con unos papeles de propaganda nazi que encuentro en Zaragoza e impresos en Zaragoza y editados por el partido nazi con sede en Zaragoza. Una sede que había y yo desconocía por completo que el partido nazi alemán había tenido sedes en España. Y había tenido varias, y una de ellas estaba en Zaragoza, muy cerca de donde yo vivo. Entonces, hice una investigación intentando averiguar de dónde procedían esos papelotes y di con la historia de los alemanes del Camerún, que es un grupo de alemanes que llegaron a España en 1916 y que eran los colonos del Camerún.
Eran los que habían intentado establecer un imperio alemán en África a finales del siglo XIX hasta el 1916, que es cuando en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, son derrotados por los aliados que les tienen rodeados. El África británica y el África francesa rodean Camerún, entonces tienen que salir huyendo y elegir o rendirse ante los aliados, cosa que no les apetece nada, o encontrar una vía de escape hacia un país neutral que es España, porque el Camerún tenía y tiene frontera con lo que entonces era Guinea Española, hoy Guinea Ecuatorial.
Entonces bueno, se rinden a los españoles y acaban en España y en Zaragoza un grupo de alemanes que procede del Camerún, que se hicieron muy famosos. Hay coplas, hay un montón de crónicas de Mariano de Cavia dedicadas a ellos. Ahí había mucho material porque llamaba mucho la atención en España. Entonces rescaté del olvido esa historia de los alemanes del Camerún en una serie de crónicas y en un librito que se titulaba Soldados en el Jardín de la Paz.
Y ese es el germen, la base de esta novela de Los alemanes, que es una novela que transcurre hoy. No es una novela histórica, es una novela protagonizada por los últimos miembros, dos hermanos de la familia Schuster, una familia de mi invención, pero que es una de las familias de estos alemanes del Camerún, la cuarta generación, los bisnietos del alemán del Camerún originario. Y son los últimos miembros, porque ellos no tienen hijos y van a desaparecer. Y de hecho, la novela empieza en el funeral del hijo mayor.
P.- Hábleme de la familia Schuster, porque no es una invención suya, pero está basada en todo lo que ha ido pasando con las historias reales ¿Qué elementos tiene esa familia para merecer el protagonizar esta novela?
R.- La familia Schuster es una familia de salchicheros, Hans Schuster, el originario que vino de Camerún presume de haber sido charcutero del Reich, y tiene un diploma de charcutero oficial. Entonces empezó a vender salchichas para vivir cuando se instaló en España y le va muy bien, le va muy bien y el negocio se convierte en una industria muy próspera de salchichas. Una fábrica que hace que la familia tenga una fortuna.
Pero cuando empieza la novela, esa fábrica ya no existe, la ha liquidado. La familia no es que esté en la ruina, ha podido salvar aquello, pero desde luego ya ha perdido toda la influencia que tenía, todo el poder y están reubicados en otro lado. Pero a mí me hacía gracia que se hicieran ricos con algo tan identitario y profundamente alemán como las salchichas. Que llevaran su obsesión por la identidad alemana hasta el extremo de basar su fortuna en el producto prototípico de Alemania.
P.- ¿Se ha preguntado mucho sobre la familia? ¿Sobre el concepto de familia?
R.-Sí, de hecho, la novela es familiar, la novela va sobre las relaciones familiares. Y creo que además hay otras cosas más bonitas que me han que me han dicho es que algunos han empezado por el tema nazi, porque hay una trama nazi, una trama de histórica que tiene que ver con la violencia, pero se quedaron por la familia, se quedaron por las relaciones familiares, por el silencio de los hermanos, por los desencuentros.
O sea, es una novela que habla de la familia fundamentalmente, y a mí es algo que siempre me ha gustado como lector. A mí me encantan las novelas familiares y como persona es inevitable, porque es que parece que no, parece que la familia no existe ya, pero probablemente exista más que nunca y de formas muy diversas. La familia lo que ha dejado es de ser una institución jerárquica y asfixiante para ser una comunidad de afectos voluntarios, de afectos escogidos. Y creo que esa es la gran revolución que ha vivido Occidente, que es la familia. No es que haya desaparecido, es que se ha transformado en algo electivo.
P.- Hay silencios en la familia Schuster, como hay secretos, códigos para no hablar de ciertos temas, ¿Hay que hablar de todo en la familia?
R.- Absolutamente, y además yo soy tremendamente expansivo y hablo de todo, hablo de más. Generalmente soy un bocazas. No hay ningún tema que no deba hablarse en la familia, ni a ninguna edad tampoco. O sea, una de las cosas que a mí me pasa con mi hijo por ejemplo, que tiene 12 años y es un lector estupendo, tenemos la suerte de que lee y vive en una casa rodeada de libros y demás, pero siempre está pidiendo que le orienten las lecturas.
Vive rodeado de libros y no se le ocurre nunca escarbar en la biblioteca. Le ánimo, le digo «mira, da igual, aquí hay libros totalmente inadecuados para ti, con algunos te aburrirás, otros te traumatizaran, pero no tienes límite. Tú coge lo que quieras». Y quizá por sobreabundancia no le interesa, pero soy partidario de que exploremos absolutamente todo y de que digamos todo. Por ejemplo, yo ahora no, porque estoy en El purgatorio y me contengo, pero si estuviéramos tomando cañas digo muchos tacos, soy muy mal hablado.
P.- Generalmente los escritores y los periodistas somos gente que tendemos a ser mal hablados.
R.-Y cuanto más en la intimidad estoy, peor hablado soy. Y entonces nunca me reprimido, yo esas cosas de no hablar mal delante del niño tal, nunca, y mi hijo tiene un habla mucho mejor que yo. Es muy exquisito y muy probablemente ha salido así por verme soltar sapos y culebras constantemente. No, no creo que haya que tener inhibiciones a la familia y además creo que hacemos muy mal en intentar proyectar sobre los hijos una imagen distinta a lo que somos. Creo que los hijos tienen que conocernos para bien y para mal porque nos conocen. Es decir, si intentamos disimular y ser otra cosa delante de ellos no va a colar.
P.- Entiendo que hay un momento de la paternidad, donde el hijo mira a su padre, siempre poderoso, y empieza a ver fallos.
R.- Pero es normal. Lo terrible es descubrir que tu padre es una persona de la que tú creías. Eso es un trauma del que poca gente se recupera. Pero ir descubriendo que tu padre no es todopoderoso, forma parte de crecer. Pero tenemos una relación muy estrecha con mi hijo y no me considera un superhéroe, pero sí que tiene una confianza ciega en su padre. Y creo que si alguna vez, cuando llegue la decepción, pues sí que va a ser duro. Porque siempre, en todas las relaciones humanas, hay un momento en el que uno decepciona al otro, aunque sea levemente. Y eso siempre ocurre.
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P.- Me gusta esta idea de no tratar a los niños como imbéciles. Y de qué queremos protegerlos demasiado del mundo, pero incluso de determinadas materias de la cultura, en los libros, en las películas que ven o que no ven.
R.- Ya viven muy protegidos, sobre todo los niños que viven en ciudades. Tienen muy poquita autonomía. O sea, fíjate que ya no hay niños por las calles ahí, y desde luego cuando era niño estábamos sin vigilancia por las calles. Teníamos una libertad absoluta y nadie se preocupaba de nosotros. Y es verdad, igual ni tanto ni tan calvo. Quizá tenían que estar un poquito más pendiente de nosotros.
Pero es que hay muy poco espacio para la autonomía de los niños y les asfixiamos demasiado, les condicionamos demasiado. Y estamos obsesionados con protegerlos del porno, que parece que es la única amenaza que se cierne sobre los niños. Hay un pánico moral en torno a que si los niños ven porno con cinco años, el pajaporte y todas estas cosas que creo que responden a un pánico moral basado en unos estudios sesgados que a mí me cuesta mucho creerme. Están basados mucho en prejuicios y no es una sociología buena.
Hay una obsesión absolutamente moral con que no vean porno y no vean ciertos contenidos. Y sin embargo no nos preocupa absolutamente nada la degradación de la escuela. No nos preocupa absolutamente nada que no haya libros de texto, que no sepan recurrir a fuentes de autoridad en la escuela, que no haya un pensamiento jerarquizado. Y eso no nos preocupa en exceso, No nos preocupa que puedan para hacer un trabajo recurran a la Wikipedia, a mí eso me parece mucho más atroz que el hecho de que vean o no vean porno.
Me parece mucho más terrible para su cerebro y las consecuencias son mucho más funestas. El hecho de que no sean capaces de desarrollar un pensamiento, de pensar, de adquirir conocimientos y de saber qué fuentes fiables, de quién te puedes fiar y de quién no, dónde está la información. Y eso no lo educamos y eso me parece mucho más terrible que el hecho de que en un momento vean a Nacho Vidal haciendo de las suyas. Pues sí, eso te podrá más o menos traumatizar, pero es mucho más terrible lo otro.
P.- En Los Alemanes se habla del pasado, ¿Estamos en el presente muy obsesionados con el pasado o lo hemos estado siempre?
R.- Siempre, es que no tenemos otra cosa. El presente no lo percibes y el futuro es especulativo, no es un tema de conversación, salvo para los fanáticos que hablan del futuro, del paraíso y de lo que se va a construir. Pero la gente que no queremos un paraíso en la tierra, que no nos vamos a inmolar y que no estamos pendientes del advenimiento de ninguna deidad, pues lo que tenemos es el pasado y jugamos con él y el pasado nos condiciona.
No somos una sociedad especialmente pendiente del pasado, todas lo han sido. Fíjate los romanos, que era una sociedad que cambiaba poco porque era muy conservadora. Pero estaban muy pendientes de los dioses, tenían sus dioses públicos compartidos por todos. Y luego cada casa tenía sus dioses y rendían culto a los muertos de cada casa. Y creo que eso lo seguimos haciendo. En muchos aspectos seguimos siendo romanos.
P.- Me iba más a lo que le he escuchado de algunas personalidades cuando afirman que en los años 80, Franco estaba mucho menos presente en la conversación pública y publicada que ahora.
R.- Sí, y eso es normal. Es normal que no lo estuviera porque había una memoria muy reciente y había unas ganas de olvidar tremendas. Eso es normal. La memoria se va asentando conforme pasa el tiempo. Tú cuando acabas de pasar un trauma, cuando una sociedad acababa de pasar una dictadura tan larga y que había afectado tanto a la vida de todos los españoles. Cuando se deshace esa dictadura, lo que prima son las ganas de juerga, es evidente.
O sea, ahora no me voy a poner a estudiar y a sacar al abuelo del arcón y a ver, ahora toca fiesta, vamos a celebrar. Entonces, claro, eso son unos años en los que Franco evidentemente no estaba tan presente. Fíjate que en el año 86, cuando se cumple el aniversario de la Guerra Civil, el Gobierno pasa de puntillas, es decir, no hace fastos. Los fastos han venido después. El interés público por la memoria ha venido después.
P.- ¿La ficción le interesa cuando se construye para los mitos de los países? El falseo de la historia que es necesaria para toda nación. El mentirnos a nosotros mismos para construir una ficción con la que tener una serie de leyendas y de epopeyas y de cantares.
P.- Me interesan siempre que somos conscientes de que esos son mitos. Cuando alguien se lo cree, está tarado. Evidentemente son mentiras funcionales, son mentiras que sirven para quedar un día, el Día nacional de lo que sea, a juntarnos todos, a beber y a reírnos ya. Crear un sentimiento de la comunidad. Pero en el momento en el que uno cree realmente que San Jorge mató al dragón, está perdido. Tenemos que tener claro lo que pasó en Covadonga y la batalla de Guadalete y demás que son construcciones históricas y que sirven para crear folclore y para jugar sobre ellas como tema de variaciones, para que luego vayamos pensando sobre nuestro país. Y a mí me gustan los mitos, me interesan mucho los mitos, sobre todo en su refutación.
Me interesa mucho la gente que escarba en la historia y nos descubre que todo lo que queremos saber sobre el país es mentira. Y eso a mí me pirra. Recuerdo la historia del hacha de Lincoln, que es maravillosa. Es un hacha que se conserva en Chicago, en el Museo de Chicago. Entonces sabéis que Lincoln cuando hacía campaña electoral iba con el hacha y además era un hacha que usaba en los mítines. Y decía que con esa hacha iba a derribar la tiranía. Pues entonces esa hacha se supone que está guardada en el Museo de Historia.
Y cuando preguntan a los del museo, «¿Pero es el hacha original de Lincoln?» Dicen «bueno, tanto el mango como el filo han sido reemplazados varias veces, pero si es el hacha original». Pues esa es la historia, es la tradición. O sea, cuando te preguntan, «¿Pero esto es verdad?» Bueno, sí, nos lo hemos contado ya muchas veces, esto se ha remozado, el cantar del Mío Cid se escribió 200 años después de los hechos sucedidos. Pero bueno, sí, más o menos vamos tirando. Con esto funcionamos. Y esas son las ficciones que construyen los países.
P.- Y con lo que sabe sobre Alemania y España ¿Hay mucha diferencia en cómo trata un país el pasado y cómo lo trata otro?
R.- Sí la hay en el sentido de que cada uno encuentra su discurso, su manera, su forma. Pero todos los países que han tenido un pasado sucio, como decía el historiador Álvarez Junco, y todos los países con una historia lo suficientemente larga lo han tenido, tienen problemas para asimilarlo, para digerirlo, para tratarlo y mirarlo. Porque es un espejo incómodo. Es algo que afecta a las familias de cada cual. O sea, a nadie le gusta que le digan que su abuelo fue un asesino. Y además porque uno no cree que su abuelo fuera un asesino y el que era un asesino para unos es un héroe para otros. Y esos pasados siempre son dolorosos y esquivos y siempre son difíciles de manejar.
Si Alemania no hubiera sido derrotada, pero claro, Alemania debe todo a haber sido derrotada y haber estado dividida. Entonces se ha visto confrontada con su pasado de una forma que otros países no lo han visto. Han tenido que atravesar procesos de desnazificación, han tenido que pasar por procesos de crítica a esa desnazificación. Han sido varias generaciones que han ido enfrentándose unas a otras sobre ese pasado. Y eso ha pasado en Francia, eso ha pasado en Italia, y pasa evidentemente en España.
Pero no creo que haya países más hipócritas que otros, ni países más donde las cosas se hagan peor. Creo que estos procesos siempre son complicados, siempre son traumáticos, siempre generan mucho dolor y mucha polémica. Y son muy largos, y afectan a la intelectualidad, afectan a la política y afectan a la gente común y afectan a todos los aspectos de la esfera pública. Con lo cual, cuando se dice que España no ha digerido el franquismo, pues es que Alemania tampoco ha digerido hasta cierto punto el nazismo. Es que esta digestión siempre se queda ahí, siempre repites.
P.- ¿Aún seguimos digiriendo el franquismo?
R.- Estamos digiriendo el franquismo y la Guerra Civil. Probablemente sí, pero porque todavía es un trauma muy duradero. Es un trauma sobre el que todavía hay muchas cosas que decir. Es normal, es perfectamente normal. No hablamos ya del trauma de la guerra de la Independencia. Ese trauma está cerrado, eso es historia muerta ¿Por qué? Porque han pasado otras cosas después.
La única forma de que dejemos de hablar de ese tiempo es que pase el suficiente para que opere el olvido o, que es lo que suele pasar, que otro suceso equivalente en trauma y en dolor lo acapare. Las guerras civiles se olvidan cuando llega otra guerra civil. Nosotros dejamos de hablar de esa guerra civil para hablar de la siguiente. Mientras tanto, ahí estamos. En Estados Unidos, la Guerra Civil todavía es un tema de conversación, todavía es un elemento divisivo y todavía explica en buena medida las tensiones que se viven en Estados Unidos entre el sur y el norte.
«Felipe González era osado, como Sánchez, pero sí tenía claro qué es lo que quería hacer con el poder»
P.- En Los alemanes hay gente que viene de fuera, evidentemente. Quería traerlo al presente, porque es uno de los temas de debate en nuestra sociedad, ¿Cómo nota la conversación pública en España sobre la inmigración?
R.- Hasta ahora se movía en términos bastante sensatos y poco histéricos. Éramos una rareza dentro de Europa, donde la inmigración es un elemento distorsionador y que radicaliza muchas posturas, que está creando muchísimos problemas políticos durante mucho tiempo. Pero creo que hasta ahora lo llevamos bastante bien. La prueba es que además la sociedad española no ha tenido unos problemas de guetos, ni de conflictividad social violenta, como ha habido en otros países. Lo hemos llevado con bastante naturalidad, pero estamos empezando a errar el tiro.
Estamos politizando demasiado un asunto sobre el que me parece que, si no había un consenso, desde luego no había una opinión radicalizada, ni un racismo ambiental, ni una xenofobia especialmente evidente. Y creo que está empezando a verla ahora. Se está llevando el discurso a terrenos verdaderamente peligrosos y equiparables a lo que se vive en Francia y a lo que hemos visto en Alemania y lo que se vive en Italia, que hasta ahora no era así en España. España era muy rara en eso.
P.- Sobre la actualidad del país. ¿Cuál es su ánimo con la política española?
R.- Estoy cansado de momentos decisivos, de últimas horas, de la tensión constante, de que todo sea un todo o nada. Fatigado de polémicas que parecen muy inflamadas y que duran muy poquito espacio y tienen mecha muy corta. Y que realmente lo que hacen es desgastar el debate público constantemente. Creo que tenemos un peligro. A mí me desasosiega porque creo que sí que hay un peligro de deterioro profundo, no ya de las instituciones formales de la democracia, que ya están bastante deterioradas, como del debate de la esfera pública, de la calidad de lo que discutimos y de lo que hablamos.
Creo que estamos muy pendientes de gilipolleces constantemente y nos vemos forzados a opinar, los que estamos opinando, forzados a opinar muchas veces de cosas que tienen un recorrido y un interés mínimo pero que parece que en ese momento son cuestiones de vida o muerte. Y siempre estamos en un grado de excitación que es totalmente insoportable para una sociedad y a mí eso me agota. Me gustaría que llegara un momento si no de calma, que bajáramos el listón y pudiéramos debatir con sensatez cosas de un poquito más de largo alcance. De la sociedad en la que vivimos y que podamos contrastar ideas de qué sociedad queremos.
Porque yo, por ejemplo, una cosa que echo de menos es saber qué carajo piensan los políticos. No tengo ni idea de qué piensan los políticos, sé cómo se llevan mal, sé las estrategias que tienen para mantenerse en el poder, la estrategia que tienen para desgastarlo. Pero no sé qué piensan. No sé qué idea tienen de cómo debería ser este país, de si debemos ampliar derechos sociales, qué opinan sobre la inmigración, no tengo ni idea de qué opinan sobre las grandes cosas.
Creo que hay una improvisación constante y hemos visto en algunos de los últimos meses o de las últimas semanas cosas de actualidad. No creí nunca que vería a un gobierno socialista de coalición con la izquierda postcomunista debatir una medida moralista restrictiva, como la del pajaporte. Y no creí que fuera a ver a un partido conservador con ascendencia bastante cristiana, poniéndose en contra de una medida moralista, apoyando el porno directamente.
Entonces, paraos a pensar dónde estáis cada uno y qué estáis defendiendo. Porque creo que estamos todos desquiciados. No sabemos qué pensamos unos de otros. Y me gustaría saber qué se esconde detrás de la cabeza de los candidatos, porque solo veo cabezas y luchas por el poder y estrategias y tácticas a corto plazo, pero no veo proyectos de nada. No sé qué piensan.
«Echo de menos saber qué carajo piensan los políticos»
P.- Como pijo progre declarado, ¿Está cabreado con esta izquierda?
R.- ¿Con cuál de ellas? Porque hay varias.
P.- Iba a decir la izquierda socialista de Sánchez, pero claro, es que es una izquierda socialista que también te habla de la financiación singular de Cataluña…
R.- Si hablas del PSOE sí, pero enfadado tampoco, deberíamos dejar de plantearnos los debates también en términos de enfado y tener un debate más sosegado.
P.- ¿Cuál sería para Sergio del Molino la palabra?
R.- Me parece triste. Estoy triste porque el PSOE ha intentado, con el proyecto personal de Pedro Sánchez, para poder mantener la existencia del partido y no desaparecer como ha desaparecido Francia o como parece que va a desaparecer en Alemania, ha renunciado a su proyecto socialdemócrata, ha renunciado a la centralidad y ha renunciado al carácter que tenía el PSOE desde la Transición, que era el intento de ser un partido de mayorías. Ya es un partido de parte, es un partido que intenta ser de parte, que se conforma con un espectro ideológico muy reducido de la población. Y creo que eso ha dejado huérfana a mucha gente.
Y con la izquierda que hay a la izquierda del PSOE, sí me enfada porque representan una parte importante de la sociedad española a la que han fallado mucho. Han jugado con unos juegos intestinos de poder y con una con un infantilismo tremendo y han desaprovechado un capital político enorme que podían haber dado una representación a una parte de la sociedad española, que es una parte de clases medias, por cierto. La izquierda a la izquierda del PSOE en España no es una izquierda obrera, es la izquierda formada por profesores de instituto, por enfermeras, por médicos, por ese tipo de gente que eran los que formaban antes Izquierda Unida y antes el Partido Comunista. Pues ese grupo, que es un grupo que existe en España y que necesita una representación, se la han hurtado, han desarticulado su forma de movilizarse y de representar.
Han destruido la única organización que tenían que era Izquierda Unida y la han sustituido por una serie de marcas personales y de discursos de muy corto recorrido, muy especializados y con obsesiones más de la izquierda americana radical que de los votantes tradicionales de Izquierda Unida, que lo que son es socialdemócratas un poquito plus. Así que lo realmente querían era tener una seguridad social potente. O sea, querían tener un estado social fuerte. Es lo que siempre han reclamado y han sustituido ese discurso, que era lo que reclamaban sus votantes por una serie de jerga ininteligible, propia de los campus universitarios, que no interpela a prácticamente nadie en este país.
P.- Sobre Felipe González, ¿Por qué esa insistencia en determinada gente en decir que Felipe González es de derechas? Constantemente argumentan que se ha pasado a la derecha.
R.- Porque dice alguna cosa de derechas. Puede haberse vuelto un poco más conservador, pero en lo esencial sigue defendiendo los mismos postulados que defendía cuando gobernaba más o menos. Creo que lo que se ha movido a lo que se ha movido hacia la izquierda ha sido el Partido Socialista y ha sido parte de la sociología del país que le apoyaba. Creo que el país se ha desplazado. Felipe González se ha movido un poquito a la derecha, pero no especialmente.
Sin embargo, el país sí que se ha movido mucho hacia la izquierda. Entonces ya no hay posibilidad de comunicación. El tiempo de Felipe González político ha pasado, pero Felipe González es un ciudadano que puede opinar y es libre perfectamente. Además, es una persona muy relevante, una figura histórica y es normal que diga lo que quiera. Pero habla como ciudadano particular, creo que su tiempo político ya pasó, y el tiempo en el que tenía un idilio con España terminó en los años 90. El hecho de que ahora salga hablando y enfade a unos y otros le aplaudan es totalmente irrelevante para el legado de Felipe González y para lo que significa su figura.
P.- ¿En qué se parecen Felipe González y Pedro Sánchez?
R.- Pues se parecen en la osadía, en la forma de lanzar órdagos y ofrecer ultimátums a todo o nada. Felipe González antes de ser presidente de Gobierno en el 82, había dimitido cuatro o cinco veces. Siempre tenía una estrategia de dimisión que muchos creían que era estrategia, otros decían que era sincera, pero siempre era alguien que llevaba toda la política al límite. Lo llevó en el 86 con el referéndum de la OTAN, lo hizo a su partido que lo llevó al límite muchísimas veces. A España la llevó al límite porque era un tipo que arriesgaba absolutamente todo y en eso se parece a Pedro Sánchez. Pedro Sánchez es alguien que lleva todo al límite.
Lo que pasa es que Pedro Sánchez no tiene un contenido ideológico detrás. Felipe González tenía muy claro, sin ser un intelectual a diferencia de otros líderes socialdemócratas como Mitterrand o como Willy Brandt, sí que tenían un discurso intelectual potente y una idea. Felipe González no ha sido un pensador político, pero sí que tenía claro qué es lo que quería hacer y cuál era la ruta de la modernidad de su proyecto político. Y entonces, como él tenía claro hacia dónde quería llegar, él podía permitirse poner sus estrategias radicales al servicio de ese proyecto.
Lo que no se le puede reprochar a Felipe González es que lo hiciera solo por mantenerse en el poder. El poder no era el único objetivo que tenía Felipe González a la hora de poner, de plantear sus órdagos y sus todo a nada, sino que él creía que era todo formaba parte de una estrategia para poder desarrollar su proyecto político de modernidad España. No creo que Pedro Sánchez tenga un proyecto político en mente en ese sentido, pero sí se parece a Felipe González en la osadía y en la forma que tiene de echarse para adelante.
P.- Claro porque Sánchez puede ser socialdemócrata una tarde, y después pasarse al lado más liberal o de repente estar más conservador.
R.- Lo hemos visto defender una postura y la contraria constantemente y volver otra vez a según lo que convenga en cada momento. Tiene una gran dosis de oportunismo, y esto enfada mucho a los partidarios de Pedro Sánchez. Yo a mis amigos que son más cercanos y más asistenciales, les enfada mucho que se hable de Pedro Sánchez con estos términos, como si fuera un cínico. Pero es que a mí me cuesta mucho ver más allá de ese cinismo.
No, yo creo que en su política ha primado fundamentalmente la supervivencia. Más allá de tener una estrategia, una idea de qué va a desarrollar, qué quiere para el país y para qué quiere poder. Si yo tengo muy claro que Pedro Sánchez, y no solo él, lo que quieren es el poder. Lo que no sé es para qué lo quieren. Y Felipe González sí que sabía para qué lo quería. O sea, tenía muy claro que lo quería, pero sabía para lo que para que lo quería. Podías estar de acuerdo o no, pero lo quería para algo, no lo quería solo para vivir en la Moncloa.
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